Los enemigos habían desarrollado la primera parte de su satánico plan. Llegaba ya el momento de aplicar el rigor sectario para imponer a los sacerdotes la obligación de registrarse y de limitar su número; pero antes de que esto fuese común para toda la Nación, había que ensayar aquella medida sectaria, en una u otra provincia, y Colima fue una de las escogidas.
Se trataba de hacer ceder uno por uno a los señores Obispos Mexicanos, obligándolos, por el rigor de la fuerza, a que sometieran, al despotismo sectario del Régimen imperante, la Iglesia a ellos confiada, como preparación para sujetarla después, en plan nacional, por medio de leyes persecutorias generales.
Y Colima era de lo más a propósito a la impiedad enemiga para conseguir -creyeron cándidos los perseguidores- un completo triunfo local: lo apartado de la región, la pequeñez del Estado, la atrevida altanería del entonces gobernador Lic. Solórzano Béjar y el servilismo de todos los que lo rodeaban, inclusive munícipes y diputados, así como, por el lado opuesto, la ancianidad, humildad y continuas enfermedades del egregio y santo Obispo a quien el Cielo nos había dado para los días de tormenta y de epopeya, el Excmo. Sr. Velasco, y la escasez y modestia del clero de Colima, auguraban al tirano que ocupaba la Presidencia de la República -Plutarco Elías Calles- una pronta e incondicional sumisión de la Iglesia de Colima, al gobierno impío de la Revolución.
Fue esta la razón por la cual se apretaron contra el pueblo católico de Colima las cadenas a que se pretendió sujetarnos antes de que esto sucediese en los demás Estados de la República. Y el 24 de febrero de ese año, 1926, la Legislatura Local expidió el Decreto, limitando a sólo 20, para todo el Estado, el número de los sacerdotes y exigiendo su registro en las oficinas municipales, y su boleta de licencia respectiva, como condición para que pudieran ejercer su ministerio. Y el 24 de marzo el Gobernador Solórzano Béjar lo publicó, dando diez días de plazo para que principiara a regir esta ley de ‘dependencia y sujeción, de la Iglesia al Estado.
Cosa semejante se hacía en esos días en Michoacán, que impidió el culto desde luego, y el Ilmo. Sr. Obispo de Huejutla, Monseñor Manríquez y Zárate, era conducido prisionero a Pachuca, por haber lanzado su inmortal Miente el Señor Presidente de la República, en la celebérrima Carta Pastoral conocida en todo el orbe católico.
¿Qué hicieron el Excmo. Señor Velasco, Obispo de Colima, y su clero?
Ante todo, recurrir a Cristo, el Rey Divino, fuente, única de luz y fortaleza.
SE RECURRE A LOS REMEDIOS
Ya allá, en tiempo del cisma que Calles procuraba, clero y pueblo colimenses habían dado un preclaro ejemplo de unión y fe. Jamás se habían visto más unidos entre sí los sacerdotes y católicos, como en esos momentos de angustia general, y así como entonces, se recurrió de nuevo a la oración en común y se organizó un retiro sacerdotal al cual asistieron desde el más anciano hasta el más joven de nuestros sacerdotes.
Y en la capillita de la Milagrosa, anexa por el lado sur, al Templo Parroquial del Sagrario, en Hora Santa privada, celebrada a puerta cerrada, ante la Santa Custodia colocada sobre la mesa del pequeño altar lateral, se reunió todo el V. Clero de la ciudad, encabezado por el entonces Ilmo. Sr. Vicario Gral. de la Diócesis Mons. don Francisco Anaya y por su no menos egregio y dignísimo Secretario el Padre D. J. Jesús Ursúa.
Y después de haber orado, una vez terminada la Hora Santa y dada la bendición con el Smo. Sacramento, al afrontar el problema tremendo, se concedió el uso de la palabra a cuantos lo desearon, desde al más anciano y venerable, hasta al más joven de los Sacerdotes … Y llevados por el Espíritu de Dios; por lo que Cristo mismo tenía enseñado en su Evangelio; por lo que los mismos Santos Apóstoles habían practicado, cuando prefirieron ser encarcelados y azotados y muertos, antes que poner en manos del Gobierno Judaico la misión que de Cristo tenían de predicar su Nombre y de salvar las almas, y por lo que la Iglesia misma tiene enseñado en su Código Canónico, acordaron, poniéndose en manos de Dios, mejor sufrir privaciones, hambres, pobrezas y destierros, cárceles y aun la misma muerte, antes que acatar las leyes anticanónicas de la entonces Legislatura Local y del gobernador Lic. Solórzano Béjar, antes que claudicar, poniendo a la Iglesia de Dios en manos del Estado, supeditada a él, como cualquiera otra actividad civil dependiente del Gobierno.
