viernes, 16 de septiembre de 2011

INTOLERANCIA ILUSTRADA EN MÉXICO



(LA REVUELTA DE LOS CRISTEROS 1926-1929)

Para poder entender la revuelta de los cristeros hay que analizar primero las persecuciones que ha sufrido la Iglesia Católica por parte de los todos los regímenes influenciados por el liberalismo, la masonería y el comunismo internacional liderado por el judío-bolchevismo. Esos regímenes que se han considerados ilustrados o heredados de la ilustración tras la emancipación de la América española en el pasado siglo XIX, apoyados por las logias norteamericanas habidas de poder. Por ello, que analizar la situación de México desde su emancipación cuando la burguesía criolla americana –es decir, blanca—del siglo XIX, ansiosa de liberarse del poder de la Corona española y de la influencia de la Iglesia (para poder explotar sin trabas a los indígenas), se agruparon en logias masónicas locales, intervenidas por fracmasones del norte anglosajón, que ya entonces buscaban penetrar el solar patrio de nuestra América española. Acciones como las que efectuaron en 1810 y 1821, las veríamos recrudecidas en la Guerra hispano-norteamericana de 1898; cuando los ansiosos imperialistas americanos se lanzan a la conquista de un imperio ya muy debilitado, el Español. Perdiendo nuestras más preciadas posesiones de ultramar. Las joyas de la corona de España: Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que pasaron a manos de EEUU y Guam, Las Carolinas y las Marianas que fueron vendidas a Alemania en 1899, por 25 millones de $ americanos.
En México las primeras leyes jacobinas y las primeras insurrecciones católicas abarcaron los años 1858-1862. Pero será a partir de 1910, con la irrupción en el panorama ilustrado de un socialismo y un marxismo rampantes cuando la situación alcance un punto crítico.
LAS PRIMERAS PERSECUCIONES RELIGIOSAS EN MÉXICO
En 1810 con el grito del cura Miguel Hidalgo: “¡¡Viva Fernando VII y muera el mal gobierno!!”, se inicia el proceso que culminaría con la independencia de México. Aunque en 1821, el “Plan de Iguala” decide la independencia completa de México como monarquía constitucional que al ser ofrecida sin éxito a Fernando VII, queda a la designación de las cortes mexicanas. Tras el breve gobierno del Emperador Agustín de Itúrbide (1821-1824), rechazado por la masonería y fusilado en Padilla, donde se proclamó la República en 1824. Algunos historiadores han visto la inusitada colaboración del clero mexicano en la independencia de México, como una forma de liberarse de la política afrancesada y anticatólica de los gobiernos españoles y, así, mantener íntegra la Fe Católica que en Europa que parece pronto a desaparecer tras el triunfo de la Revolución francesa. En 1833, siendo presidente Santa Ana, el Vicepresidente Gómez Farias, da inicio a un programa de secularización del Estado Católico mexicano, arremetiendo contra los católicos. El programa incluye leyes de prohibición de ventas y herencias de bienes eclesiásticos, desamortizaciones, desligación de monjas y frailes de su voto de obediencia. Esta política causa una reacción de motines populares que propicia la caída de Gómez Farias. Ya en 1855 se desata la revolución liberal con toda su virulencia anticristiana, cuando se hace con el poder Benito Juárez (1855-1872). Benito Juárez recibe influencia de la logia norteamericana de Nueva Orleáns, la cual impondrá la constitución de 1857, de orientación liberal, y las leyes de reforma de 1859, tanto una como la otra hostiles a la Iglesia. Aquella constitución establecía la nacionalización de los bienes eclesiásticos, supresión de las órdenes religiosas, la secularización de cementerios, hospitales y centros benéficos. En conclusión la cristiada de 1926-1931 tuvo un precedente muy parecido en los años 1858 1861. En 1857, bajo el gobierno de Juárez se determina en el artículo 3º de la Constitución, impuesta en aquel año, previendo la eliminación de la enseñanza católica. El artículo 13º pone fin a los tribunales de la Iglesia, y el artículo 123º permitiría al Estado intervenir en materia de culto religioso. El Papa condena esta Constitución anticristiana y con ello se desencadenará la Guerra de los Tres Años o llamada Guerra de la Reforma (1857-1860)
