Con su Encíclica Quas Primas, este Pontífice Romano proclamaba al mundo: “JESUCRISTO ES REY” . Sin este Rey no hay justicia, no hay abundancia, no hay paz. Por eso es necesario que Él reine: “Opportet illum regnare”. “¡Viva Cristo Rey!”
Un arcángel fue enviado a una Virgen llamada María a decirle: ” Serás Madre, pero quedarás Virgen. No temas. Tendrás un Hijo que Dios pondrá sobre el trono de David, su Padre, y reinará para siempre y su reino no tendrá fin”. (Luc. 1: 32).
Entonces el Hijo de María, el Cristo, el Ungido de Dios, subiría al trono de David. ¿Como podría reinar eternamente sin ser Rey? Luego, Cristo es Rey.
Cuando después nació en plena noche, Su madre, rechazada en todas las posadas, lo puso en un pesebre y lo envolvió en pañales. Los cielos se conmueven; una nueva estrella aparece en lo alto movilizando a reyes de lejanas tierras al lado del Rey de los Reyes. Llegando a Jerusalén los magos preguntan: “¿Dónde está Aquél que ha nacido Rey?” Jesucristo es Rey desde el primer instante. Si no hubiera sido Rey: ¿Porqué aquellos reyes de Oriente viajaron tanto por Él? ¿Porqué Herodes le tuvo tanto miedo? (Juan, 14: 15). Porque Cristo es Rey.
Y crecerá ese niño que lleva sobre sus hombros el imperio (Isaías, 9: 6) y después de haber mandado a las aguas a los vientos y a los hombres exclamará: “Guardad mis mandamientos”(Juan 14: 15). ¿Quién puede obligar a observarlas, si no es Rey? Luego Cristo es Rey.
Al amanecer de un Viernes, Poncio Pilatos, gobernador de Roma en Judea, se encuentra con que la multitud le lleva un hombre para que lo juzgue. Pilatos pregunta: “¿De que acusáis a este hombre?” Le contestan: “Condenadlo porque se hizo Rey. Si lo sueltas no eres amigo del César, porque todo el que se hace Rey va contra el César”. Pilatos, entonces se vuelve al detenido y le pregunta: “¿Es verdad que tú eres Rey?” Y Nuestro Señor solemnemente responde: “Es verdad. Tú lo has dicho”. Luego, Cristo es Rey.
En el calvario se levantan tres cruces. A diestra y siniestra colgaban dos ladrones. En la del centro, en lo alto, había una inscripción: “Iesus Nazarenus, Rex Iudæorum”, Jesucristo Nazareno Rey de los judíos”.
¡Que Rey tan singular! A su voz, el sol se obscurece; el cielo se cubre de tinieblas: la tierra se estremece.
¡Que Rey tan singular! Es un Rey que tiene por trono un cruz, por corona, un enjambre de espinas; por manto púrpura, su propia sangre cuajada sobre las espaldas. Y sin embargo, allí reinaba.
Cuando la muerte sobreviene a los demás reyes, sus reinados finalizan. Este Rey Divino, por el contrario, comienza a triunfar cuando muere: “Cuando sea exaltado, todo lo atraeré a Mí”. Hasta el ladrón a su diestra lo percibe y en las angustias de la agonía, dirigiéndose al Salvador dice:“Cuando estés en tu reino, oh Señor, acuérdate de mí”. Entonces ¡El Crucificado tiene Su Reino! Luego, Cristo es Rey.
Los Once Apóstoles habían ido a Galilea. Y he ahí, que en lo alto de un monte aparece el Señor Resucitado. Todos se postraron, adorándolo. Nuestro Señor avanza hacia ellos con los brazos abiertos, diciendo: “Me fue dado todo poder en el cielo y en la tierra; id y enseñad a todas las naciones”(Mateo, 28: 18).
¿Ha existido por ventura en este mundo un rey que tuviera todo el poder en el cielo y en la tierra? Ni Ciro, ni Alejandro Magno, ni Augusto, ni Carlomagno, ni Napoleón tuvieron poder alguno en el cielo; sólo un poco en la tierra. No mandaban al mar, ni al viento, ni a las enfermedades, ni al pan, ni a los peces, ni a todos los hombres. Más Jesucristo manda sobre todo y a todos y para siempre. Luego, Cristo es Rey Universal y Eterno. Y Su Reino es un Reino de consolación y de gozo.
Nuestro Señor no es Rey para afligir con impuestos a sus súbditos; ni para armarlos de hierro y fuego y llevarlos a matarse los unos a los otros. Cristo es Rey para guiarlos por el camino al cielo; para asegurarles la salvación eterna y llevarlos al reino de los cielos, con la Fe, con la Esperanza y la Caridad.
Por eso Nuestro Señor Jesucristo Rey nos invita a seguirlo con estas palabras consoladoras y paternales palabras: “Vosotros todos, enfermos, cansados, agobiados, venid a Mí que Yo os aliviaré. Mi yugo es suave, mi carga es ligera”.
Los súbditos del Reino de Nuestro Señor Jesucristo no se vuelven esclavos, ni son siervos, sino elevados a ser amigos y hermanos del Rey y, por consiguiente, hijos de Dios.
¡Oh maravillosa suerte! ¡Que gloria ser súbditos y hermanos del Rey Eterno e Hijos de Dios!“A Tí, oh príncipe de los siglos, a Tí, oh Cristo, Rey de las Gentes; a Tí te confesamos, ¡Único Señor de las inteligencias y de los corazones!”¡Viva Cristo Rey!