EL NON POSSUMUS DEL CLERO DE COLIMA
Fue entonces cuando el Venerable clero, encabezado por Mons. Francisco Anaya y el Padre Don J. Jesús Ursúa, en cuerpo colegiado y con gesto de sublime heroísmo, se presentó a su anciano Obispo para decirle:
Estamos todos dispuestos a sufrir y aun a morir si es necesario, antes que claudicar; estamos prontos a echar sobre nosotros la ira de los hombres, antes que entregar en manos impías los Derechos de Dios y de las almas. Será Vuestra Señoría Ilma. quien, iluminado por Dios, acuerde lo conducente; pero contará, ayudándonos Dios, con todo su clero.
Y fue también cuando, Obispo y Sacerdotes colimenses, en viril documento, manifestaron que no podían ser traidores a Cristo poniendo en manos de los hombres de la Revolución impía a su Santa Iglesia.
He aquí el documento del Excmo. Señor Obispo:
Colima, 10 de marzo de 1926.
Sres. Gobernador y Diputados.
Ciudad.
Aunque mi carácter Sagrado de Obispo de Colima no está reconocido por las leyes que nos rigen, tengo ante la Santa Iglesia y ante mi conciencia la estricta obligación de dirigirme a esa H. Cámara y a ese Poder Ejecutivo, para manifestarles mi absoluta inconformidad con el decreto expedido el 24 del pasado febrero, en el cual se reduce el ya escaso número de sacerdotes que ejercen su ministerio en el Estado.
Al dirigirme en esta forma a ustedes declaró que no me anima un espíritu sistemático de oposición a las leyes, sino que me hallo inspirado solamente en el deber sacratísimo que tengo de salir a la defensa de los derechos de la Iglesia, vulnerados por la ley de referencia.
Delante de Dios y de todos mis amados diocesanos declaro también: que antes quiero ser juzgado con dureza por aquellos que sobre este delicadísimo asunto han provocado mi actitud, que aparecer lleno de oprobio y de vergüenza en el tribunal del Juez Divino, y merecer la reprobación del Supremo Jerarca de la Iglesia.
Alentado con nobles y elevadas miras, y para dar cumplimiento a mis deberes de Prelado de esta Diócesis de Colima, reitero a ustedes de la manera más formal, mi inconformidad con el decreto por el cual la Autoridad Civil del Estado de Colima se permite legislar sobre el Gobierno Ecco. de mi Diócesis, reduciendo a 20 el número de sacerdotes que puedan desempeñar las funciones del santo ministerio dentro de los límites del Estado.
Sin otro particular a qué referirme, de ustedes, su afmo. y atto. y S. S.
José Amador Velazco, Obispo de Colima.
LA DESATINADA CONTESTACION DEL GOBIERNO
El Gobierno del Estado, el mismo día dio la siguiente contestación:
Sr. Don José Amador Velasco, Obispo de Colima.
Presente.
Al dar a usted respuesta a su comunicación relativa, fechada hoy, le manifiesto que la Ley que determina el número de sacerdotes de cada culto que deben de ejercer en el Estado, fue expedida por mandato del artículo 130 de la Constitución General de la República, y en consecuencia su observancia es obligatoria para todos, aun para los que forman parte del llamado estado eclesiástico, que tienen obligación de acatar las leyes del país.
Protesto a usted mi atenta consideración.
Sufragio Efectivo – No Reelección.
Colima, 10 de marzo de 1926.
El Gob. Cons. Interino.
Fco. Solórzano Béjar.
El Srio. del Gob.
Carlos Véjar.
En los’ mismos días, el periódico El Liberal, publicado por la masonería de Colima, acusaba de rebelde al Clero Colimense.
HABLA EL V. CLERO
Al oficio del Gobernador Béjar, los sacerdotes colimenses contestaron inmediatamente, en un manifiesto que se hizo público en todo el Estado, firmando todos ellos. Fue escrito por la pluma vigorosa del Pbro. don Jesús Ursúa. He aquí sus principales párrafos:
Católicos de Colima:
Los Sacerdotes que subscribimos, en nombre propio y de todos los Sacerdotes de la Diócesis, nos adherimos a nuestro Ilmo. Prelado y hacemos nuestras todas y cada una de sus palabras.
INCULPACIÓN CALUMNIOSA
Católicos:
Después de cumplir con el deber urgente de manifestar nuestra adhesión al Prelado, nos vamos a permitir defendernos de un cargo grave que se nos hace. Se nos tacha de subversivos, rebeldes y sistemáticos opositores de las leyes. Rechazamos esa inculpación. Nosotros respetamos las leyes, nosotros enseñamos el respeto a la ley, el Clero de todas las épocas cristianas enseñó a los políticos la naturaleza, la esencia y aun el nombre de las leyes. El sacerdote cogió la mano del inculto político medioeval y le hizo escribir en sus códigos esta palabra: Ley.
