domingo, 30 de diciembre de 2012

LOS ARREGLOS: LA DESTRUCCIÓN DE LA CONCIENCIA CATÓLICA




El 21  de junio de 1929, se hicieron las declaraciones públicas del jefe oficial de la tiranía revolucionaria, licenciado Emilio Portes Gil, que detentaba el Poder, y de Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, Arzobispo de Morelia y Delegado Apostólico, que pusieron fin a la Epopeya Cristera iniciada en 1926 y que desde entonces se le conoce con el nombre de “Arreglos” o “Modus Vivendi”, las que son tema de análisis en la obra titulada El Caso Ejemplar Mexicano”, por lo que aquí sólo se reproducen algunos de los fragmentos de los escritos de Mons. Leopoldo Lara y Torres, Obispo de Tacámbaro, quien expresó en documentos que en ese libro se citaran con mayor amplitud:

«La personalidad de la Iglesia no ha sido reconocida por el Gobierno Mexicano de derecho ni de hecho»… «Arriba dije que más bien debería decirse que las negociaciones entre la Delegación Apostólica y Portes Gil, que entre la Delegación Apostólica y el Gobierno de México; porque aunque en esa época y fecha de los Arreglos era Presidente de la República el Lic. Portes Gil, en ese asunto ni obró ni pudo obrar en su calidad de Presidente, sino de simple particular, aunque distinguido por el puesto que ocupaba, y su gestión y sus arreglos no han sido jamás reconocidos siquiera de hecho como actos oficiales, ni mucho menos como legales o constitucionales»…

«Que con los Arreglos se evitaría el derramamiento y se ahorrarían sacrificios a las víctimas de la persecución. No sé de ninguno  de los que sufrieron persecuciones por la causa de la religión o la fe, que se haya lamentado de sufrir o que haya pedido la cesación del sacrificio. Los que menos sufrieron, fueron los que suspiraron por sus comodidades y abogaron por la cesación del Conflicto, aún sin conseguir la reforma de las leyes. Los que más sufrieron ultrajes, vejaciones y amenazas de muerte, fueron los que más firmes estuvieron en su noble actitud de no ceder a las proposiciones del Gobierno, si no se obtenían las garantías que se pedían y la plena libertad de la Iglesia. Por otra parte, estos males eran de orden inferior, que podían permitirse y tolerarse para alcanzar otros bienes superiores, cuales eran de conservar la fe y los principios de la moral cristiana, injertos durante siglos en nuestra vida social y patria. Esos sacrificios eran una bendición para esta tierra, en que sin duda se verificaría el apotegma de Tertuliano. Sangis Martyrum Semen Christanorum.

Jesucristo expresamente nos enseñó que no deberíamos temer a los que mataran el cuerpo, sino a los que pudieran echar alma y cuerpo a los infiernos. Pero, sobre todo, tampoco con la apertura de los cultos, ni con los Arreglos se evitó el derramamiento de sangre; porque, como no quedó suficientemente garantizada la vida de los que se habían levantado en armas por defender su religión, el Gobierno ha seguido segando vidas de nuestros mejores católicos y ha dejado a sus familias huérfanas y en la mayor miseria, con la decepción y el sufrimiento en el fondo del alma. De los jefes, han muerto más ahora, después de los Arreglos, que en los campos de batalla, y, según los últimos datos que me han suministrado, van como cuatrocientos Cristeros sacrificados villanamente en la región de Jalisco y Colima, quedando otras tantas familias en la mayor desolación y miseria. Y como el Conflicto Religioso se ha quedado en pie, sin resolverse definitivamente, resulta que sólo se ha aplazado la solución, que puede costar mayor sangre y mayores sacrificios; pues que, ahondándose las divisiones y haciéndose el enemigo más fuerte, los católicos tendrán más dificultad de obtener las libertades perdidas. El choque será más terrible y sangriento.

Las guerras religiosas, nos enseña la historia, han sido siempre las más crueles y desastrosas; si no es por la fuerza, nuestros enemigos nunca cejarán, porque no obran por la razón sino por capricho, tenacidad y ceguera voluntaria, para sostener su posición, defender sus intereses y satisfacer sus pasiones. Esta razón -la de que los Arreglos evitaron males mayores- la verían seguramente los Excmos. Sres. Arzobispos que intervinieron en el Arreglo del Modus Vivendi, con algunos más que los rodean; pero en la conciencia de la mayor parte de los Obispos que nos quedamos en contacto con el pueblo, de los sacerdotes que más sufrieron durante la persecución y de los fieles más sensatos  de toda la república, está asentada esta verdad: Que no fueron mayores los males que se siguieron a la clausura de los cultos, que los que se han seguido de la aceptación del Modus Vivendi; sino que son palpablemente mayores los males que se han seguido de esta aceptación, que los que se estaban siguiendo de la clausura de los cultos, durante la persecución.

Parecerá osadía sentar esta proposición; pero si la Santa Sede me lo permitiera o autorizara, podría recoger miles y miles de firmas de muchos sacerdotes y fieles que están dispuestos a respaldar mi afirmación. Porque en la clausura de los cultos, no faltó, como algunos tal vez pudieran figurarse, la administración de los sacramentos, ni a los pobres; ni faltó la instrucción religiosa, aunque con muchas dificultades, ni disminuyó la piedad de los fieles, sino que antes bien se sentía una atmósfera de fe cristiana verdaderamente admirable, como en los primeros siglos cristianos, cuando éstos vivían en las Catacumbas.

