Después de dos años y medio de combates, los Cristeros afrontaron el duro trance de la rendición, y su comandante -a la muerte de Gorostieta-, Jesús Degollado Guízar, les dijo en su proclama de licenciamiento:
«Nuestra resistencia ha sido un hecho cuya magnitud no pueden comprender los que se gozan en deturparnos siempre… Aunque se han tenido que dar pruebas repetidas y constantes de bravura y tenaz perseverancia, que soportar por larguísimo tiempo acerbísimas penas, han sido nuestro sostén en la contienda, no sólo el valor y el desinterés que los combatientes nos hemos comunicado, sino de un modo especial, la cooperación que sin descanso y con una abnegación que no tiene límites, nos han prestado los habitantes de las comarcas en que hemos luchado, y en forma asombrosa, miles y miles de personas desde muchos puntos del país. Este esfuerzo, esta cooperación explican, en parte, el motivo de nuestra resistencia contra el enemigo provisto de toda clase de elementos y sostenido por el oro y el poder de la nación más rica de la tierra.
«Su Santidad el Papa por medio del Excelentísimo señor Delegado Apostólico, ha dispuesto, por razones que no conocemos pero que, como católicos aceptamos, que sin derogar las leyes, se reanudarán los cultos… En el acto, nuestra situación, compañeros ha cambiado… En realidad, el arreglo inicial concertado entre el Excelentísimo Señor Delegado Apostólico y el licenciado Portes Gil nos ha arrebatado lo más noble, lo más santo, que figuraba en nuestra bandera desde el momento en que la Iglesia ha declarado que, por de pronto, se resignaba con lo obtenido, y que esperaba llegar por otros medios a la conquista de las libertades que necesita y a las que tiene legítimo derecho. En consecuencia, la Guardia Nacional ha asumido toda la responsabilidad de la contienda, pero esa responsabilidad no le será imputable desde el 21 de junio próximo pasado: la actual situación no ha sido creada ni apetecida por ella.
«Como hombre, cábenos también otra satisfacción que jamás podrán arrebatarnos nuestros contrarios: la Guardia Nacional desaparece, no vencida por sus enemigos, sino en realidad, abandonada por aquellos que debían recibir, los primeros, el fruto valioso de sus sacrificios y abnegaciones…
«¡Ave Cristo, los que por Tí vamos a la humillación, el destierro, tal vez a una muerte ingloriosa, víctima de nuestros enemigos, con todo remordimiento, con el más fervoroso de nuestros amores te saludamos, y, una vez más, te aclamamos Rey de nuestra Patria!»
Y en efecto, los Cristeros, excelentes cristianos del siglo XX, quedaron a merced de los leones. El compromiso oficial de conceder pasaportes a los amnistiados fue violado por numerosos funcionarios sedientos de venganza. Después de rendir las armas, valientes jefes de la Guardia Nacional, e incluso tropa cristera, fueron asesinados en diversas partes del país. Durante meses duró este festín de sangre en ciudades, poblados, villas y rancherías eran buscados y muertos los que se habían distinguido en una acción de guerra.
Si no se les había podido abatir en el combate, era fácil liquidarlos ya rendidos.