"...Dos días antes de la supresión de cultos en toda la República decretada por el episcopado caía un viejo y modesto comerciante de aquella ciudad (Puebla), José García Farfán originario de Taxco, estado de Tlaxcala, quién contaba a la sazón de 66 años de edad. De carácter enérgico, era ampliamente conocido y estimado en su barrio, por sus frecuentes gestos de caridad y su piedad acrisolada. Había impulsado, en su pequeño comercio de miscelánea las publicaciones católicas. Y precisamente para arreglar algún asunto pendiente con la revista El Mensajero del Corazón de Jesús y hacer unas visitas a la Virgen de Guadalupe, estuvo en la ciudad de México unos días antes en el mes de Junio de 1926. A su regreso a Puebla llevó consigo varios letreros que le fueron proporcionados por la Liga de la Defensa Religiosa, a la que se había adherido desde un principio.
Puso en su aparador, en forma ostensible, aquellas leyendas que decían: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Sólo Dios no muere!, etc.
El día 28 de julio fue a comulgar, como si presintiera el próximo fin de su vida. A media mañana entró en la miscelánea el asistente del general Juan Guadalupe Amaya, que venía acompañado del general Daniel Sánchez y otro soldado, en un coche que se detuvo enfrente. Ordenó el asistente a Farfán que saliera a ver al general Amaya que lo llamaba.
-¿Donde está?
-En su automóvil, allí en la puerta.
-Pues dígale a su general, que hay la misma distancia de su automóvil a mi mostrador, que de mi mostrador a su automóvil, donde estoy a sus órdenes.
Ambos generales entraron en la tienda y llenaron de improperios al anciano propietario, a quien ordenaron quitar los letreros del aparador. José García Farfán se negó, pues en su casa sólo mandaban, primero Dios y después él, y si alguien se atrevía a quitar de allí esos letreros tendría que atenerse a las consecuencias. Amaya sacó la pistola y disparó a quemarropa al anciano, quien por gracia de Dios no fue herido, y empezó a arrancar de la vitrina los letreros.
García Farfán no resistió tal atentado y, lleno de ira tomó un frasco de cristal que contenía chiles envinagre y lo arrojó al militar. El general Sánchez detuvo el improvisado proyectil con el brazo y recibió una herida en la muñeca. Eso bastó para que García Farfán se serenara y pidiera una disculpa a su contrincante. Y mientras curaba al herido con humildad franciscana, Amaya continuó destrozando el contenido del aparador. Sólo dejó por descuido, un letrero que decía: ¡Dios no muere!
García Farfán fue apresado por los militares y conducido al cuartel de San Francisco, sin que valieran las peticiones del vecindario que trataba de rescatarlo, ni la intervención de un abogado que interpuso un amparo que no fue tomado en cuenta por sus aprehensores.
En la mañana del 29 de julio, Amaya formó el cuadro para fusilar al católico anciano y, momentos antes de dar la orden de fuego, con despiadado sarcasmo dijo a García Farfán:
-A ver ahora cómo mueren los católicos...
-Así respondió el mártir, y estrechó el crucifijo de su rosario contra su pecho, l tiempo que gritaba: ¡Viva Cristo Rey!
Las balas atravesaron su cuerpo. Allá, en el aparador de su comercio, un letrero proclamaba: ¡Dios no muere!
García Farfán fue el primero a partir de esa fecha, de una larga lista de victimas inmoladas por el odio ateo. Tras él, con frecuencia agobiadora, irían al martirio miles de hombres, mujeres y niños".
Antonio Rius Facius
Méjico cristero
págs. 92-93