Por eso los que pudimos permanecer aquí y fuimos testigos de este movimiento religioso estábamos dispuestos a seguir sufriendo, hasta que Dios quisiera enviarnos la verdadera paz con la libertad religiosa y todas las demás libertades que tanto necesitamos. Los que comenzaron a flaquear fueron los que estuvieron fuera de la República y estaban, como decía el Excmo. Sr. De la Mora, Obispo de San Luis Potosí, desconectados de nosotros y sin sentir esta fe y devoción exuberantes.

El culto mismo era más fervoroso en nuestras Catacumbas que lo es actualmente en nuestros templos»… «Pero lo que sí no queremos suprimir en esta “ennumeración de males” -producidos por los Arreglos- “es el mayor de todos”, aún el de la supresión de las iglesias y del culto: la clausura y obstrucción de nuestras escuelas, colegios o institutos católicos; y por otra parte, la propaganda verdaderamente diabólica del mal divulgada por todas partes, principalmente en las escuelas, colegios e institutos, así oficiales como particulares, porque el Gobierno para esta propaganda no respeta ningunos.

Permítame V. E. Emma. que le diga, siquiera para descargar este peso que traigo dentro del pecho: que en mi concepto, el mayor desacierto que se cometió al pactar los Arreglos de 1929 y que es el fundamentos de nuestros males y desgracias presentes, porque nos ha dejado sin defensa posible, fue: «El aceptar, aunque sin aprobar  la ley sino aún condenándola, que la Iglesia no fuera reconocida en su personalidad jurídica ni tuviera ningunos derechos dentro de la Legislación Mexicana».

Y como consecuencia de todos estos males, el mayor, si es posible, de todos los enunciados: La destrucción de la conciencia católica; esto es: la desorientación que ha sufrido la conciencia colectiva del pueblo mexicano, el decaimiento, la flojedad la indiferencia para moverse a conseguir la libertad religiosa, al ver nuestra conducta variable y nuestro acomodamiento para aceptar esta situación con menos peligros y dificultades.
«No culpo a nadie de los que se han engañado en la solución de este problema y cuya buena fe es indiscutible; pero si creo que es insensatez no reconocer el yerro, para estar más advertidos y prevenidos en ulterior proceder. Pretender acallar el clamor popular y responder a sus lágrimas con censuras y excomuniones para obligarlo a decir que es de noche cuando estamos viendo el sol resplandeciente en el cenit, es cometer una iniquidad y no tener la caridad con los que sufren. ¡Callar! La piedra del silencio es a veces más pesada que la de un sepulcro. Sobre todo, que no se pretenda que no veamos los males evidentes que han surgido, siniestros, de nuestra amarga y dolorosa situación.

¿Estaremos equivocados los que así juzgamos? Puede ser; pero el hecho es que sentimos acá en nuestro corazón estos dardos que nos punzan; sus males los que nos afligen; su amor el que nos hace estallar estas explosiones de congoja, que nos atosiga y nos mata. No buscamos ninguna ventaja temporal, al declarar estas cosas, y antes bien puede ser que las perdamos todas, por no ocultar la verdad a quien debe saberla».


miércoles, 16 de mayo de 2012

General Gorostieta: ¿cristero o mercenario?


Durante 80 años hemos escuchado y leído machaconamente la versión de que el General Enrique Gorostieta, aunque brillante y exitoso en la guerra cristera, no era un cristero sincero ni convencido, sino, en el mejor de los casos, un general contratado a sueldo, un mercenario, cuando no un oportunista y un simple militarote resentido con la pandilla cleptócrata y criminal que desgobernaba a México en esos años.


Otros más benévolos lo ponen como "ateo" o "agnóstico". En 1981 la investigadora de la Universidad Iberoamericana Martha Elena Negrete --jesuíta y, por lo tanto, punta de lanza del marxismo rociado con agua bendita o teología de la liberación-- escribió un famoso libro intitulado "Enrique Gorostieta. Cristero agnóstico", que ha servido de base para toda la obra que durante los años 80's y 90's pusod e moda el tema cristero. Incluso el historiador Jean Meyer ha reconodio que su opinión acerca del General Gorostieta se debe a esta obra.


Es importante abundar en la información de que el Gral. Gorostieta NO FUE UN MERCENARIO, NI UN RESENTIDO, NI UN ATEO O AGNÓSTICO como lo han querido hacer aparecer los enemigos de la causa cristera, que repiten como pericos que el general simplemente fue un contratado.


Tengo desde hace muchos años un libro en mi poder, que me heredó mi padre, y a él, a su vez, de su padre, que se llama precisamente LOS CRISTEROS, publicado clandestinamente en el año de 1930, escrito bajo pseudónimo por un tal "J.J. González" quien muchos creían que en realidad se trataba del Sr. Bartolomé Ontiveros, dueño en aquélla época de la empresa Tequila La Herradura --puedo estar euivocado en esta afirmación, aclaro que fue un romor en voz baja-- o sea, cuando todos estos hechos estaban muy recientes, y ahí, en la página 60, se dice con claridad que cuando se vió la necesidad de contar con un Jefe Supremo de los grupos armados en Jalisco, el Sr. Delgado, dirigente clandestino en Jalisco, una vez que salió libre de una breve prisión, abordó ante la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa


