"No temeré ya más aunque me ataque
un ejército entero:
Dios es mi protección en el combate
y en Él seguro espero"
Salmo 27
EL próximo 2 de julio, se cumplirán 85 años de la publicación de la tristemente famosa "Ley Calles", cuya aplicación dió pie para el levantamiento armado en defensa de la fe por medio de La Cristiada y sus consecuentes mártires.
"Las iglesias y las agrupaciones religiosas tendrán personalidad jurídica como asociaciones religiosas una vez que obtengan su correspondiente registro. La ley regulará dichas asociaciones y determinará las condiciones y requisitos para el registro constitutivo de las mismas..." Extracto de la Ley CallesAl iniciar la segunda mitad del siglo XIX a raíz del establecimiento de la República Federal Laica con las perversas Leyes de Reforma, comenzaron a manifestarse fuertes encontronazos entre los sucesivos gobiernos estatales y federales con los integrantes del Clero Católico, para arrebatarle el presunto poder que éste tenía en las conciencias desde la época virreinal, y para impedir que, como había sido costumbre hasta entonces, los obispos y los sacerdotes pudieran tener cargos públicos.
Esta larga serie de desavenencias tuvo uno de sus más fuertes estallidos precisamente hace 85 años. Uno de los primeros estados en que dicho conflicto estalló, fue precisamente en Colima, donde comenzó a manifestarse a partir desde que en febrero de 1926, el presidente Plutarco Elías Calles envió a los gobernadores un telegrama instándolos a poner realmente en práctica la Constitución en materia religiosa, para meter en cintura a los obispos que, según él, se habían atrevido a desafiarlo, al republicarse una vieja declaración que uno de ellos había emitido en 1917, calificando a la Constitución de atea.
Jean Meyer comenta: "En el estado de Colima se asistía al ensayo general de lo que iba a ser la crisis nacional en julio. El 24 de marzo, la legislatura limitó a 20 el número de sacerdotes y los obligó a inscribirse ante las autoridades... Las condiciones podían parecer propicias a su tentativa: pequeño estado aislado, obispo enfermo, anciano y de carácter dulce, población pacífica, gobierno omnipotente. Para la ciudad de México, el asunto valía la pena: si el clero de Colima cedía, creábase un precedente, y las demás diócesis irían cayendo en cadena..."Inmediatamente el licenciado Francisco Solórzano Béjar, gobernador sustituto del doctor Gerardo Hurtado, se dispuso a cumplir con las instrucciones presidenciales, para controlar a la Iglesia y restringir los derechos religiosos de la población local, pero sin tomar en cuenta que en un 99 por ciento de sus gobernados profesaba ese credo.
Los primeros actos que el gobernador Solórzano emprendió en ese mismo sentido, iniciaron con la confiscación del edificio del Seminario para transformarlo en cuartel. Luego reglamentó tan rigurosamente los toques de campana que, entre tocarlas y no tocarlas, el señor obispo prefirió en diciembre que se quedaran mudas. Más tarde Solórzano incautó el templo de La Salud para convertirlo en la sede de un sindicato y, finalmente, el 24 de marzo de 1926, mediante la publicación del decreto 126, se dispuso a imponer la insensata idea de que sólo podrían ejercer el sacerdocio 20 clérigos en todo el estado y ello a condición de que se registraran ante las autoridades municipales para conseguir su licencia. Advirtiendo que el día 5 de abril siguiente lo ordenado entraría en vigor.
"Fué entonces cuando el venerable clero, encabezado por Mons. Francisco Anaya y el Padre Don J. Jesús Ursúa, en cuerpo colegiado y con gesto de sublime heroísmo, se presentó a su anciano Obispo para decirle: Estamos todos dispuestos a sufrir y aún a morir si es necesario, antes que claudicar. Estamos prontos a echar sobre nosotros la ira de los hombres antes que entregar en manos impías los Derechos de Dios y de las almas. Será Vuestra Señoría Ilma., quien iluminado por Dios, acuerde lo conducente. Contará, ayudándonos Dios, con todo su clero. Y también fue cuando, Obispo y Sacerdotes colimenses en viril documento, manifestaron que no podían ser traidores a Cristo poniendo en manos de los hombres de la Revolución impía a su Santa Iglesia". Spectator, Los Cristeros del Volcán de Colima. T. I págs. 43-44.