Conocedores del Evangelio, hemos dado al César lo que es del César y hemos enseñado con el Apóstol San Pablo el respeto a los poderes de la tierra. Pero queremos también que a Dios se dé lo que le pertenece. No podemos permitir que el César arrebate a Dios lo que es de Dios. No queremos engañarnos a nosotros mismos y a sabiendas confundir las cosas. No son lo mismo Dios y el César, no son lo mismo la Iglesia y el Estado, ni tampoco significan lo mismo ley y vejación. El pan se llama pan, el vino se llama vino, y no podemos confundir el uno con el otro.
CONDICIONES NECESARIAS PARA QUE UNA LEY SEA VERDADERA.
El Pueblo Soberano que es soberanamente católico opine y juzgue por sí mismo, nosotros simplemente exponemos una doctrina sabidísima y elemental.
Cualquiera persona que entienda una jota de Derecho sabe: que una ley para que pueda llamarse así debe ser justa, útil, conveniente y expedida por autoridad competente. Ahora se pregunta ¿la ley que limita a veinte los sacerdotes del Estado, fue expedida por autoridad competente? … Para que el pueblo juzgue con acierto, hacemos estas otras preguntas: ¿un zapatero es autoridad competente en alfarería o herrería? ¿Puede un cirujano enmendar la plana a los astrónomos? ¿Es autoridad competente, entiende algo de la dirección de las conciencias y de negocios eclesiásticos un Gobierno civil? … Conteste el buen sentido popular.
Otra pregunta: Una autoridad que es incompetente porque se ha metido en asuntos que están fuera de su jurisdicción, ¿podrá dar leyes útiles, convenientes y justas en materia que no entiende? … Conteste el buen juicio popular, bien puede hacerlo, pues trátase de pedazos de sentido común que le exponemos.
Otra pregunta: Viniendo al caso, ¿la ley que reduce a veinte los sacerdotes del Estado, es verdadera ley? ¿Tiene los requisitos esenciales numerados arriba? Conteste el pueblo, está en su derecho.
Otra pregunta: ¿Cómo se llama una ley que no es Útil, ni conveniente, ni justa, ni expedida por autoridad competente? …
¿Y aquel que resiste a una ley de esta naturaleza merecerá ser llamado rebelde? … ¡No!
Católicos colimenses: Para nuestros hermanos engañados que se han convertido en gratuitos enemigos de la Iglesia, sólo pedimos oraciones. Basta de odios y venganzas.
Católicos: Nosotros rechazamos con anticipación el dictado de rebeldes. No, no somos rebeldes¡Vive Dios! Somos simplemente sacerdotes católicos oprimidos, que no quieren ser apóstatas, que rechazan el baldón y el oprobio de Iscariotes.
¡VIVA CRISTO REY!
Vicario General, Pbro. Francisco Anaya.
Secretario de la Mitra, Pbro. J. Jesús Ursúa.
Canónigo, Pbro. J. Jesús Carrillo.
Canónigo, Pbro. Jorge Inda.
Canónigo, H. Pbro. Alberto Ursúa.
Canónigo, H. Pbro. Luis T. Uribe-
Pbro. Cipriano Meléndez.
Párrocos:
De San Felipe de Jesús, Pbro. Bernardino Sevilla.
De La Merced, Pbro. Manuel Sánchez Ahumada.
De Almoloyan, Pbro. Tiburcio Aguilar.
De Tecomán, Pbro. José María Arreguín.
De Manzanillo, Pbro. Leandro Arias.
De Comala, Pbro. José A. Carrillo.
De San Jerónimo, Pbro. Ignacio Ramos.
De Coquimatlán, Pbro. Donaciano Murguía.
Presbíteros:
Miguel M. de la Mora.
Pedro Zamora Carbajal.
Enrique de Jesús Ochoa.
José María Cleofas Corona.
Mariano de J. Ahumada.
Emeterio C. Covarrubias.
Cripiniano Sandoval.
Tiburcio Hernández.
Victoriano Santillán.
Salvador Saucedo.
Ricardo Silva Morales.
Gregario Ramírez.
Juan Rodríguez.
Juan B. AIvarado.
Julián Cafuentes.
Lorenzo Jiménez.
Pablo Ursúa.
Margarita Valera.
Santiago V. Chávez.
Y Obispo y Sacerdotes todos, sin excepción, fueron procesados … por rebeldes.
Entonces aconteció una cosa singular: todos, como reos, debían ser llamados a juicio, individualmente y según el orden en que se había firmado el manifiesto; mas a aquellos labios sacerdotales los dotó el Señor de elocuencia tal, que los perseguidores se quedaban confundidos y las declaraciones de los primeros bastaron para que el tirano desistiera y las citas se suspendieron por ser algo contraproducente a los perseguidores de la Fe, que no soportaban se les estuviese diariamente echando en cara su perversidad y su traición a la Religión de Cristo.
LA VOZ DEL LAICADO CATOLICO
- Los tres primeros cruzados de la
Cristiada en Colima.