La cristiada supone y pone de manifiesto cómo lo que permitió a cualquier hombre de nuestra tierra vivir en libertad perteneciendo a ese pueblo, que es la Iglesia. Los hombres que lucharon y murieron en la guerra cristera la hicieron para afirmar su pertenencia a Cristo, reafirmando que el hombre depende de Dios y no del poder. Durante la larga dictadura del general Porfirio Díaz (1876-1910) el conflicto entre la Iglesia y el Estado conoce un período de tregua. Bajo su gobierno la Iglesia Católica llevo a cabo una “segunda evangelización” desarrollando numerosos movimientos de acción cívica y social dentro del espíritu renovador de León XIII. Pero la caída del presidente demócrata Francisco Madero (febrero de 1913) volvió a atizar la revolución y el nuevo gobierno atacaría a la Iglesia Católica. El carrancismo, que agrupa a las facciones victoriosas de la revolución se distinguiría por su furioso anticlericalismo, al contrario del villismo (Pancho Villa) y el zapatismo (Zapata). Los carrancistas destruyeron iglesias, colgaron sacerdotes y cerraron conventos, considerando a la Iglesia el enemigo del Estado. El gobierno del general Venustiano Carranza que dirigió los infortunados designios de México (1916-1920)..llevó a cabo una dura represión contra los católicos. Durante las revueltas para conseguir el poder intensificó los ataques a la Iglesia Católica. Sus tropas hicieron auténticos desmanes y tropelías de actos inhumanos contra sacerdotes y religiosas quemándolos y mutilándolos. Aún hoy en día se conoce en México “carrancear” la acción de robar y atropellar. En 1917 consiguió que el Congreso mexicano (compuesto exclusivamente de carrancistas) apruebe la Constitución de Queretano, profundamente anticlerical y atea.
En efecto, “la Cristiada” tuvo un precedente muy parecido en los años 1858-1861. También entonces la catolicidad mexicana sostuvo una lucha de tres años contra los Sin Dios de la época, aquellos laicistas de la Reforma, también jacobinos, que habían impuesto la libertad para todos los cultos excepto para los católicos. Como dato importante a destacar, tenemos que tener en cuenta que entre el siglo XIX y XX, tras la emancipación de la América española, el único presidente de México que fue Católico, ni masón ni ateo, fue Victoriano Huerta, que gobernó México entre 1913 y 1914.
La reforma liberal de Juárez no se caracterizó solamente por su sectarismo antirreligioso, sino también porque justo a la desamortización de los bienes de la Iglesia, eliminó los ejidos comunales de los indígenas. El período de Juárez se vio interrumpido por un breve período en el que por imposición de Napoleón III, en la expedición militar franco-española, ocupó el poder Maximiliano de Austria (1864-1867), y fusilado en Quereteno, poco más tarde. A Juárez le sustituyó en el poder Sebastián Lerdo Tejada (1872-1876). Quien había estudiado en el Seminario de la Puebla, Tejada acentuó la persecución religiosa, permitiendo el incendio de iglesias y el asesinato de sacerdotes. Durante ese gobierno se expulsó de México a las –Hermanas de la Caridad— que sumaban unas 500 aprox. y atendían a unas 15.000 personas. Todos estos actos provocaron otro alzamiento armado llamado de los Religioneros (1873-1876) cuando el campesinado católico se armó y luchó contra el gobierno ateo de Tejada.
Durante el Gobierno del general Álvaro Obregón (1920-1924) las relaciones entre el Estado y la Iglesia fueron aún más tensas, sin poder llegar a un acuerdo conciliador. Los choques entre los miembros del CROM organización sindical de inspiración marxista-leninista y los de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) se convirtieron en noticia cotidiana. Aunque también hay que destacar que aquellos años fueron convulsos no tan sólo por el enfrentamiento militar y la guerra civil que sacudió el país durante años sino por el sinfín de asesinatos que pusieron fin a la vida de sus presidentes; el presidente Madero fue asesinado en 1913, Zapata es asesinado en 1919, el presidente Carranza en 1920, Villa en 1923, y el general Obregón, más tarde presidente, también sucumbirá ante las balas asesinado en 1928. Las revueltas campesinas, los golpes de Estado y el crimen se convierten en la norma política.
