Historia Cristera

sábado, 22 de enero de 2011

LOS CRISTEROS DE COLIMA II PARTE

Primera Parte

"Llegó la Comunión. Un Sacerdote bajó la Santa Hostia de la custodia, pues era necesario consumir la Santa Eucaristía. Luego las lámparas fueron apagadas. Entonces si no hubo manera de contener las lágrimas. La multitud lloraba con gran dolor. Yo vi rendirse en el pavimento en medio de la consternación general, las banderas de la A.C.J.M. y demás agrupaciones católicas en los más solemnes instantes: era la protesta muda, pero elocuentísima, nacida como de inspiración en aquellos momentos de fidelidad a Cristo y de que por él se iría aun a la muerte. Yo vi los ojos de aquellos muchachos los futuros mártires de Cristo Rey, preñados de lágrimas que en silencio corrían unas tras otras como gruesas perlas sobre sus viriles rostros. Los sentimientos del alma de cada uno de los fieles de aquella multitud los expresaba a voz en cuello: unos lloraban en voz alta, otros impetraban misericordia y perdón. Se lamentaban la ausencia de Jesús. Se lamentaba la suerte futura: ¿Que haremos sin ti Jesús? ¿Que harán nuestros hijos? ¡Ven Señor, ven, ten compasión de este pueblo que es tuyo! ¡Tu eres el rey! ¡Tu el Triunfador! ¡Ven y triunfa! ¡Vence a los enemigos! ¡Ven Señor, y no te tardes! Y desde aquel momento, suspendido el culto público, el pueblo fiel quedó huérfano. El templo sin sus sacerdotes, el altar con sus lámparas apagadas, mudos los campanarios  y el Sagrado desnudo y abierto. Cuadros semejantes hubo esa mañana del Miércoles de Pascua en todas la parroquias y lugares del Estado. En algunas partes hubo circunstancias singulares. En Comala, municipio al norte de la ciudad de Colima, después de consumido ya el Divino Sacramento el pueblo permaneció en el templo para resguardarlo de las manos sacrílegas. Un grupo de mujeres de mala vida aparece entonces en escena: lloraban a voz en cuello y a gritos confesaban su vida de deshonor y miseria. somos mujeres malas, decían, pero amamos a Cristo y daremos por Él nuestra vida y Él nos perdonará. Sólo muriendo nosotras, podrán los enemigos apoderarse del Templo. Y se apostaron en sus puertas, en defensa del templo y del altar: Era Magdalena, la amante Magdalena que bañada en lágrimas, supo estar al pie de la Cruz. La ciudad manifestó, con fe intrépida su dolor y su duelo. De lo marcos de las puertas de todo Colima -menos en los hogares de los empleados del Gobierno y de los masones-, colgaban moños negros y las puertas estaban entrecerradas. Callaron las músicas y los cantares del pueblo, y principió, con unanimidad preciosa, una vida de piedad, recogimiento, oración y penitencia, como si se tratase de un largo y piados Viernes Santo de las épocas de mas fe de los siglos ya pasados. Todos los católicos seguían haciendo penitencia. Una inmensa mayoría ayunaba diariamente y suprimía el uso de la carne, en vigilia no interrumpida. Aún los niños ayunaban y, en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, con los bracitos en Cruz y corona de espinas en sus cabecitas, llevados por la Madre Rosa, religiosa Adoratriz, cantaban diariamente el Salmo Miserere que la Iglesia usa en sus días de dolor para impetrar el perdón de Dios. En los templos solitarios, sin Eucaristía y sin Sacerdote, en torno de la Cruz se reunía diariamente el pueblo a gemir su orfandad y entonar cánticos de penitencia. El pavimento quedaba, día a día regado con las lágrimas de los fieles. Se veían llegar grandes grupos de madres de familia que cotidianamente recitaban el Santo Vía Crucis. ¡Cómo lloraban a lágrima viva y como gemían en alta voz la ausencia de su Dios, la suerte propia y la de sus hijos! También en los pueblos perseveró el entusiasmo por defender su fe perseguida... Muchas veces quisieron los servidores del tirano llevarse preso al Párroco de San Jerónimo don Ignacio Ramos. El pueblo nunca lo permitió. Siempre los pueblos estaban alerta: una o dos campanadas de contraseña significaban que había peligro, que algo malo ocurría y todos dejaban sus trabajos, las casas se cerraban y se corría a la defensa de su Sacerdote. En cierta ocasión un grueso piquete de soldados se presentó a las puertas de la Casa Parroquial en busca del Párroco. El pueblo en masa se amotinó al momento, aún niños de cuatro años llevaban sus sombreros llenos de piedras para luchar contra los perseguidores en caso de que quisieran llevarse a su Pastor. El capitán, jefe de la escolta, optó entonces por la paz y regresó a la Capital del Estado sin atreverse a ejecutar la comisión que llevaba. En otra ocasión, por esta su misma actitud gallarda, fueron a dar a la cárcel muchas señoritas de las principales familias de allí. En la prisión no hicieron otra cosa que cantar y rezar. Ya cantaban sus canciones populares del boicot, ya alabanzas, ya rezaba todas unidas y en voz alta el Santo Rosario con la letanía cantada, o lanzaban el intrépido grito de ¡Viva Cristo Rey! Los enemigos ardían de rabia que desahogaban con insultos  y palabras tabernarias. Ellas perseveraban con su misma actitud"
Spectator, op.cit.T.I. págs.58-59-60-64-65