Historia Cristera

sábado, 24 de diciembre de 2011

ANTES... NOCHEBUENA





Nochebuena:

Señor Ricardo León, amador de vuestra tierra y vuestra casa; guardián celoso de la Tradición, que es el alma en los claveteados portalones de las casas viejas y en el hierro herrumbroso de balcones y tizonas; catador insigne de los sanos goces del espíritu en la fuente viva del hogar y la familia: ¡como padecería vuestro corazón si asistierais a esta Nochebuena de mi pueblo!, ¡con que triste ánimo veríais perder en la oscuridad de esta noche inverniza el tiernísimo deleite con que año tras año recordaba el mundo el Nacimiento del Niño Jesús! 

Afuera, los cohetes ponen pinceladas de luz fugitiva sobre el ébano de la noche; las calles están henchidas de gentes que caminan de prisa y alegres, con una alegría que se hace comunicativa en los ojos y los labios sonrientes; de vez en cuando se escucha el grito destempladamente jubiloso de un ebrio, o la música disonante de una orquesta de negros… Pero todo afuera… ¡Músicas, cohetes, alegría y vino, afuera! Las casas está vacías. Esta noche no se encenderán los hogares para que el abuelo, de manos temblorosas y ojillos lacrimosos, relate al amor de su lumbre plácidas historias infantiles. Esta noche las madres no tendrán en torno suyo boquitas pedigüeñas de castañas almibaradas y turrones: la mejor mesa de la casa esperará en vano que la cubran con los manteles almidonados de las fiestas y con las fuentes de los manjares tradicionales. ¡Con qué rudeza me hiere este abandono! ¡Cómo duele a mi alma ver la casa vacía, tristes a los viejos, olvidado el santo fervor con que antaño se acogía esta festividad! No parece sino que mi México, a fuerza de sufrir las desgarraduras de sus luchas interminables y sangrientas, ha dejado morir la nobleza que era su blasón, para dar hondo cauce a los groseros placeres del cuerpo. 
Antes, Nochebuena era una clarinada vibrante en la que había alegres sones de villancicos y dulces armonías de serenata, ronronear de gatos en las faldas de la abuela, campanadas de templos, coloquios de amor de los mozos, preces unciosas de los viejos. ¡Cuantos sueños se hilaban en esta noche y cuantos años vividos se lloraban en ella! Hogaño, Nochebuena es una mascarada febril, un frenesí de deleites innobles en reuniones de casino y de prostíbulo, un ansia incontenida de lujuria y embriaguez. ¿A dónde fueron aquellas poéticas veladas de Navidad, mezcla de piadoso recogimiento y de sano esparcimiento? Las ingenuas pastorelas, la gorda piñata rebosante de fruta y canelones, el blanco nacimiento en cuya construcción se empleaban largas horas de desvelo y alegría; ¿dónde han ido? ¡Quién lo sabe! Pero su lugar no está vacío; ¡hay allí grotescos remedos de fiestas extranjeras! Señor Ricardo León: Los tres Reyes de Oriente que visteis alejarse pobres y desnudos, tristes y cabizbajos, cuando Europa era la hornaza en que llameaban el odio y la codicia, han cumplido su promesa de no volver al mundo: Esta noche, Nochebuena, no ha aparecido en el cielo la estrella que los guiaba camino de Belén, y en su lugar arde la tea sacrílega de los que dan el amor vivo de su hogar, de su familia, a cambio de frivolidad y de pecado.


Armando Téllez Vargas
CRISTERO