En ese contexto de represión apareció en Colima el general Benito García, furibundo anticlerical, quien comenzó a perseguir a los sacerdotes que, por haberse negado a cumplir con el dicho decreto, fueron acusados de rebelión y, de paso, a reprimir a los ciudadanos que les ayudaban a escapar o los escondían.
Algunos sacerdotes tuvieron entonces que salir del estado y seguir ejerciendo su ministerio en el ámbito más amplio de la propia diócesis; pero algunos pensaron que no era posible dejar a sus feligreses sin los auxilios espirituales y decidieron permanecer en sus respectivas parroquias, refugiándose en las casas de amigos y conocidos.
SAN MIGUEL DE LA MORA PRIMER SACERDOTE MÁRTIR DE LA DIÓCESIS DE COLIMA
Este sacerdote, había nacido en Tecalitlán, Jalisco, el 19 de julio de 1874, y crecido en el rancho El Tigre, aprendiendo las labores de campo y convirtiéndose en un excelente jinete. Pero al entrar en la adolescencia sintió el llamado sacerdotal y pidió a sus papás que lo dejaran inscribirse en un Colegio Seminario. Como para entonces la diócesis de Colima ya había sido erigida y abarcaba entre su territorio a la parroquia de Tecalitlán, los padres del aspirante aprovecharon que ya uno de sus hijos mayores estaba viviendo en Colima, y lo inscribieron en el Seminario Conciliar de la Diócesis.
Según los datos de que disponemos, Miguel de la Mora parece haber sido un estudiante muy dedicado y recibió la ordenación sacerdotal (por datos de sus familiares) en 1906 por el Excmo. obispo Amador Velasco.
Sus primeros años como sacerdote transcurrieron atendiendo a los fieles de Tomatlán, Jalisco, de donde pasó a servir en la entonces muy próspera y muy poblada Hacienda de San Antonio, Colima, de donde fue enviado posteriormente a la vecina parroquia de Zapotitlán, que como otras poblaciones del Sur de Jalisco, sigue perteneciendo a la diócesis de Colima.
Desde Zapotitlán fue llamado para fungir como capellán de la Catedral. Cargo que estuvo desempeñando simultáneamente con el de director de la Obra Diocesana por la Propagación de la Fe, y atendiendo las necesidades espirituales de las monjas y de las alumnas del Colegio La Paz.
En 1926, como ya se dijo, el gobernador Francisco Solórzano Béjar atenazó a la Iglesia de común acuerdo con el presidente Plutarco Elías Calles, quien después de haber visto el experimento hecho en Colima y en Tabasco por los respectivos gobernadores anticlericales, el 2 de julio de ese mismo año promulgó una ley similar, pero de ordenamiento nacional, a la que se conoció simplemente como “La Ley Calles", que recibió un amplio rechazo del clero y la feligresía.
El gobernador quiso imponer el cumplimiento de la ley, pero el clero se resistió a ello, promovió un boicot contra los productos y servicios del gobierno y, finalmente, no pudiendo llegar a ningún entendimiento, el obispo se decidió a decretar la suspensión de cultos y el cierre de los templos. Los católicos se sintieron sumamente agredidos por el gobierno y éste, sin medir las consecuencias, ordenó al obispo y a los curas reabrir los templos e irse a registrar ante las autoridades como lo estipulaba la ley. Pero el clero se resistió, provocando el endurecimiento del gobierno en contra suya.
Los comerciantes de quejaron ante el gobernador de que ya casi no vendían nada porque los católicos redujeron las compras a lo mínimo indispensable. Solórzano, pese a saber la repulsa generalizada que habían generado sus disposiciones nugatorias contra los derechos religiosos, se negó a retractarse y buscó la manera de encontrar una salida que no lo dejara tan mal parado ante Calles y la opinión pública, y le solicitó a don Daniel Inda, don Andrés García y don Tiburcio Santana, tres señores muy reconocidos de Colima, que se entrevistaran con los representantes del clero para ofrecerles transigir a condición de que reiniciaran el culto. El padre Jesús Urzúa, secretario del Obispado, dijo que no había garantías sobre lo propuesto y condicionó a su vez la reanudación del culto a que se derogaran el decreto del gobernador y no se aplicara la “Ley Calles”. Propuestas que Solórzano no aceptó y, para acabar de agravar la situación, un general de apellido Talamantes comenzó a cometer graves abusos en contra de la población católica e incluso graves e inmerecidos “ajusticiamientos”, como el ocurrido en septiembre de 1926 cuando, tras de haber aprehendido a 30 ciudadanos que según él conspiraban contra el gobierno, mandó fusilar a ocho.