"La necesidad de tener un jefe supremo en Jalisco. En dicha reunión, el Ing. García Moreno propuso a varios generales en servicio activo del gobierno a quien se combatía. El Sr. Delgado se opuso a esta idea, y fue él quien impulsó a Gorostieta, con quien cultivaba franca amistad, quien con toda sinceridad y buena voluntad aconsejaba la mejor forma que debía emplearse para resolver las disficultades que se presentaban en campaña a nuestros bisoños soldados. Además, muchas veces había manifestado gran admiración por los cristeros defensores de los Altos de Jalisco y decidida resolución de pelear a su lado y en favor de la causa cristera. Con estos antecedentes, el Sr. Delgado lo propuso para la Jefatura de Jalisco, proposición que fue motivo de acaloradas discusiones sostenidas en el terreno de las emociones piadosas por los aliados de García Moreno; pero destrozados éstos en sus propias trincheras, prevalecieron los juicios razonados del Sr. Presidente de la Liga, del Sr. Bustos y del Sr. Delgado, quienes sostuvieron al Gral. Gorostieta. Así fue como Jalisco tivo Jefe".


Después el Gral. Gorostieta fue también Jefe de Colima, Nayarit, Aguascalientes y Zacatecas. En junio de 1928 fue nombrado Jefe Único de todo el Ejército Libertador Cristero.


El Integrista Mejicano

EXHIBEN EN LOS ÁNGELES RELIQUIAS DE SACERDOTES DE LA GUERRA CRISTERA



Las reliquias de sacerdotes asesinados en la Guerra Cristera del siglo pasado en México, serán exhibidas a partir de hoy en la catedral de Los Ángeles.
La exhibición, que estará abierta al público hasta el 24 de este mes en la catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles, presenta la historia de los religiosos asesinados por la persecución religiosa en México en la década de 1920.
"Los mártires mexicanos nos ayudan a entender el valor de vivir nuestra fe y nuestra vida diaria", expresó el arzobispo de la arquidiócesis de Los Ángeles, José Gómez.
"Fueron sacerdotes y gente que llamó a defender su fe y el derecho a practicarla. Es una bendición tener estas reliquias. Su sacrificio es un ejemplo de la importancia de la libertad religiosa", resaltó.
La muestra ha aprovechado el estreno en cines de Estados Unidos a partir del 1 de junio de la película "Por una Gloria mayor", estrenada en México bajo el título de "Cristeros", protagonizada por Andy García, Eva Longoria y Eduardo Verástegui.
Los seis sacerdotes mártires que fallecieron en aquella guerra fueron canonizados por el Papa Juan Pablo II en 2000.
La visita de las reliquias, organizada por los Caballeros de Colón, ha incluido Houston, Chicago, Nueva York, Tucson y Phoenix, y proseguirá por Miami y San Antonio.
Los seis sacerdotes ejecutados son José María Robles Hurtado, Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Miguel de la Mora de la Mora, Luis Batiz Sainz, Rodrigo Aguilar Alemán y Mateo Correa Magallanes.
"Por muchos años este periodo de la historia había sido olvidado en ambos lados de la frontera", comentó Carl Anderson, líder de los Caballeros de Colón.
"Con el estreno de la película y el lanzamiento de un libro sobre esta lucha por la libertad religiosa en México empezará a contar esa verdad", apuntó.

LA REVOLUCIÓN INTENTA FUNDAR IGLESIA CISMÁTICA EN MÉXICO EN 1925


Como preludio de la nueva gran ofensiva que se iba a lanzar contra la Iglesia Católica en México, intentó la Revolución fundar una iglesia mexicana independiente de Roma, una iglesia cismática. No obstante la intensa propaganda que se hizo a favor del cisma, visitando en algunos lugares parroquia por parroquia, haciendo halagadoras promesas y ofreciendo elevados salarios a los sacerdotes que se adhieran a la nueva iglesia, únicamente pudo contar para el intento con Joaquín Pérez y Budar, un viejo sacerdote afiliado a la masonería, extravagante y mentalmente perturbado y con el sacerdote español Manuel L. Monge.


La noche del 22 de febrero de 1925, un grupo de cien hombres asaltó y se apoderó de la parroquia de La Santa Cruz de la Soledad de la Ciudad de México, entregándosela a Pérez, nombrado “Patriarca de la Iglesia Mexicana”, y  Monge, designado Cura Párroco de la misma. Pronto se difundió por el barrio la noticia del asalto, y al día siguiente, domingo, una multitud airada se congregó a las puertas de la parroquia, y al abrirse penetró tumultuariamente protestando de manera que, tanto Pérez como Monge, quien se disponía a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, no obstante de estar protegidos por los mismos asaltantes, tuvieron que encerrarse en la sacristía para escapar a las iras de la multitud. Acudió la policía montada y los bomberos a sofocar el motín sin conseguirlo. Llegaron fuerzas armadas de refuerzo a las cuales también atacó la multitud que se encontraba fuera, valiéndose para ello de las piedras que levantó del pavimento de la calle. El pueblo se impuso a costa de un muerto y muchos heridos. El templo fue cerrado al culto.


Los capitalinos se dispusieron a la defensa de sus templos, fracasando los intentos de apoderarse de Santo Tomás, San Hipólito, Loreto, La Inmaculada Concepción, Santa Ana, San Pablo, Santa Catarina, y algunos otros.


La gloriosa A.C.J.M. (Asociación Católica de la Juventud Mexicana), con algunas armas se hizo cargo de la permanente custodia de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Ante una alarma se tocaron  rebato las campanas, acudiendo en breves minutos una impresionante multitud armada de pistolas, cuchillos, garrotes y las más diversas armas.


