Fueron millares de católicos mexicanos los que comprendieron que su deber era empuñar las armas en defensa y por la reimplantación del Reinado Temporal de Cristo en México y en defensa y por la salvación de la Patria, y un buen día se acostaron cristianos y se despertaron “Cristeros”, lanzándose a la Cruzada haciendo éste juramento y rezando ésta oración:
“Yo juro solemnemente por Cristo crucificado, por la Santísima Virgen de Guadalupe, Reina de México, y por la salvación de mi alma, la cual entiendo bien que comprometo si falto mi juramento:
PRIMERO: Guardar el más absoluto secreto sobre todo aquello que pueda comprometer en lo más mínimo la causa que defiendo.
SEGUNDO: Defender con las armas en la mano la completa libertad religiosa en México. Es válido mi juramento hasta que no se consiga enteramente esa misma libertad religiosa que deseamos.
Si cumplo, que Dios me premie, si no cumplo que Dios y mis hermanos me castiguen.
Jesús Misericordioso: Mis pecados son más que las gotas de tu Preciosa Sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al Ejército que defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por Tí. ¡Quisiera nunca haber pecado para que mi vida fuera un ofrenda agradable a tus ojos! Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis pecados. ¡Por tu Santa Cruz, por tu Muerte, por mi Santísima Madre de Guadalupe, perdóname! No he sabido hacer penitencia de mis pecados; por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido de ellos. no quiero pelear ni vivir sino por tu Iglesia y por Tí.
Madre Santísima de Guadalupe: Acompaña en su agonía a éste pobre pecador. Concédeme que mi último grito en la tierra y mi primer cántico en el Cielo sea ¡VIVA CRISTO REY!“