La noticia se publicó incluso en el periódico Excélsior, pero el general Talamantes, su perpetrador, ni se inmutó y, por el contrario, continuaron los encarcelamientos, los tormentos en las celdas clandestinas, las desapariciones y los asesinatos, como el que se cometió en contra de cinco mujeres colimenses que, un día de a principios de octubre, aparecieron colgadas en las ramas de los sabinos de junto a la "Piedra Lisa".
El año de 1926 cerró, pues, con muchas complicaciones y alteraciones sociales. En enero de 1927 un grupo de jóvenes católicos decidió finalmente, levantarse en armas para defender sus derechos y combatir la violencia con fuego. Dando inició así a La Cristiada formalmente dicha. Por lo que la persecución de los gobiernos federal y estatal se agudizó azuzando a ejidatarios y agraristas en contra de los llamados cristeros y aquello se convirtió en una guerra cívico-religiosa. Tanto que hacia mediados del año ya se sumaban decenas de muertos en las hostilidades.
Al padre Miguel de la Mora, quien seguía viviendo en Colima, le tocó que uno de los generales que estaban participando en ese conflicto, se fuera a vivir en una casa rentada situada precisamente enfrente de la suya, de manera que no tardó en ser identificado y hecho prisionero. Un grupo muy importante de ciudadanos católicos intercedió por él y pagó una fianza para que lo liberaran y así se hizo, pero le dieron la ciudad por cárcel y un plazo para que, una de dos, o reabriera la Catedral con un culto independiente de la Católica bajo vigilancia y obediencia a la autoridad civil, o volviera a la cárcel.
A principios de agosto de 1927, viendo que el plazo se le iba a vencer, el padre De la Mora no quiso traicionar a su fe y decidió salir en secreto de Colima, acompañado por su hermano Regino y el padre Crispiniano Sandoval, vestidos con ropa común.
Un amigo les prestó el día 6 un coche para que, durante la madrugada del 7 los trasladara hacia la Hacienda de La Estancia, de don Luis Brizuela, en donde unos mozos los estarían esperando con cabalgaduras para tratar de escapar hasta el rancho de El Tigre, donde los dos hermanos habían nacido y crecido.
Desde La Estancia avanzaron a caballo hasta la antigua hacienda de Cardona (hoy ya desaparecida), en donde unos agraristas reconocieron al padre y aprehendieron a los tres para llevárselos presos de regreso a Colima.
Ninguno de los agraristas conocía, empero, al padre Sandoval y, como se desentendieron de él, logró escapárseles antes de llegar a la ciudad.
No hubo juicio legal en contra del padre Miguel y de su hermano Regino, pero sí una sentencia inmediata de muerte. Lo que se supo en ese sentido fue que, casi en cuanto los agraristas llegaron con sus prisioneros al edificio del antiguo y muy querido seminario donde Miguel de la Mora había hecho sus estudios (convertido en ese momento en cuartel, y que hoy es la escuela primaria Gregorio Torres Quintero), el general les formó un cuadro de fusilamiento pasado el medio día, del 7 de agosto de 1927. Convirtiéndose así, el padre Miguel, en primer sacerdote mártir de la diócesis de Colima.
En un carro fúnebre, llamado "mariposa", fue llevado al Panteón Municipal, en donde parece que unos parientes pudieron obtener el cuerpo y sepultarlo cristianamente, pero deprisa.
Días después, el General, creyendo que el padre llevaría en sus ropas dinero, mandó que durante la noche unos soldados exhumaran el cuerpo y extrajeran el dinero imaginado.
Si lo obtuvieron o no, se desconoce, lo cierto es que de golpe arrojaron nuevamente el cadáver a la fosa sin ningún detenimiento y sin depositar nuevamente el cadáver en el féretro, sino que sobre el cuerpo arrojaron la caja y la tierra que sellaría la tumba hasta dos años después, cuando, formada una comisión especial, exhumaron los restos y los trasladaron a la Catedral, en la cripta que el pueblo llama "Capilla de los Mártires", en donde espera la resurrección final.
Pedro Sánchez Ruiz. Nacimiento, grandeza, decadencia y ruina de la nación mejicana.
Abelardo Ahumada. Columna Diario de Colima
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