EL CONFLICTO ENTRE EL ESTADO Y LA IGLESIA
Desde los inicios del Cristianismo en México siempre ha habido problemas entre la Iglesia y el Estado, problemas que iban desde represalias como las hubo en la Nueva España (nombre antiguo de la República Mexicana) hasta grandes rebeliones y muertes como en la cristiada. El capítulo más virulento de este enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado duró tres años, desde 1926 hasta 1929, con el movimiento armado de los Cristeros.
La Cristiada empezó cuando por decreto nacional, el presidente de aquel entonces Plutarco Elías Calles hizo valer los artículos de la Constitución Mexicana, que eran el 3º, el 5º, 24º, 27º y 130º, que atentaban contra las libertades y derechos de enseñanza, asociación y propiedad de los derechos religiosos. En el período en que gobernó México Elías Calles, tuvo que luchar, a su entender contra tres enemigos; los latifundistas nacionales, los inversionistas extranjeros y la Iglesia. La rebelión no se hizo esperar. Se trata de la epopeya trágica de los cristeros, que, como sus hermanos de la Vendée, la región de Francia, que continuó luchando por su identidad católica y monárquica, durante la Revolución Francesa en 1789. Estas revueltas contrarrevolucionarias, son un mero ejemplo de la lucha por la Fe. Tanto los vandeanos franceses, como los carlistas españoles, los miguelistas portugueses, o los propios cristeros que son la más ferviente demostración de la existencia de un verdadero pueblo contrarrevolucionario. Los cristeros mexicanos exceptuando la participación de los Requetés en la Guerra Civil Española (1936-1939), pueden considerarse en pleno siglo XX, los últimos grandes cruzados de la Cristiandad. Aquellos hombres lucharon formando bajo la Bandera del Sagrado Corazón de Jesús: 200.000 hombres armados, apoyados por las llamadas “Brigadas Bonitas” (mujeres que tomaban a su cargo la sanidad, la intendencia y las comunicaciones). En 1925 el Gobierno revolucionario de México, ante la imposibilidad de someter a la Iglesia a su voluntad, decide crear la Iglesia Nacional Mexicana, separada de Roma, en la que el poder político pueda elegir a los obispos. Se la denomina Iglesia Católica Apostólica Mexicana. Y la cabeza visible de esta iglesia herética es el cismático Joaquín Pérez, que se hace llamar Papa de la Iglesia Nacional Mexicana. La unión popular juega un papel fundamental en el oeste mexicano, en la organización de la rebelión cristera. Los enfrentamientos entre el sindicalismo revolucionario y el sindicalismo católico son frecuentes y causaran muchas víctimas. En 1925 se crea la Liga Nacional de Defensa Religiosa, cuyo principal fin es la lucha política. En 1926 Calles intensifica su política anticlerical cerrando 129 colegios y clausurando 30 iglesias. Anunciando que continuará intensificando su política antirreligiosa. Expulsado a los sacerdotes católicos extranjeros y abriendo las puertas a los metodistas norteamericanos. También acabará expulsando a los delegados apostólicos de la Santa Sede. Ese mismo año, Calles, decreta la suspensión del Culto Católico para el 31 de julio del mismo año. Entre julio y agosto del año 1926 comienzan los primeros levantamientos cristeros. Estos levantamientos se traducen en grupos de 50, 60, 100, 300, 500 hombres, con pocas armas, pero todos ellos dispuestos a morir por su fe. En 1927 llegan a ser más de 20.000 los cristeros en armas, dominando Estados enteros de México.