También en la ciudad de Aguascalientes se intentó apoderarse del templo de San Marcos. La defensa del mismo se hizo a costa de varios muertos y numerosos heridos.


«Según las previsiones de Mons. Ruíz y Flores, el pueblo cristiano se inquietó y comenzó a custodiar sus iglesias. Fué una movilización espontánea que nadie sabía a donde podría conducir.


      El 27 de febrero, Nahum Toquiantzi, en nombre de los católicos de Santa Chiautempan, escribía al Presidente de la República preguntándole si era cierto que el gobierno había tomado una iglesia y tenía el propósito de tomar la Basílica, es decir el santuario de la Virgen de Guadalupe. Le comunicaba que aquí ya se están preparando para defender los templos con armas de fuego muchas personas, ya cuento con más de 3,000 hombres y creo que de mujeres es el número más grande  y por todos serían unos 7,000… primero muertos que dejar perseguir al clero.




 «El Arzobispo de México Mons. José Mora y del Río, no podía pasar en silencio tan graves acontecimientos y, en memorable edicto del 25 de febrero, declaró al final:


     ‘No podemos callar ante el escándalo ni ocultar el dolor de nuestra alma nte la prevaricación de dos mal aconsejados sacerdotes, que desconociendo la suprema autoridad del Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la Tierra, apostatan precipitándose en el abismo del cisma y la herejía. Ni podemos permanecer mudos frente a la profanación de un templo, del que, apoderándose por la fuerza, arrojaron a su pastor legítimo y a los sacerdotes que le ayudaban en la administración parroquial. 


      ‘No, no tememos al cisma, porque no dudamos ni un momento de la fidelidad y sumisión de todos los católicos mexicanos y de todo nuestro clero a la Silla de Pedro, al Supremo Pastor de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, una y santa. Y hasta creemos que este mismo triste acontecimiento servirá para encender más la inquebrantable adhesión al Romano Pontífice…’


«El día 28, es decir, a los tres días de publicado el edicto anterior, aparecieron en El Universal las declaraciones del Padre Monge, dando a conocer su repudio al movimiento separatista al que he cooperado desgraciadamente -decía- contra mis creencias y e gran respeto que guardo a su Santidad el Romano Pontífice. Terminaba protestando su completa adhesión a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.


     «Para evitar la venganza de los cismáticos, el padre Monge se ocultó en la ciudad hasta que, poco tiempo después, pudo embarcarse furtivamente para España. 


     «El epílogo de este drama tuvo lugar en una cama del hospital de la Cruz Roja, en la Ciudad de México, el día 9 de octubre de 1931, fecha en que falleció aquél infeliz que no tuvo sosiego en su vida pero que, a las puertas de la muerte, buscó y obtuvo la reconciliación de la Iglesia verdadera.


     «Su retractación (del llamado “Patriarca Pérez”) firmada de su puño y letra, sellada con sus huellas digitales dice así:


     ‘Abjuro todos los errores en que he caído, sea contra la santa fe, sea contra la legítima autoridad de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, única verdadera. Me arrepiento de todos mis pecados y pido perdón a Dios, a mis prelados y a todos aquellos a quienes he escandalizado con mis errores y mi conducta. Protesto que quiero morir en el seno de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, confiando en la voluntad de Jesucristo N. S., y de mi Madre amorosa la Sma. Virgen de Guadalupe. Creo todo lo que la misma Santa Iglesia nos enseña y exhorto a todos no apartarse de ella, porque es la única arca de salvación. México, octubre 6 de 1931.’[*]


La ejemplar fidelidad del Episcopado y del clero mexicano  la Silla de Pedro, y la no menos ejemplar  fidelidad y valiente y decidida actuación del pueblo, convirtieron el revolucionario intento de cisma en un rotundo fracaso.


Pero indignada la Revolución siguió más violenta y furiosa la persecución. Expulsión de sacerdotes extranjeros, confiscación de obispados, curatos, seminarios, hospitales, asilos y cierre de conventos.



[*]Antonio Ruiz Facius, La juventud Católica y la Revolución Mexicana

martes, 15 de mayo de 2012

A MERCED DE LOS LEONES


Después de dos años y medio de combates, los Cristeros afrontaron el duro trance de la rendición, y su comandante -a la muerte de Gorostieta-, Jesús Degollado Guízar, les dijo en su proclama de licenciamiento:

