domingo, 24 de febrero de 2013

UN CORONEL, HIJO DE CRISTO REY


Un 1º de abril del año 1928,  nuestro jefe Cristero Manuel Ramírez Oliva escribe esta carta en Teocaltiche, Jalisco a quienes firman haciéndole petición de que deponga las armas y se entregue a las autoridades.



Muy señores míos os contesto por mi y mis compañeros. Realmente he sentido a la vez ira y tristeza al ver tanta firma haciendo una petición tan ruin. Hay entre vosotros dos clases de individuos: los que son adictos la administración abominable de Calles y los que guardándole un odio verdadero son arrastrados por su cobardía a la picota del ridículo y al colmo de la indignidad. Me dirijo a los clasificados en el primer término, para deciros, señores, que no comprendéis o no queréis comprender los sublimes ideales inscritos en nuestra bandera, porque no tenéis más Dios que el oro, y sólo os preocupáis de la bonanza de vuestros negocios aunque viváis en la esclavitud, juntamente con el pueblo entero, aún cuando nuestra Patria solloce oprimida por la tiranía más brutal que registra nuestra Historia, y aunque todos los valores morales se encuentren por completo desquiciados, despreciados, pisoteados por un puñado de bárbaros sin ley, a quienes también rendís culto. Porque, ¿cuál es la obra del gobierno de Calles? ¿Que hacen los militares depositarios de la fuerza pública, que deberían emplear la fuerza para proteger a la sociedad? Convertirse en verdugos de esa misma sociedad, asesinar sacerdotes, allanar moradas, violar doncellas, ultrajar familias enteras, incendiar hogares , asesinar pacíficos, insultar a los hombres honrados, lanzar millares de pobres a la miseria y llevar el latrocinio, el llanto, la desolación y el luto por dondequiera que pasan. Con esos hombres es con quienes estáis solidarizados. Las ofertas de dinero que se nos han hecho son objeto de nuestro desprecio; no tenéis ni vosotros ni el gobierno con que comprarnos, porque no nos vendemos, no traficamos con nuestras conciencias, no queremos aprovechar la sangre de nuestros mártires, de nuestros compañeros muertos, como pedestal de nuestra codicia. No nos arredran las fatigas, no desmayamos por las contrariedades, no hay nada que nos haga desistir de nuestro propósito, de seguir luchando por la libertad de la Iglesia, por la libertad de la Patria y la libertad humana. Nosotros dentro de nuestras privaciones os compadecemos, nos causa repugnancia vuestro servilismo. Perdéis vuestro tiempo tratando de convencerme: Soy hombre de criterio definido, siempre he sido Católico y siempre lo he confesado orgullosamente. Si queréis ayudar al gobierno en contra del movimiento libertador, en vez de firmas y polémicas faltas de sentido, empuñad las armas y sostened vuestras ideas donde mis compañeros y yo sostenemos las nuestras. Ahora dirigiéndome a los simpatizadores nuestros, que por miedo han firmado, les digo: ¿No os abochorna haber presenciado impasibles tanto crimen? ¿No os remuerde la conciencia ser cómplices de ellos con vuestra pasividad? Un esfuerzo unánime ya nos hubiera producido la victoria. Cada quien dentro de su capacidad y de su posibilidad puede ayudar a tan grande obra como es la de salvar a la Patria. Aún es tiempo de cumplir con vuestro deber. ¿Qué hacéis sometidos a ese gobierno infame? ¿Cuáles garantías os concede? No sois dueños de vuestras familias, ni de vuestras vidas, ni de vuestros bienes, ni aún siquiera de creer en Dios. Arrojad la cadena que os han puesto al cuello, venid a luchar por vuestra libertad y por la de vuestros semejantes; venid a reunirnos con los hombres libres, para que junto con nosotros podáis lanzar a los cuatro vientos el grito majestuoso de ¡¡¡VIVA CRISTO REY!!! Soy de ustedes atto. y S. S. Manuel Ramírez Oliva.

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