El ejército federal esta compuesto en 1927 por unos 80.000 hombres, sin contar las milicias agraristas que son armadas para combatir a los cristeros y que en su mejor momento cuentan con 20.000 hombres. Además el gobierno cuenta con 8.000 hombres de tropa de los Estados y unos 6.000 policías rurales. El Estado Revolucionario cuenta con unos 115.000 efectivos para combatir a las Cristiada, además de un presupuesto importante del Estado que le dedica sus mejores partidas; cuenta con fábricas de armamento, con 14.000 oficiales, asesores norteamericanos, artillería y aviación, la fuerza aérea mexicana participará en la operación con más de 60 aeronaves. Por su contra, los cristeros movilizan a más de 200.000 efectivos..mal armados al principio, sin artillería, ni aviación, ni con suficientes municiones..pero con un aliado mucho más fuerte, su fe en Dios. La infantería federal fue ineficaz y sólo sirvió para defender las guarniciones o para proteger las líneas férreas. En cuanto a la caballería federal, fue ampliamente inferior a la cristera, que se caracterizaba por sus hábiles jinetes y conocedores del terreno. Los federales utilizan la técnica de las “concentraciones”, llevada a cabo por Weyler en Cuba. Es una táctica tan sencilla como cruel. Como característica a señalar en esta guerra, decir que el ejército federal no hace prisioneros: interroga y después fusila, degüella o ahorca a los cristeros. La guerra cristera se presenta como una guerra de desgaste donde ninguno de los bandos contendientes parece capaz de someter al otro. Un agregado militar norteamericano señala la ausencia de un jefe supremo entre los cristeros como factor de su posible derrota. La persona escogida es el general Enrique Gorostieta, un antiguo héroe militar mexicano. Los cristeros se especializan en los sabotajes y asaltos a trenes, de tal forma que el ejército federal se queda prácticamente bloqueado. Las deserciones en el ejército federal empiezan a ser muy frecuentes y preocupantes, llegando a la cifra de 30.000 en 1928. La guerra se desarrolló entre 1926-1929 y el gobierno tuvo que aceptar un compromiso debido al tremendo apoyo popular que levantaron los cristeros a su paso. El avance se vio frenado por la orden llegada de la Santa Sede de deponer inmediatamente las armas, y que, a pesar de los éxitos fue inmediatamente obedecido por las tropas cristeras. Hubo muchos fusilados que morían al grito de “¡¡Viva Cristo y Nuestra Señora de Guadalupe!!” Entre ellos estaba el padre Miguel Agustín Pro, beatificado por Juan Pablo II en 1988. El 22 de noviembre de 1992, en la solemnidad de Cristo Rey, Juan Pablo II beatifica a 22 sacerdotes mexicanos y a tres jóvenes laicos de la Acción Católica, martirizados durante la Guerra Cristera.
Los combatientes católicos son conocidos despectivamente durante la guerra cristera por sus enemigos como los Cristos Reyes o los Cristeros; ya que su signo es un crucifijo en el pecho, su bandera la mexicana con la Virgen de Guadalupe y sus gritos de guerra: ¡¡Viva Cristo Rey!! y ¡¡Viva la Virgen de Guadalupe!! Por ello, no se puede entender la historia de México, sin la labor evangelizadora de los españoles. Como el vasco Juan de Zumárraga, obispo de México en 1531. Pero para entender la situación convulsa que llevó al enfrentamiento eclesiástico en México, lo debemos a la mala política de los Borbones. Con los Austrias, sus gobernantes sabían respetar a la Iglesia. No así, los Borbones que entienden la modernidad como el sometimiento de la Iglesia al poder político. La persecución del Rey Carlos III y sus ministros masones contra los Jesuitas llega a Nueva España donde 500 padres de la Compañía de Jesús son expulsados. Ya en 1767 el pueblo mexicano se arma y se amotina contra la expulsión. Con esta no será ni la primera ni la última revuelta armada de los católicos mexicanos por defender su tradicionalismo religioso.
La paradoja es que, el único país moderno que mantiene una constitución atea en vigor es México. Que además es el país que acoge con más júbilo la llegada y visitas del Papa, y el que sostiene el santuario más visitado del mundo: Guadalupe.