Y el Excmo. Señor Obispo y los Sacerdotes colimenses no estuvieron solos. Inmediatamente se levantó la voz del laicado católico, en un bien cortado manifiesto, exponiendo lo improcedente de la actitud del gobernador Solórzano Béjar y de la Legislatura. He aquí el documento:
MANIFIESTO
Al Pueblo Colimense:
Los suscritos que amamos con todo el corazón este pedazo de la Patria -el Estado de Colima-, como mexicanos que deseamos vivamente la paz social y el engrandecimiento de nuestra nación; y sobre todo, como católicos que hemos jurado fidelidad a las banderas de Jesucristo Nuestro Señor,
CONSIDERANDO:
1. Que el decreto número 126, expedido por la Legislatura en funciones, en el cual se establece que el número máximo de ministros de cada culto religioso en el Estado será de veinte, y se faculta al Ejecutivo para señalar cuántos ministros pueden ejercer en cada municipio y expedir el reglamento para la observancia del decreto y el reglamento de Cultos expedido por el Gobernador el día 24 de marzo del presente año, no tienen otra finalidad que perseguir la Religión Católica profesada por la casi totalidad del Pueblo Colimense, verdad que advierte desde luego todo el que esté dotado de sentido común, puesto que:
a) no existe ningún motivo que haga necesaria o útil para el bien común la ley y reglamentación dichas
b) mientras a las otras religiones se les concede mayor número de ministros que los que necesitan dado su pequeño número de adeptos, a la Católica se le quitan muchos que son indispensables y
c) ni siquiera puede invocarse el deseo de cumplir las leyes porque las Legislaturas de los Estados están facultadas, pero no obligadas, por la Constitución General, para determinar el número máximo de ministros en cada entidad federativa y, además, la ley y reglamento expedidos por las autoridades del Estado atacan en muchos puntos la Constitución general vigente, como después se dirá;
2. Que es antisocial una reglamentación que,
1° acrecienta el distanciamiento entre la sociedad y las autoridades, cuya función principal es promover el bien común,
2° que hace imposible el acercamiento del gobierno y el pueblo para laborar de común acuerdo en la obra grandiosa de la reconstrucción nacional,
3° que provocará el éxodo de las familias profundamente religiosas que buscarán en otros lugares la verdadera libertad religiosa de que gozan los pueblos cultos y carecen en su propia tierra, y finalmente,
4° que hiere profundamente los sentimientos religiosos del pueblo, sin que de ello resulte utilidad para nadie y sí un grande descontento y malestar;
3. Que el decreto y reglamento dichos se oponen a la Constitución General que establece la plena libertad de cultos dentro de los templos, considera a los ministros como personas que ejercen una profesión y prohibe el impedir a alguna persona que se dedique a la profesión que quiera, siendo lícita, toda vez que, reduciendo el número de sacerdotes se limita el culto forzosamente y no se permite a todos ejercer la profesión de su agrado; y si es cierto que el Art. 130 faculta a las Legislaturas de los Estados para fijar el máximum de ministros, también es forzoso admitir que: o la Constitución se contradice y entonces deberá resolverse el conflicto del modo más favorable a la libertad popular o las legislaturas locales deberán normarse por el criterio del Sr. Obispo (único que conoce a fondo las necesidades religiosas locales) cuando él juzgue necesario un mayor número de ministros. Y además, se oponen al mismo artículo 130 porque él autoriza únicamente para señalar el número máximo de ministros, sin pasar a disponer cómo han de distribuirse en el territorio del Estado, sin señalar penas para los infractores, cosas reconocidas recientemente por la Legislatura de Jalisco, manda tener en cuenta las necesidades regionales, lo que se olvidó completamente, bastando para probarlo el hecho de autorizar el mismo número de ministros para cada religión, siendo tan distinto el número de fieles que cada una de ellas cuenta en el Estado;
MANIFESTAMOS nuestra absoluta inconformidad con el decreto 126 y con el Reglamento de Cultos por considerarlos antilegales, antisociales y sobre todo anticristianos.
Nos adherimos en todo a nuestro Obispo y a nuestros Sacerdotes, queremos participar de sus penas, no rehusamos el sacrificio por amor de Jesucristo Señor Nuestro y lucharemos, aunque pacífica, enérgica y constantemente, por conseguir que reine en nuestra Patria la verdadera y santa libertad religiosa.
Colima, marzo de 1926.
Teófilo Pizano.
J. Trinidad Castro.
Salvador Barréda.
Luis G. Sánchez.
Francisco Gallardo.
Ignacio Parra.
Agustín Santana.
Salvador J. Grageda.
F. Santana Cueva.
José Gómez.
Benigno Naranjo.
Ramón Trejo.
Donaciano Terrones.
Raúl F. Cárdenas.
Luis de la Mora.
José L. Aguilar.
Sabino Villa.
