domingo, 16 de enero de 2011

LOS CRISTEROS DE COLIMA Primera Parte

Catedral Basílica Menor. Colima, Col.


En la nueva y pequeña diócesis de Colima, regida por el más anciano de los prelados, quiso la revolución hacer un ensayo o una prueba de la aplicación de la legislación, haciendo efectiva la imposición de la obligatoriedad de la determinación del numero de sacerdotes y su registro, para después hacerla extensiva a todo el país.
La legislatura local expidió el 24 de marzo de 1926 un decreto reduciendo a veinte el numero de sacerdotes para toda la diócesis, quienes debía además registrarse en las oficinas municipales para poder ejercer su ministerio, dando diez días de plazo para efectuar el registro.


"En el Estado de Colima se asistía al ensayo general de lo que iba a ser la crisis nacional en julio. El 24 de marzo, la legislatura limitó a 20 el número de sacerdotes y los obligó a inscribirse ante las autoridades...
Las condiciones podían parecer propicias a su tentativa: pequeño estado aislado, obispo enfermo, anciano y de carácter dulce, población pacífica, gobierno omnipotente. Para la ciudad de México, el asunto valía la pena: si el clero de Colima cedía, creábase un precedente, y las demás diócesis irían cayendo en cadena."
Fue entonces cuando el venerable clero, encabezado por Mons. Francisco Anaya y el padre Don J. Jesús Urzúa, en cuerpo colegiado y con gesto de sublime heroísmo, se presentó a su anciano Obispo para decirle: Estamos todos dispuestos a sufrir y aun a morir si es necesario, antes que claudicar. Estamos prontos a echar sobre nosotros la ira de los hombres antes que entregar en anos impías los Derechos de Dios y de las almas. Será Vuestra Señoría Ilma., quien iluminado por Dios, acuerde lo conducente. Contará, ayudándonos Dios, con todo su clero. Y fue también cuando, Obispos y sacerdotes colimenses, en viril documento, manifestaron que no podían ser traidores a Cristo poniendo en manos de los hombres de la Revolución impía a su Santa Iglesia"


El día uno de abril contestó el prelado a los tiranos manifestando su absoluta inconformidad con el decreto expedido el 24 de febrero, por el cual osaban legislar sobre el gobierno eclesiástico de su diócesis.


"Delante de Dios y de todos mis amados diocesanos declaro también, que antes quiero ser juzgado con dureza por aquellos que sobre este delicado asunto han provocado mi actitud, que aparecer lleno de oprobio y de vergüenza en el tribunal del Juez Divino, y merecer la reprobación del Supremo Jerarca de la Iglesia" 


Palacio de Gobierno
El clero y el pueblo se solidarizaron con su Obispo animándole a la justa resistencia. El día cinco, una gigantesca manifestación de prácticamente toda la ciudad y delegaciones de las poblaciones vecinas llegó hasta el Palacio de Gobierno exigiendo la derogación del decreto. La policía y civiles armados se apostaron en los tejados de la plaza y balcones de Palacio. Cuando desde el balcón principal gobernador desafió al pueblo, afirmando que nada ni nadie le harían cambiar su decisión, fue abucheado y se inició un tiroteo sobre la multitud, corriendo la sangre y cayendo los primeros héroes y los primeros mártires colimenses.
El siete de abril ordenó el Ilmo. Sr. Obispo suspender el culto público, actitud que poco después sería adoptada por el Comité Episcopal.


A medida que se acercaba el día en el cual debería celebrarse el último acto de culto público, crecía el fervor del pueblo que, llorando cantando y rezando, llenaba no sólo el recinto de la Catedral  y de todos los templos, sino los atrios y las calles adyacentes. Los cánticos ponían de manifiesto el sentido que el pueblo daba  a la epopeya que se iniciaba:




"Tu reinarás, este es el grito
que ardiente exhala nuestra fe.
Tú reinarás, oh Rey Bendito,
pues tu dijiste: reinaré.
¡Reine Jesús por siempre, 
reine su corazón,
en nuestra Patria, en nuestro suelo
que es de María la Nación!"   

     





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