Los polémicos “arreglos” que significaron el fin de la primera guerra cristera ponen de relieve la heroicidad de los cristeros y su importancia a la hora de someter a la Revolución atea. En primer lugar los cristeros no se alzan obedeciendo órdenes de sus obispos, más bien se levantan en armas contra su consejo. La cristiada no es fruto de una conspiración de unas elites, sino del entusiasmo de un pueblo. La situación de la guerra es tan favorable a los cristeros que bien se puede calificar 1929 como su momento de máximo apogeo. Los arreglos fueron considerados por la masonería como un triunfo sobre la iglesia católica. Respecto al apoyo de los cristeros, cabe decir que sólo dos obispos se “echan al monte”, viviendo en clandestinidad, para poder administrar sus diócesis en medio de la guerra: Mons. Amadeo Velasco, Obispo de Colima y Mons. Orozco y Jiménez, Arzobispo de Guadalajara. Y en cuanto a los sacerdotes: unos 3.500 acataron las leyes y abandonaron sus parroquias. Se calcula que un centenar de sacerdotes se manifestaron hostiles a los cristeros. Estos sacerdotes eran miembros de la Iglesia Nacional Católica de México, una iglesia herética separada de Roma. Durante el conflicto son ejecutados 160 sacerdotes: 69 de la Archidiócesis de Guadalajara, 38 en Jalisco, 8 en Zacatecas, 28 en Granajuato, Diócesis de León, y 17 en la Diócesis de Colima. Jean Meyer, en su estudio sobre los cristeros, contabiliza una relación de unos 250 mártires que reúnen las características propias del martirio que exige la Iglesia Católica: espíritu de sacrificio martirial, amor a Cristo y a la fe, y morir asesinados por ser católicos o por simple odio a la fe y acoger la muerte perdonando a los verdugos.
En 1927 los principales jefes militares que combatieron a los cristeros fueron los generales Eulogio Ortiz, Anacleto López y Gonzalo Escobar, designándose a este último como jefe de la campaña. Y los héroes de la Cristiada, los campesinos armados que fueron dirigidos por hombres como los generales Fermín Gutiérrez, Enrique Gorostieta o Luis Ibarra; el coronel José Bejarano, o Anatolio Partida. Los capitanes; Sebastián Bañuelos, Miguel Anguiano, Sebastián Arroyo, Cisneros y Arreola entre otros. La revuelta que duró tres años, fue llevada a cabo por el movimiento campesino autónomo más importante de América Latina durante el siglo XX. El levantamiento supuso la reacción de una sociedad campesina, tradicional y católica contra el autoritarismo del Estado nacido de la Revolución de 1917. Además un evento de la historia de considerable importancia y que no es tratado en ningún libro de texto. Hay que tener en cuenta que los grandes movimientos contrarrevolucionarios de la historia moderna, y el de los cristeros en particular es un movimiento popular, que se alzó para defender un modo de vida contra una reforma anticatólica que pretendía borrar al Cristianismo de América Latina. Los Cristeros se alzaron como los antiguos Cruzados de la Edad Media para defender lo más sagrado de su existencia, la Fe en Dios. Y como tal deben ser recordados como héroes, y tratados como soldados. Porque como manda la Ordenanza del Requeté, los soldados de la Tradición, habrán de tener su puesto en el Reino de Dios. Los Cristeros al igual que los Requetés lucharon por la misma causa, su Fe en la Tradición. Y en consecuencia, no debemos olvidarnos de sus históricas hazañas y lamentablemente de las persecuciones, torturas y asesinatos a los que fueron sometidos los Cristeros por creer en Dios. Si hoy podemos hablar de existencia del cristianismo en México es gracias a los cristeros, que supieron ser fieles a Dios y a la Iglesia en todo momento y hasta las últimas consecuencias.



David Odalric de Caixal i Mata

D. DAVID ODALRIC DE CAIXAL I MATA
Historiador colaborador del Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército.
Historiador colaborador Foundation Ecole Militaire de Saint-Cyr.
Historiador colaborador US Army Military History Institute.
Historiador colaborador The Strategic Studies Institute of the Army War College.
Historiador colaborador del Aula de Cultura de Defensa.
Historiador Colaborador del Museo Nacional Militar del Dia-D (Universidad de Nueva Orleans-EEUU).
Miembro de la Real Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas y Guardia Civil.




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