«Nuestra resistencia ha sido un hecho cuya magnitud no pueden comprender los que se gozan en deturparnos siempre… Aunque se han tenido que dar pruebas repetidas y constantes de bravura y tenaz perseverancia, que soportar por larguísimo tiempo acerbísimas penas, han sido nuestro sostén en la contienda, no sólo el valor y el desinterés que los combatientes nos hemos comunicado, sino de un modo especial, la cooperación que sin descanso y con una abnegación que no tiene límites, nos han prestado los habitantes de las comarcas en que hemos luchado, y en forma asombrosa, miles y miles de personas desde muchos puntos del país. Este esfuerzo, esta cooperación explican, en parte, el motivo de nuestra resistencia contra el enemigo provisto de toda clase de elementos y sostenido por el oro y el poder de la nación más rica de la tierra.
«Su Santidad el Papa por medio del Excelentísimo señor Delegado Apostólico, ha dispuesto, por razones que no conocemos pero que, como católicos aceptamos, que sin derogar las leyes, se reanudarán los cultos… En el acto, nuestra situación, compañeros ha cambiado… En realidad, el arreglo inicial concertado entre el Excelentísimo Señor Delegado Apostólico y el licenciado Portes Gil nos ha arrebatado lo más noble, lo más santo, que figuraba en nuestra bandera desde el momento en que la Iglesia ha declarado que, por de pronto, se resignaba con lo obtenido, y que esperaba llegar por otros medios a la conquista de las libertades que necesita y a las que tiene legítimo derecho. En consecuencia, la Guardia Nacional ha asumido toda la responsabilidad de la contienda, pero esa responsabilidad no le será imputable desde el 21 de junio próximo pasado: la actual situación no ha sido creada ni apetecida por ella.
«Como hombre, cábenos también otra satisfacción que jamás podrán arrebatarnos nuestros contrarios: la Guardia Nacional desaparece, no vencida por sus enemigos, sino en realidad, abandonada por aquellos que debían recibir, los primeros, el fruto valioso de sus sacrificios y abnegaciones…
«¡Ave Cristo, los que por Tí vamos a la humillación, el destierro, tal vez a una muerte ingloriosa, víctima de nuestros enemigos, con todo remordimiento, con el más fervoroso de nuestros amores te saludamos, y, una vez más, te aclamamos Rey de nuestra Patria!»
Y en efecto, los Cristeros, excelentes cristianos del siglo XX, quedaron a merced de los leones. El compromiso oficial de conceder pasaportes a los amnistiados fue violado por numerosos funcionarios sedientos de venganza. Después de rendir las armas, valientes jefes de la Guardia Nacional, e incluso tropa cristera, fueron asesinados en diversas partes del país. Durante meses duró este festín de sangre en ciudades, poblados, villas y rancherías eran buscados y muertos los que se habían distinguido en una acción de guerra.
Si no se les había podido abatir en el combate, era fácil liquidarlos ya rendidos.

domingo, 13 de mayo de 2012

CARTAS INÉDITAS DEL GENERAL GOROSTIETA



“Dormir en el suelo, tener que caminar mucho, hoy desayunar y no cenar hasta el día siguiente, pero ya tu sabes que eso para mí son tortas y pan pintado”,escribió Enrique Gorostieta Velarde desde el campamento cristero a su esposa Gertrudis, a quien de cariño llamaba Tulita, en una de las inéditas cartas que pronto serán publicadas.
En la opinión del historiador Jean Meyer, esas misivas “modifican radicalmente lo que sabíamos” del general que encabezó la Guerra Cristera.
Se trata de 22 cartas que escribió desde el cuartel general de El Triunfo el “generalísimo” jefe Supremo de la Guardia Nacional a su esposa Gertrudis Lazaga.
Las cartas fueron celosamente resguardadas por la única hija que tuvo Enrique Gorostieta, a quien, por cierto, no conoció porque su esposa estaba embarazada cuando partió a encabezar el Movimiento Cristero.
Los documentos fueron utilizados para el guión de la reciente película la “Cristiada”, la cual se puede considerar una venganza mediática de los cristeros contra Plutarco Elías Calles.
Las misivas saldrán a la luz a principios del próximo mes de junio, editadas por el Congreso de Nuevo León y el Centro de Historia Regional de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Las cartas originales serán entregadas al nuevo Museo del Movimiento Cristero que tendrá su sede en la Hacienda de El Valle, del municipio de Atotonilco, sitio donde fue emboscado el general Enrique Gorostieta.
“Son cartas que dejan entrever su personalidad y su amor para su familia y en especial a Tulita”, dice Eduardo Pérez Gorostieta, nieto del general.
Lo muestran, añade, de manera transparente como persona con convicciones y creencias, como hombre con sentimientos, con debilidades y flaquezas.
“Las cartas se iban a quemar porque mi madre no quería levantar polvo, ya que fue perseguida durante varios años. Vivió escondida desde 1929 hasta mediados de la década de los años treinta”, cuenta Pérez Gorostieta.