José M. Ahumada.
J. Jesús Landín.
Daniel Inda.
Eusebio Gallardo.
Filomeno Silva.
Ricardo M. Bazán G..
Apolonio Sánchez.
Martín Zamora González.
Pedro Radillo.
Tomás de la Mora.
Julio Sánchez Z..
Juan Vargas Vz..
J. Jésús Preciado.
Miguel Castro.
FranCisco Carbajal.
Ignacio Sánchez M..
Marciano Torres.
Manuel Hernández.
Benedicto J. M. Romero.
José J. Lobato y S..
Antonio C. Vargas.
José N. Pérez.
Luis G. Gómez.
Salvador Bazán.
Candelario B. Cisneros.
José M. González.
Rafael Borjas Vázquez.
José Cervantes.
Dionisio Eduardo Ochoa.
Francisco Santana D.
ANTE EL JUZGADO DE DISTRITO
Y los diez días dados por los perseguidores de la Iglesia como plazo, corrían con vertiginosa rapidez. Dada la pública maldad de ellos, no había ninguna humana esperanza. Probóse no obstante el único medio legal que estaba al alcance de la Jerarquía Católica Diocesana: el recurso a la Justicia Federal y se pidió amparo al Juez de Distrito.
Y lo que no se niega ni aun a los grandes criminales, a saber la suspensión del acto, se negó aquí, no obstante la defensa brillante que hizo el Lic. don Silvestre Arias, del foro de Guadalajara, quien magistralmente encomió la obra de la Iglesia en Colima a través de los años, por medio de sus Sacerdotes; lo que el Sacerdote necesita trabajar para llenar sus distintos cometidos y cómo, en lugar de entorpecerse esta obra civilizadora, debería respaldarse y protegerse. Por otra parte -exponía el abogado Defensor- la Legislatura Local y el Gobernador de Colima habían obrado anticonstitucionalmente y por lo tanto el decreto en cuestión era nulo, puesto que la ley autorizaba a las Legislaturas de los Estados -no las obligaba- a reglamentar el númer;o de los Ministros del Culto, pero según las necesidades de los propios Estados. Y, aquí en Colima, las necesidades de la entidad, pedirían aumento, conforme él demostraba, y de ninguna manera disminución.
El Ministerio Público lo desempeñaba el Lic. Fernando Villarello, que azuzó impía y audazmente a consumar la obra, a ir adelante -decía él con cinismo pasmante-,contra el enemigo de la cultura, de la civilización y de la paz, que es el Clero de la Iglesia Católica.
Y el Juez de Distrito, Sr. Lic. Everardo Ramos, hombre también al servicio del Régimen impío imperante, falló en contra del infortunado pueblo colimense libre y soberano. De esta suerte los atropellos de la Legislatura Local y del Gobernador fueron respaldados en pantomima de juicio por la Justicia Federal.
EL SOLEMNE PLEBISCITO
A medida que corrían los diez días que el señor gobernador Solórzano Béjar había dado para que entrara en vigor el decreto de limitación del número de los Sacerdotes que había ocasionado el conflicto, oraba el pueblo fiel con fervor más intenso y aun los niños -decíamos- multiplicaban sus actos de desagravio y sus penitencias, suplicando el auxilio del cielo.
Y, con la oración y la penitencia, muy bien entendieron los creyentes que había necesidad de aunar tpdos los recursos legales que en su mano estuviesen para obtener la libertad y se dieron a organizar, para el lunes de pascua -5 de abril en ese año- una gigantesca manifestación del pueblo para protestar frente a Palacio y ante el Gobernador y miembros de la Legislatura del Estado, por la actitud que, azuzados por la Masonería y como instrumentos de ella, estaban tomando, no sólo en contra de los derechos de la Iglesia, sino del mismo pueblo que ellos representaban y de quien ejercían el mandato, pidiendo lá revocación del Decreto que ocasionaba malestar en todas las clases’ sociales.
Ya la víspera, en el domingo de Resurrección, las damas más distinguidas de la Sociedad se dieron prisa para organizar al pueblo, y el pueblo, electrizado, correspondió al llamado con prontitud y valentía.
¿Quién convendrá que tome la palabra, en nombre de Colima, para hablar a estos perversos que se han convertido en enemigos del pueblo?
Y se ‘pensó en la Srita. María del Refugio Morales, distinguida y simpática poetisa colimense. Las señoritas Leonor Barreto y María Espinosa fueron las encargadas de ir a entrevistarla.
Y la distinguida poetisa, con corazón de heroína, no obstante que previó desde luego la magnitud de su cometido, aceptó con un sí sonoro la invitación.
- Sí, iré. Cuenten conmigo.
