La consagración de México a Cristo Rey, cosa al parecer imposible –a semejanza de la realizada por García Moreno en el Ecuador en 1873–, pudo sin embargo realizarse, aprovechando la venia del general Victoriano Huerta, presidente (1913-14), indio puro de Jalisco, que, por rara circunstancia, era católico y no masón, sino odiado y calumniado por las logias. Fue entonces, el 6 de enero de 1914, durante el solemnísimo acto realizado en la Catedral, en presencia de todas las primeras autoridades religiosas y civiles de la nación, cuando por primera vez en México el pueblo cristiano alzó el grito de ¡Viva Cristo Rey!
Pues bien, a los comienzos de la Cristiada, con fecha 17 de mayo de 1927 se da traslado a los Obispos mexicanos de algunas respuestas y licencias llegadas de Roma. Y en el documento se lee: «Otro rescripto que hemos recibido concede a los que están en México, indulgencia plenaria in articulo mortis, si confesados y comulgados, o por lo menos contritos, pronuncien con los labios, o cuando menos con el corazón, la jaculatoria ¡Viva Cristo Rey!, aceptando la muerte como enviada por el Señor en castigo de nuestras culpas». Jean Meyer niega la existencia de este insólito documento (II, 344-345), pero posteriormente López Beltrán ha reproducido su fotografía en la obra ya citada (73).
2 de octubre de 1927. El Cardenal Gasparri, secretario de Estado, en unas declaraciones al The New York Times (2-10-1927), cuenta los horrores de la persecución sufrida en México por la Iglesia, y denuncia el silencio de las naciones, al «tolerar tan salvaje persecución en pleno siglo XX».