“Vámonos a la tumba todos tranquilos”, decía mi madre cuando intentaba quemar las cartas, pero la familia lo convenció de donar las misivas como documentos históricos, recuerda el nieto del general.
Los textos, escritos algunos por puño y letra de Enrique Gorostieta, son documentos relevantes para entender al personaje que dirigió la “Guerra Cristera” contra las medidas anticlericales del presidente Plutarco Elías Calles.
El movimiento cristero fue una respuesta a la llamada “Ley Calles” que intentaba reglamentar los postulados emanados de la Constitución de 1917.
El reglamento pretendía quitar a la Iglesia sus propiedades, suprimir su participación en la vida pública, así como prohibir los cultos fuera de las parroquias y los gobernadores más radicales propusieron que los sacerdotes se deberían casar.
Además, los grupos más anticlericales impulsaron una fracción religiosa llamada “Iglesia Católica Mexicana” para romper el control del Vaticano sobre el episcopado del país.
La respuesta de la Iglesia fue suprimir los cultos, situación que provocó que en algunas zonas rurales se levantara un movimiento contra las fuerzas federales, las cuales comenzaron a detener sacerdotes por oponerse a las medidas de Calles.
La guerra arrancó en 1926 y concluyó en 1929. Primero fueron levantamientos aislados hasta que la Liga de la Defensa de las Libertades Religiosas contrató al general Enrique Gorostieta, quien había servido en el ejército de Victoriano Huerta, para dirigir el movimiento.
El militar convirtió a las huestes cristeras en un verdadero ejército que dieron duras batallas a las fuerzas federales al servicio de Plutarco Elías Calles.
En la última carta que escribió a su esposa Tulita, de fecha 16 de mayo de 1929, desde el campamento El Triunfo ubicado en el estado de Jalisco, el general señalaba:
“Nuestro movimiento ha tomado tal fuerza y el gobierno está tan de capa caída, que ya andan haciendo esfuerzos para localizar a las familias de los que andamos en el campo, a fin de ver si de esa manera logran reducirnos, ya que no lo pueden hacer por medio de las armas.”
“…Creo de mi deber hacer del conocimiento de Uds. que vamos a sufrir en los próximos meses la más dura prueba de toda esta epopeya.
“Tenemos qué hacer frente a una agudísima crisis que señalará nuestro triunfo o nuestra derrota, y se hace necesario que todos pongamos a contribución el mayor esfuerzo, y aprontemos mayor ayuda (…).
“Hoy he escrito a la Sra. Recomendándole te ayude a fin de que estés perfectamente escondida y rogándole que nadie que no sea ella o Andrés tu hermano, sepan dónde te encuentras ni hablen contigo. Este deseo que sea como te digo; no hagas excepción ni con los míos ni con los tuyos ni con persona alguna.”
“Mantente animosa, fíjate que lo que yo ando haciendo es un deber sagrado y convéncete de ello al considerar los millones de gente que están rezando por mí y por mi causa (…).
No flaquees por nada; no confundas los triunfos efímeros con los definitivos y fíjate en que la causa que defiendo es la del honor y la justicia y que esto es independiente del resultado final.
“Yo comprendo que será una nueva prueba para ti, pero confío en tu fortaleza de espíritu y abnegación para el sufrimiento, para que la soportes y con ello corones la obra de amor y dulzura con que has sabido hacerme tuyo en lo absoluto. Creo firmemente que esto no ha de durar mucho y que pronto podremos reunirnos para siempre y entonces verás lo que en mi ha logrado tu conducta.
“Tú por razón natural, vivirás más que yo y acuérdate de lo que ahora te digo: con mi esfuerzo, sea cual fuere el resultado práctico de esta lucha, ya he logrado un verdadero nombre para nuestros hijos”.
La postdata concluía con la siguiente sentencia:
“Sigue al pie de la letra lo que se refiere a tu reclusión. Que Dios te bendiga”.
Enrique.
Su nieto recuerda que cada año se realiza en Los Altos Jalisco, una cabalgata en honor del general Enrique Gorostieta.
“No puedo más que estar seguro que efectivamente logró un nombre para sus hijos. Y que logró algo más: logró junto con todos los cristeros defender sus ideales, concluye Eduardo Pérez Gorostieta.
El historiador Jean Meyer, autor de tres tomos sobre la guerra cristera que fueron usados para el guión de la película, destaca la importancia de las 22 misivas.
“No conocí esas cartas” cuando escribí los tres tomos de la Cristiada, dice, Jean Meyer.
Subraya que los documentos modifican radicalmente lo que sabíamos del general”, ya que la historia lo presenta como un materialista que se sumó a la guerra porque la Liga de Defensa de las Libertades Religiosas le pagó 3 mil pesos oro por mes por sus servicios.
“Para mí eso demuestra que Gorostieta no es un masón liberal porfirista anticlerical que entra como mercenario y se vuelve católico al contacto de los cristeros”, dice Meyer.
Y concluye el autor de la Cristiada: “Era católico de una familia muy católica”.