Amaneció el lunes de Pascua. De casa en casa, de boca en boca, corría el anuncio de la gran manifestación para pedir, para exigir que se diese oído al pueblo, que se respetasen sus sentimientos y su voluntad; que se derogase el Decreto que aún, en aquel día, no entraba en vigor. Y pobres y ricos, de la ciudad y aún de los pueblos y poblados circunvecinos, todos se aprestaron con decisión.
Y la gran muchedumbre de pueblo que se había estado reuniendo en el Jardín Núñez desde las primeras horas del día principió a desfilar. Por todas las calles corrían las gentes en grupos más o menos numerosos, para reunirse a la manifestación, con una espontaneidad nunca vista. Hombres y mujeres, ancianos y niños, damas de la aristocracia y mujeres del pueblo vibraban al unísono.
Primero se dirigieron al hotel Carabanchel, ubicado en esos días en la actual calle de 5 de Mayo, No. 36, en donde estaba hospedado un Delegado de la Federación que se decía enviado a Colima para estudiar los acalorados problemas de la Entidad. Todavía en esos días se creía en la justicia y en la honorabilidad de representantes y delegados, esperándose que, vencidos por los argumentos que habrían de exponerse y por tan gallarda actitud del pueblo, intervendrían para que se lograse lo que Colima exigía.
Frente al hotel, sobre una mesa que de allí mismo se sacó, tomaron la palabra la poetisa María del Refugio Morales y don Margarito Villalobos. La muchedumbre llenaba materialmente, en masa compacta, toda la calle, de muro a muro y, a lo largo, en muchas cuadras. Con vibrante verbo se expuso al Delegado recién venido la indignación de Colima por aquel atropello a sus sentimientos más queridos, y se pedía su intervención para que se hiciese justicia al pueblo.
El Delegado escuchó con atención y se disculpó diciendo que el gobernador Solórzano Béjar estaba dispuesto -que se lo había asegurado a él- a atender la voluntad de los colimenses, y aun a renunciar al Gobierno del Estado si palpaba que no era hombre grato.
Y creyendo las palabras del hombre que mentía desde el balcón del hotel, optimistas y presurosos, se dirigieron todos apretadamente, a lo largo de más de cuatro cuadras, al Jardín de la Libertad, hasta frente al Palacio de Gobierno para hablar al Gobernador.
EL JARDIN DE LA LIBERTAD
Jardín de la Libertad
Cuando los manifestantes llegaban, ya había en las cuatro entradas del jardín, camiones llenos de soldados armados. ¡Principiaba a oler mal! Sobre las azoteas de Palacio la policía tomaba sus puestos. En los balcones había también policías y civiles armados y aun los mismos Diputados, autores del infausto decreto.
La multitud, algo desorientada por aquel aparato imprevisto de fuerza bruta, penetró en la plaza e invadió los jardines, con sus callecitas y sus prados y aun los portales.
La voz sonora de María del Refugio Morales, trocada en esos momentos en directora y cabeza de aquella inmensa muchedumbre, se impuso en la multitud, y la decisión, entereza y gallardía colimenses lucieron con brillantez, así como lucía sobre la ciudad un brillante y candente sol de primavera.
Las mujeres vestían sus trajes claros y vistosos; y sombrillas blancas y de colores, multiplicadas en la muchedumbre, en manos de las damas colimenses, bullían sobre aquella multitud ferviente, dando al jardín de la Libertad un elegante y pintado aspecto de la más popular de las fiestas.
De pie, sobre la banqueta del jardín, Cuca Morales, con intrepidez de heroína, principió su discurso, mientras todo un pueblo, en unánime plebiscito, respaldaba su gesto gallardo.
Y Solórzano Béjar -el gobernador- salió al balcón central de Palacio, rodeado de la camarilla de sus más adictos. Por muy breves momentos escuchó con visible nerviosidad, y luego, golpeando con ambas manos el barandal de hierro, principió a gritar colérico contra el pueblo:
Mis órdenes se cumplirán, pese a quien pese y sabré hacerme respetar: Ni el clero, ni el pueblo, ni nadie, sabrán doblegar mi voluntad.
Así dijo con altanería.
Una ola de indignación surgió de la muchedumbre y principiaron los gritos del pueblo que fueron contestados por los hombres que ocupaban el Palacio, con gesto arrogante y altanero. J. Guadalupe Rivas -el comandante de la Policía- recibió instrucciones de disparar sobre la muchedumbre indefensa. La mayor parte de los gendarmes -aseguraban los manifestantes después- disparaban tan sólo al viento. En cambio, muchos diputados y empleados que ocupaban los balcones, principiaron a descargar infamemente sus pistolas sobre el pueblo. Del balcón central en donde Solórzano Béjar dirigía aquel atentado monstruoso se disparaba con saña sobre Cuca Morales y las personas que de inmediato la acompañaban. Muchos de los manifestantes afirmaban entonces y siguen afirmando todavía, que el mismo Gobernador, con muestras de extremado coraje, disparó varias veces su pistola sobre Cuca Morales y su grupo.
