sábado, 19 de febrero de 2011

UNA SEÑORA EN UN CABALLO BLANCO

"Cuando después del combate, regresaron a Colima los generales Ferreira y Talamantes, ellos y sus oficiales, no pudiendo ocultar la mortandad que hubo en sus filas, y, para disimular el bochorno de la derrota narraban que el numero de los prelados Cristeros era ya muy grande, pero que los habían acabado por completo.


"Los soldados rasos,en cambio, referían cosa bien distinta. Confesaban su derrota y aclaraban no haber logrado nada contra las filas de los cruzados. En los hospitales muchos de los heridos narraban el gran terror que se apoderaba de ellos al grito de ¡Viva Cristo Rey!, que lanzaban en su combate los Cristeros. Además es cosa completamente cierta que muchos heridos y sanos declaraban, que en lo más rudo de la batalla, habían visto a una Señora, en un caballo blanco, que recorría la trinchera animando a los soldados de Cristo Rey y levantando a sus pies, con las patas del animal tan gruesa nube de polvo, que impedía que los cruzados fuesen vistos por ellos.


"¿Sería un verdadero milagro? ¿Habría en verdad, tan milagrosa aparición? Ninguno de los Cristeros vio nada singular jamás. Más de que tales cosas contaban los enemigos como acaecidas en este y otros muchos de los primeros combates, si hay certeza completa y fue cosa perfectamente sabida en Colima"

sábado, 12 de febrero de 2011

EL PRIMER MÁRTIR CRISTERO

"...Dos días antes de la supresión de cultos en toda la República decretada por el episcopado caía un viejo y modesto comerciante de aquella ciudad (Puebla), José García Farfán originario de Taxco, estado de Tlaxcala, quién contaba a la sazón de 66 años de edad. De carácter enérgico, era ampliamente conocido y estimado en su barrio, por sus frecuentes gestos de caridad y su piedad acrisolada. Había impulsado, en su pequeño comercio de miscelánea las publicaciones católicas. Y precisamente para arreglar algún asunto pendiente con la revista El Mensajero del Corazón de Jesús y hacer unas visitas a la Virgen de Guadalupe, estuvo en la ciudad de México unos días antes en el mes de Junio de 1926. A su regreso a Puebla llevó consigo varios letreros que le fueron proporcionados por la Liga de la Defensa Religiosa, a la que se había adherido desde un principio.


Puso en su aparador, en forma ostensible, aquellas leyendas que decían: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Sólo Dios no muere!, etc.


El día 28 de julio fue a comulgar, como si presintiera el próximo fin de su vida. A media mañana entró en la miscelánea el asistente del general Juan Guadalupe Amaya, que venía acompañado del general Daniel Sánchez y otro soldado, en un coche que se detuvo enfrente. Ordenó el asistente a Farfán que saliera a ver al general Amaya que lo llamaba.


-¿Donde está?
-En su automóvil, allí en la puerta.
-Pues dígale a su general, que hay la misma distancia de su automóvil a mi mostrador, que de mi mostrador a su automóvil, donde estoy a sus órdenes.


Ambos generales entraron en la tienda y llenaron de improperios al anciano propietario, a quien ordenaron quitar los letreros del aparador. José García Farfán se negó, pues en su casa sólo mandaban, primero Dios y después él, y si alguien se atrevía a quitar  de allí esos letreros tendría que atenerse a las consecuencias. Amaya sacó la pistola y disparó a quemarropa al anciano, quien por gracia de Dios no fue herido, y empezó a arrancar de la vitrina los letreros.


García Farfán no resistió tal atentado y, lleno de ira tomó un frasco de cristal que contenía chiles envinagre y lo arrojó al militar. El general Sánchez detuvo el improvisado proyectil con el brazo y recibió  una herida en la muñeca. Eso bastó para que García Farfán se serenara y pidiera una disculpa a su contrincante. Y mientras curaba al herido con humildad franciscana, Amaya continuó destrozando el contenido del aparador. Sólo dejó por descuido, un letrero que decía: ¡Dios no muere!


García Farfán fue apresado por los militares y conducido al cuartel de San Francisco, sin que valieran las peticiones del vecindario que trataba de rescatarlo, ni la intervención de un abogado que interpuso un amparo que no fue tomado en cuenta por sus aprehensores.


En la mañana del 29 de julio, Amaya formó el cuadro para fusilar al católico anciano y, momentos antes de dar la orden de fuego, con despiadado sarcasmo dijo a García Farfán:


-A ver ahora cómo mueren los católicos...
-Así respondió el mártir, y estrechó el crucifijo de su rosario contra su pecho, l tiempo que gritaba: ¡Viva Cristo Rey!


Las balas atravesaron su cuerpo. Allá, en el aparador de su comercio, un letrero proclamaba: ¡Dios no muere!


García Farfán fue el primero a partir de esa fecha, de una larga lista de victimas inmoladas por el odio ateo. Tras él, con frecuencia agobiadora, irían al martirio miles de hombres, mujeres y niños".




Antonio Rius Facius
Méjico cristero
págs. 92-93

lunes, 7 de febrero de 2011

Misterio de la Iniquidad

"De continuar las cosas así, en nuestra desdichada Nación, al cabo de dos lustros ya no quedará en México más que un montón de ruinas humeantes sobre el que se erguirá insolente la infame bandera del crimen y de la disolución social. El pueblo mexicano, ese pueblo noble, grande y heroico tan odiado por la impiedad a causa de su fe profunda y de su nunca desmentido amor a Jesucristo habrá de ser sacrificado en las aras sangrientas de los Bárbaros del siglo XX, o habrá de refugiarse en países donde todavía impere un dejo de cristianismo.
De esta manera, y cuando ya en México hubieran sucumbido todos los valientes, y marchado al destierro todos los hombres de bien; cuando sólo alentaran los verdugos de la raza, los infantes mercenarios, los traidores, los hombres que durante una centuria no han hecho más que preparar el camino a la invasión; rotos ya todos los vínculos sociales, derruídos los templos y hechos pedazos los altares de Dios vivo, se desprendería de las heladas regiones del Norte el ejercito de piratas que, en nombre de la civilización y de la humanidad, vendrían a ocupar un pueblo que reputarían dejado de la mano de Dios,  pero que en realidad ellos mismos habrían sumergido antes en el abismo de todas las desgracias. De éste modo quedaría consumado el "Misterio de la Iniquidad" por el que la perfidia y la hipocresía aparecerían prestando un gran servicio a la familia humana, cuando en realidad no habrían hecho otra cosa que destruir la fe de un pueblo para apoderarse completamente de sus destinos".

Mons. José de Jesús Manríquez y Zárate , Obispo de Huejutla. 

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