miércoles, 25 de abril de 2012

sábado, 21 de abril de 2012

MEXICANOS AL GRITO DE ¡VIVA CRISTO REY!


CORREO DE NUESTROS LECTORES

Sr. Salvador I. Reding Vidaña
“La Cristiada”, una película en estreno que relata, en lenguaje cinematográfico, tres años de la historia mexicana conservada en la oscuridad. En la historia del siglo XX de este país, después de terminado el conflicto o más bien conflictos sucesivos armados de la Revolución Mexicana, hubo un nuevo conflicto, de 1926 al 29, del cual prácticamente no se habla, fue “la cristiada”.
La Cristiada fue una lucha armada de católicos mexicanos, contra un gobierno dictatorial que atentaba de palabra, legislación y hechos concretos, en contra de la vida religiosa de México. En la historia oficial este hecho ha sido ignorado intencionalmente, aunque grupos armados con más de 20,000 hombres se enfrentaron con las fuerzas gubernamentales. A ellos se sumaban miles de personas, hombres y también mujeres, que de diversas maneras apoyaron logísticamente el movimiento cristero.
La película “La Cristiada” nos relata los hechos de ese trienio antirreligioso de la historia mexicana, en cuanto a los antecedentes de la ofensiva del Presidente Plutarco Elías Calles, sus atrocidades en asesinatos, destrucción de bienes y otras formas de aterrorizar a los católicos practicantes.
De allí pasa la película a mostrar la lucha armada, el nombramiento y acción de su personaje principal, el Gral. Enrique Gorostieta, y de cómo terminó el conflicto armado por los llamados “arreglos” entre algunos obispos, con el apoyo de Roma, y el gobierno de Calles. Finalmente en la manera en que intervino –para variar-, el gobierno de Estados Unidos, para concluir la lucha por medio de esos “arreglos”.
La historia se centra en la persona del Gral. Gorostieta, gran estratega y excelente líder, cuya carrera militar provenía de la Revolución Mexicana, en diversos éxitos militares, Fue ascendido a General de División a los 24 años.
Al Gral. Gorostieta le contrata, profesionalmente, la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa, “la Liga” popularmente, para que sea el jefe militar de los diversos grupos armados cristeros, teniendo así un control central bajo su único mando. Para ello debería ganarse precisamente el respeto militar y humano de los diversos caudillos que encabezaban grupos armados, como el Padre José Reyes Vega y Victoriano Ramírez, “El Catorce”. Efectivamente, Gorostieta lo logró.
La cinta presenta bastante bien la personalidad del General, que no era católico practicante, y que decide aceptar ser él la cabeza de la rebelión cristera por ser partidario de la libertad en general y de la religiosa en lo particular.
La historia escrita del movimiento cristero, que por cierto debió su nombre a que operaban bajo el lema, el grito, de “¡viva Cristo Rey!”, nos enseñaba que el Gral. Gorostieta se fue convirtiendo en católico convencido gracias a sus vivencias como comandante de los cristeros. A su vez, la película narra también, cinematográficamente, esta conversión.
Habiendo tenido yo, hace ya muchos años, la oportunidad de conversar largamente con su viuda y una de sus hijas en la ciudad natal de Gorostieta, Monterrey, así como con quien fuera su asistente personal, Heriberto Navarrete (tras los “arreglos” ingresó a la Compañía de Jesús), puedo afirmar que esa conversión del General, fue cierta.
Narra de paso la cinta también algunos pasajes de un distinguido líder social tapatío de esa época, un partidario de la resistencia pacífica, a quien se le llamaba entonces “el Gandhi mexicano”, el Licenciado Anacleto González Flores.
Anacleto, como cabeza de “la Liga”, insistía en no recurrir a la lucha armada, pero otros participantes de la misma lo rebasaron y la apoyaron. Gonzáles Flores fue asesinado por el gobierno federal y, aunque la película no incluye este hecho, su sepelio que un evento de enorme importancia de la historia de Guadalajara, con multitudes enfurecidas por el crimen, Anacleto es ahora beato de la Iglesia.
Se incluyen también otros casos de martirios realizados por el gobierno callista contra católicos, sacerdotes y laicos, ajenos al movimiento armado en general.
Considero que esta película cumple su cometido ampliamente: dar a conocer ese trienio antirreligioso en México y la defensa armada. Tal como advierte uno de sus productores, no es un documental, es una historia hecha en lenguaje cinematográfico, por lo que parte de sus escenas no son necesariamente tal como ocurrieron, pero como película cumple su función de narrar los hechos.
Hay concordancia de esos hechos, en general, con la historia real, tal como fue narrada precisamente por algunos de sus protagonistas en libros que leí en mi juventud acejotaemera, como “Por Dios y por la Patria” y “Entre las Patas de los Caballos”, cuyos autores, el Padre Navarrete y Luis Rivero Del Val, tuve el honor de conocer. También leí testimoniales en la revista cristera “David”, en su segunda época post-movimiento, editada por un cristero, Aurelio Acevedo Robles (a quien conocí sólo epistolarmente).
Vale realmente la pena ver esta excelente película, no sólo por la historia que narra, sino por su magnífica presentación, que en sus dos horas y media de duración, mantiene al público interesado, por la agilidad de la misma.
Dentro de las muchas ocasiones en que la Iglesia Católica (y otras cristianas) ha sido perseguida cruelmente, esta es una que, como ya dije, es prácticamente desconocida en sus hechos. Es una de las ocasiones en que el derecho a la rebelión ha sido plenamente justificado.
Es más, hay gente que ni siquiera ha tenido ocasión de escuchar o leer sobre “los cristeros”, la “Cristiada” y menos aún sobre su gran líder, el General Enrique Gorostieta. El general fue muerto en una emboscada poco antes de que “los arreglos” pusieran fin al conflicto armado. Su muerte impidió que continuara la lucha armada tras “los arreglos”, aún en contra de la orden episcopal.
Quienes vean esta película tan reveladora, tan bien realizada y actuada, sin duda recomendarán a otras personas que no dejen de verla, Yo mismo lo estoy haciendo ahora, y… ¡que Viva Cristo Rey!