Por fortuna, dada la nerviosidad y la rabia que agitaba no sólo al gobernador, sino a todos aquellos hombres, ninguna bala hizo blanco en la egregia señorita. Manuel Sánchez Silva, uno de los más aQictos a Solórzano Béjar y que había estado allí en el balcón, al lado de él, desde el principio, queriendo poner a salvo la vida de éste, temiendo alguna bala del pueblo ultrajado, le cogió del brazo y le metió, mientras sus secuaces continuaban disparando sobre la multitud que, en desorden, agitación y entre gritos de encendida y muy justa indignación, abandonaba el jardín para ponerse a salvo.
Allí, a unos pocos pasos de Cuca Morales cayó un anciano. Cuca y sus compañeras pretendieron auxiliarlo, pero fue imposible. Hubo escenas tremendas de dolor en aquella confusión. Ni el anciano ni ninguna de las demás víctimas que luego aparecieron tendidas en su sangre sobre el empedrado de la calle y sobre los prados del jardín, fueron recogidos por los familiares o amigos. Hubo de abandonárseles en las convulsiones y el estertor de su agonía. Las bocacalles fueron cerradas por los soldados y no se abrieron sino hasta que el campo había sido levantado.
De esta suerte el Jardín de la Libertad fue consagrado como tal con la sangre de las primeras víctimas que, implorando libertad, fueron acribilladas por el gobernador Solórzano Béjar.
DE LA PRIMERA SANGRE, LAS PRIMERAS FLORES
El 24 de marzo -habíamos dicho- el gobernador Lic. Francisco Solórzano Béjar había publicado el decreto que ocasionó el conflicto, dando diez días de plazo para que principiase a obligar. Ese 24 de marzo, en ese año, fue jueves de la Semana de Pasión, víspera, por tanto, de la Semana Santa que se convirtió en semana de lágrimas, de penitencia, de intensa, de intensísima oración, como jamás se había tenido. El pueblo hacía oración en los templos y en las casas. En multitud de hogares se oraba aún en las altas horas de la noche, en hora santa cotidiana, de las 11 a las 12, en expiación de tanto pecado y odio y suplicando el triunfo y libertad de la Iglesia y la conversión de los enemigos. Multitud de fieles, aun niños, ayunaban todos los días. Así se preparaba, en los planes divinos, la rehabilitación y resurrección de muchos de los que se habían convertido en enemigos de la Iglesia.
El culto solemne de expiación de esos 10 días, se repartió entre los diversos templos de la ciudad: hoy en uno, al día siguiente en otro. Allí se daba cita todo el clero, y los fieles de la ciudad llenaban el recinto santo, los atrios y las calles circunvecinas, llorando y rezando.
Nunca había habido, en la historia de los años cristianos de Colima, una misión predicada con más éxito. Eran ríos de gente los que acudían sin cesar al templo; millares de personas comulgaban todos los días. Aun aquellos que por años se habían retirado de la vida cristiana, lo hacían entonces con fervor y lágrimas y el grito de ¡Viva Cristo Rey!, grito de dolor y de esperanza, de angustia y de protesta, salía de aquellos pechos oprimidos por tanta pena.
EL ULTIMO DÍA DE CULTO PUBLICO
Y por no entregar los derechos de Dios en manos de la impiedad organizada en Régimen Revolucionario, por no traicionar a Cristo y a su Iglesia, después de la apostólica resolución del Excmo. Señor Velasco, el culto público hubo, de suspenderse en Colima el día 7 de abril, miércoles de la semana de Pascua. Era el año 1926.
Los aleluyas de la Resurrección, unidos a las lágrimas de todo un pueblo, fueron la ofrenda de Colima al Cristo triunfador a quien nunca la impiedad podrá vencer.
También en las catacumbas de Roma, allá hace casi veinte siglos, cuando la persecución de Nerón, los primitivos cristianos en sus himnos cantaban el tradicionalaleluya, exclamación de triunfo y de victoria. En el Circo Romano lo cantaban los mártires de entonces, porque la Iglesia de Cristo jamás muere: lleva en sí misma la inmortalidad y el triunfo. Aun bañada de lágrimas en los años: de cruz y martirio, canta su aleluya. Los mártires siempre triunfan, Cristo nunca muere.
¡Y qué bien el pueblo creyente entendía y sentía que al fin y a la postre no podría triunfar la impiedad! Así, aun en canciones populares, que hasta en las cárceles se cantaban por los que por la causa de Cristo principiaban a ser detenidos, lo expresaba la fe Cristiana:
Y el más satánico de los clerófobos,
jefe vandálico de la legión,
dijo colérico, si bien que tímido
al pueblo víctima de su furor:
o cumplen dóciles las leyes fúlgidas
de la libérrima Revolución
o salen dóciles, cual parias débiles
de aquesta ínsula en que mando yo.
