Barba González: "Señor Presidente, estoy muy preocupado por la dirección que está tomando el conflicto religioso; la gente se va a alzar en armas".
Calles: "No, no. Los católicos no se alzarán. La mayoría son mujeres y viejos que creen en el más allá por miedo a la muerte".
Barba González: "No, señor Presidente, le aseguro que en Jalisco es distinto; los católicos son bravos".
Calles: "Jalisco es el gallinero de la República".
Y Barba González comentará en sus memorias: "¡Qué gallos salieron de aquel gallinero!"
Calles: "Si se alzan en armas, mejor para nosotros y peor para ellos, así los aplastaremos de una vez por todas".
Después, el Presidente se dirige al general que estaba presente en la conversación, el temible Amaro, secretario de la Defensa Nacional.
Calles: "General, ¿en cuanto tiempo podemos aplastarlos?"
Amaro: "En tres semanas, mi general".
Y Barba González comenta: "Esperemos que no hagan falta tres años".
Necesitaron exactamente tres años, no para aplastarlos, sino para negociar los "arreglos".
En ese verano de 1926, la Iglesia decidió suspender el culto en los templos como respuesta a la Ley Calles, que, efectivamente, era inaceptable para quien tenía la responsabilidad del gobierno de los católicos mexicanos. Entre otros puntos, la Ley establecía que ningún sacerdote podía oficiar sin haber sido previamente registrado en la Secretaría del Gobierno federal, regional e incluso municipal. Para entender la peligrosidad de esta disposición hay que tener presente que la Ley Calles llegó un año después del intento de cisma promovido por el Gobierno. Por eso Roma prohibió a los obispos mexicanos acatar esa Ley.
La Cristiada fue una guerra que llegó a movilizar cincuenta mil combatientes, apoyados por todo un pueblo. Emiliano Zapata no tuvo más de diez mil hombres; Pancho Villa, veinte mil en su apogeo; ambos son mundialmente famosos; los cristeros, no, que son comparables a los campesinos católicos de la Vandea, a esos "chuanes" que la Revolución Francesa no pudo vencer. Napoleón tuvo que hacer la paz con la Iglesia para desarmarlos. Le pasó lo mismo a los gobiernos anticlericales de la Revolución Mexicana. En 1929, con mediación internacional, se concluyen los "arreglos", se restablece el culto y los cristeros se van a su casa. Pero en 1931-1932, un rebote anticlerical desata una verdadera persecución religiosa (condenada por la Liga de las Naciones) que provoca una segunda guerrilla católica (prohibida por la Iglesia). Le toca al presidente Lázaro Cárdenas el papel pacificador de Napoleón: en 1938, el conflicto religioso termina de manera definitiva.