LA CRISTIADA: UNA GLORIOSA EPOPEYA DEL PUEBLO CATÓLICO MEXICANO


En estos tiempos en los cuales, a fuerza de sólo pensar en términos de mal menor y de bien posible, rehuye el hombre el combate por un ideal y tiende a la conciliación y a la coexistencia pacífica de la verdad con el error y del bien con el mal. Cuando olvidado el sentido cristiano de la vida, como época de lucha, de prueba, y de expiación, únicamente se preocupa por los intereses de orden temporal y terreno. Cuando en fin, rechazado el reino social de Nuestro Señor Jesucristo se juzga inevitable la victoria absoluta de la Revolución, es no sólo justo y debido, sino sumamente provechoso, recordar y exaltar a unos hombres que, por llevar el Santo Nombre de Cristo en el corazón y en sus labios, sus mismos enemigos dieron el nombre de Cristeros.
Renunciando estos hombres a la vida y a todo interés temporal y terreno, sin más recursos que su Fe y su valor, gallardamente aceptaron el reto de la Revolución universal y se lanzaron al combate proclamando la realeza de Cristo. Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! luchaban. Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! morían. Esta heroica cruzada y verdadera epopeya, una de las más gloriosas de todos los tiempos, y sin duda, la más pura y gloriosa del siglo XX, no fue prevista ni preparada por la jerarquía católica o la clase dirigente en general. Surgió espontáneamente de la entraña del mismo pueblo mexicano. No fué una guerra de campesinos, sino la guerra de todo un pueblo de sincera y profunda raigambre católica, cuyo modo de ser y de sentir se manifestó en todo el esplendor de su pureza y su vigor. Cristeros eran, animados por el mismo espíritu, no sólo quienes combatían en el campo con las armas en la mano, sino todos aquellos, de diferentes edades, sexo y condiciones sociales, que arrostrando todos los peligros, la muerte, la prisión, el ultraje, el despojo, el destierro y los más grandes sufrimientos y penalidades en ciudades, pueblos y aldeas, y en las más diversas formas, se oponían a la Revolución y proveían a los combatientes de elementos para vivir y combatir.
No obstante que esa verdadera cruzada no tenía más móvil o fin que el religioso, no mereció ser proclamada como tal por la jerarquía católica. Lo que más pudo lograr, porque no podía ir contra la evidencia, fué ser considerada como lícita, sin por ello contar con su apoyo, ni siquiera moral, y nunca desapareció la indiferencia, y aun la hostilidad contra la misma de no pocos prelados.
Ninguna potencia ayudó a esa cruzada que luchaba heroicamente contra un poder público opresor sostenido por la mayor potencia del mundo con la complicidad de todas las demás. Y después de más de ciento cincuenta años de combate contra la Revolución universal, el pueblo mexicano estaba empobrecido hasta la miseria, y la clase dirigente deprimida y desmoralizada. No había ejército, ni jefes, ni personalidades relevantes, ni armas, ni recursos de ninguna clase. Sólo con un viejo fusil, escopeta o pistola, o sin nada, animosamente se lanzaban los cristeros al combate. Y «Dios los ayudaba en la medida de su fe».
Además de la misma sorprendente y espontánea reacción los habitantes de ciudades, pueblos, y aldeas, abundan los hechos difícilmente explicables por el sólo orden natural de las cosas. Sin ningún conocimiento o experiencia en el arte de la guerra, sobre todo al iniciarse la insurrección, cometían los cristeros errores que podrían conducir a su aniquilamiento, y sin embargo salían ilesos. Se resistían a las convenientes y oportunas retiradas, y su ardor y arrojo los llevaba a enfrentarse y aun a atacar a fuerzas enemigas a veces abrumadoramente superiores, y siempre perfectamente armadas, obteniendo brillantes victorias o saliendo airosos, pareciendo increíble la desproporción entre sus bajas y las sufridas por su adversario.
El Ilmo. Arzobispo Primado de México, Monseñor José Mora y del Rió, desgraciadamente fallecido en el destierro en 1928, en carta fechada en marzo de 1927 dirigida a Mons. Emeterio Valverde y Tellez, Obispo de León y Secretario de la Comisión de Obispos Mexicanos residentes en Roma, daba su testimonio:
«Por aquí estamos todos muy optimistas respecto al resultado próximo de la actual contienda y estos mismos ( los revolucionarios callistas perseguidores) se consideran imposibilitados para sostenerse, pero oponen resistencia tenaz. A los soldados, el grito de ¡Viva Cristo Rey! les causa tal efecto que dicen no poder disparar sus armas de modo que lo que alienta a los heroicos defensores amilana a los contrarios».
El Episcopado participaba de la tendencia en boga en los altos medios eclesiásticos de conciliación con la Revolución, imponiendo la obligación moral de tratar de reconciliarse y aceptar lo que llamaban “autoridades constituidas” o establecidas. No obstante que tenían su origen en revoluciones fraguadas por la secta masónica, a cuyos fines servían, y en las hordas que habían asolado, y que continuaban asolando al país, consideraban que su existencia estaba ligada al bien común, aún cuando sus graves y obstinados ataques a los derechos más sagrados y a los esenciales de la sociedad y de la persona humana, eran absolutamente opuestos a dicho bien común y el mal mayor consistía en la consolidación d elas mismas, y de los principios que encarnaban.
La clase dirigente en general, era la que se había formado en la época de la ignominiosa u oprobiosa tiranía de Porfirio Díaz y de la transición de Francisco I. Madero, en un ambiente muy influenciado por el catolicismo liberal y la democracia. Carecía de claras ideas y objetivos del orden político. A raíz del establecimiento de la república Federal Laica, la clase dirigente se mantenía en la idea del rechazo absoluto de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma, como intrínsecamente perversas, sosteniendo que debían ser derogadas. Durante el porfirismo y maderismo se cambió hacia la práctica aceptación de las mismas. No existía verdadera aristocracia, y los ricos, preocupados por sus propios intereses y negocios, tenían pocas ideas religiosas, patrióticas o políticas.
Por todo ello y solo con algunas brillantes y heroicas excepciones que surgieron en el curso del conflicto religioso, faltaban relevantes personalidades eclesiásticas, militares o civiles. Se estaba en franca decadencia. Sólo iban a destacarse y a brillar la fe, el buen sentido, y la generosidad y heroísmo del pueblo en general.
¡Que las Naciones Católicas conserven de ella el precioso recuerdo! ¡Que se narre de padres a hijos esta gesta de maravilla, como se relatan las hazañas de los Cruzados, de los Chuanes de la Vendée o de los campesinos de Flandes, que en su tiempo empuñaron las armas por Cristo! Esa epopeya pregona la perpetuidad del espíritu de martirio de la Iglesia Católica. Recuerda a la juventud que, en este siglo aplastado por las preocupaciones materialistas, el heroísmo no ha de ninguna manera desaparecido.

Héroes y mártires que murieron con el mismo grito de la victoria:¡Viva Cristo rey!

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