¡Oh Historia, ábreles tus áureas páginas:
verán los Césares con su poder
caer en átomos, mientras los Mártires
con palmas fúlgidas saben vencer!
(Música de En Noche Lóbrega)
EL ULTIMO ACTO DE CULTO PUBLICO
Catedral de Colima
El último acto de culto público consistió en una Hora Santa de desagravio que tuvo lugar en la Catedral Colimense, de las 11 a las 12 del día, seguida de la celebración de la Santa Misa, en la cual había de consumirse el Sagrado Depósito. De ahí en adelante ya la Sgda. Eucaristía no podría estar en los templos. Tendría que principiar para Colima el tiempo de las catacumbas y de sus mártires, así como en Roma, durante los tres primeros siglos de la era cristiana, bajo el imperio de sus Césares.
La multitud en ese día no sólo llenaba la Catedral, sino sus atrios, y aun la calle de Madero, por su costado norte y, por su frente, el jardín de la Libertad, regado, dos días hacía, con la sangre de los católicos colimenses que allí habían muerto, ametrallados por Solórzano Béjar y sus incondicionales, cuando en actitud gallarda, se habían presentado a reclamar libertad.
En el presbiterio, luciendo en lo alto, se encontraba un grupo de jóvenes de la A. C. J. M. con la Bandera de su Comité Regional. Haciéndole guardia, estaban Dionisio Eduardo Ochoa, Antonio C. Vargas, J. Trinidad Castro, Tomás de la Mora y otros de los que después se destacarían como paladines de los derechos de un pueblo mártir. Estaban también la bandera de la Adoración Nocturna, la de la Confederación de Obreros Católicos y otros estandartes más.
Todos los pechos, inflamados de amor, protestaban fidelidad a Cristo; en todos los ojos había lágrimas de emoción; todas las miradas se dirigían a la Santa Custodia en donde, por vez última, se adoraba a Jesucristo.
Los cánticos de amor y fe resonaban en las amplias bóvedas:
Tú reinarás, este es el grito
que ardiente exhala nuestra fe.
Tú reinarás, oh Rey bendito;
pues tú dijiste: REINARÉ,
¡Reine Jesús por siempre;
reine su Corazón,
en nuestra Patria, en nuestro suelo,
que es de María la nación!
POBRE PUEBLO HUERFANO
Llegó la Comunión. Un Sacerdote bajó la Santa Hostia de la Custodia, pues era necesario consumir la Santa Eucaristía. Luego las lámparas fueron apagadas. Entonces, sí, no hubo manera de contener las lágrimas. La multitud lloraba con gran dolor. Yo vi rendirse en el pavimento, en medio de la consternación general, las banderas de la A. C. J. M. y demás agrupaciones católicas, en los más solemnes instantes: era la protesta muda, pero elocuentísima, nacida como de inspiración en aquellos momentos, de fidelidad a Cristo y de que por El se iría aun a la muerte. Yo vi los ojos de aquellos muchachos -futuros mártires de Cristo Rey- preñados de lágrimas que en silencio corrían una tras otra como gruesas perlas sobre sus viriles rostros.
Los sentimientos del alma cada uno de los fieles de aquella multitud, los expresaba a voz en cuello: unos lloraban en voz alta; otros impetraban misericordia y perdón. Se lamentaba la ausencia de Jesús; se lamentaba la suerte futura: ¿Qué haremos sin ti, Jesús? ¿Qué harán nuestros hijos? ¡Ven, Señor, ven, ten compasión de este pueblo que es tuyo! ¡Tú eres el Rey! ¡Tú, el triunfador! ¡Ven y triunfa! ¡Vence a tus enemigos! ¡Ven, Señor, y no te tardes!
Y desde aquel momento, suspendido el culto público, el pueblo fiel quedó huérfano. El templo sin sus sacerdotes, el altar con sus lámparas apagadas, mudos los campanarios y el Sagrario desnudo y abierto. Y juntas vecinales, según disponía el Gobierno de la Revolución, se hicieron cargo de los templos.
LAS MAGDALENAS ARREPENTIDAS
Cuadros semejantes hubo esa mañana del Miércoles de Pascua en todas las parroquias y lugares del Estado; en algunas partes hubo circunstancias singulares. En Comala, municipio al norte de la ciudad de Colima, después de consumido ya el Divino Sacramento, el pueblo permaneció en el templo para resguardarlo de las manos sacrílegas. Un grupo de mujeres de mala vida aparece entonces en escena: lloraban a voz en cuello y a gritos confesaban su vida de deshonor y miseria.
Somos mujeres malas, decían; pero amamos a Cristo y hoy daremos por El nuestra vida y El nos perdonará. Sólo muriendo nosotras, podrán los enemigos apoderarse del Templo.
Y se apostaron en sus puertas, en defensa del templo y del altar: Era Magdalena, la amante Magdalena que, bañada en lágrimas, supo estar al pie de la Cruz.