La Guerra Cristera




La Guerra Cristera



El movimiento armado en contra de la tiranía callista fue llamado "cristero" por el gobierno, en son de burla, aunque sin ninguna razón. Llamaremos con orgullo cristeros a los que, negándose a obedecer a los hombres antes que a Dios, se alzaron contra el absolutismo antirreligioso de Calles.
A los cristeros se les ha juzgado duramente, la Historia "Oficial" -en las raras ocasiones que los llega a mencionar- los califica como "rebeldes al gobierno". Así que antes de comenzar el tema aclararemos una cosa: la Cristera no fue una rebelión ofensiva, sino una rebelión defensiva, un movimiento en legítima defensa de los derechos del pueblo a creer en Dios y a venerarlo; tampoco fue rebelión contra un gobierno legítimo, sino contra un gobierno usurpador, un gobierno impuesto por los grupos anticlericales, un gobierno que el pueblo no había elegido.
Y no hubo alzamiento armado ni tácticas de resistencia civil católica hasta que no se agotaron todos los recursos legales y pacíficos posibles.




 Grupo de cristeros combatientes, 



-Los católicos toman las armas: Este gobierno anticlerical que había aprovechado la Revolución para encaramarse al poder, lo esperaba todo, menos una resistencia tan fuerte como la que presentó el pueblo. Para ellos era inconcebible que los cobardes y dóciles católicos -que ya les habían aguantado miles de atropellos- se organizaran y tomaran armas para repeler la agresión del gobierno. Líderes como Carranza, Obregón y Calles tenían el extraño complejo de sentirse infalibles, omnipotentes en sus caprichos, para ellos la Constitución, por el simple hecho de serlo, tenía el poder de cambiar la naturaleza de las cosas, y si la Constitución decía que los templos eran del gobierno, esto era cierto ipso facto. Todos los ataques contra el clero se invocaban como "cumplir la Ley", pero un país donde "cumplir la Ley" es lo mismo que acabar con la Fe del Pueblo, es un país sin libertad. El gobierno pensaba que los católicos, amantes de la paz, no se animarían a luchar, pero el pueblo amaba la Libertad más aun que la Paz, y hay paces que sólo se encuentran del otro lado de la guerra.
Esto explica el furor del gobierno, su despecho y su estupefacción ante la reacción de la sociedad en masa que les hizo frente, y a su vez reaccionaron dispuestos, mediante el terror y la fuerza bruta, a hacer valer las "leyes" que ellos sólos habían creado, y que pretendían que el pueblo debía acatar.

Un magnífico resumen de la Guerra Cristera es una Carta de Francisco Campos, poblador de Santiago Bayacora, Durango:

"El 31 de Julio de 1926, unos hombres hicieron porque Dios nuestro Señor se ausentara de sus templos, de sus altares, de los hogares de los católicos, pero otros hombres hicieron porque volviera otra vez; esos hombres no vieron que el gobierno tenía muchísimos soldados, muchísimo armamento, muchísimo dinero pa´hacerles la guerra; eso no vieron ellos, lo que vieron fue defender a su Dios, a su Religión a su Madre que es la Santa Iglesia; eso es lo que vieron ellos. A esos hombres no les importó dejar sus casas, sus padres, sus hijos, sus esposas y lo que tenían; se fueron a los campos de batalla a buscar a Dios nuestro Señor. Los arroyos, las montañas, los montes, las colinas, son testigos de que aquellos hombres le hablaron a Dios nuestro Señor con el santo nombre de VIVA CRISTO REY, VIVA LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE, VIVA MÉXICO. Los mismos lugares son testigos de que aquellos hombres regaron el suelo con su sangre, y no contentos con eso, dieron sus mismas vidas porque Dios nuestro Señor volviera otra vez. Y viendo Dios nuestro Señor que aquellos hombres de veras lo buscaban, se dignó venir otra vez a sus templos, a sus altares, a los hogares de los católicos, como lo estamos viendo ahorita, y encargó a los jóvenes de ahora que si en lo futuro se llega a ofrecer otra vez, que no olviden el ejemplo que nos dejaron nuestros antepasados".

A pesar de la suspensión de cultos, los obispos ya habían expresado su rechazo a la lucha armada -entre ellos Mons. Pascual Díaz, Mons. Manríquez y Zárate y Mons. Herrera Piña-. Pero al mismo tiempo los obispos prohibieron a los fieles cooperar con el gobierno en el asunto de redactar listas de sacerdotes, iglesias y hacer inventarios. El gobierno no quiso doblar la mano más que en Sinaloa y Coahuila, pero los católicos del país vieron en tales "inventarios" una profanación. Que Calles no esperaba un alzamiento lo hizo constar Silvino Barba González, quien rechazó el puesto de gobernador de Jalisco que le ofrecía Calles, con las siguientes razones:

"Ya me he jugado la vida varias veces, y la seguiré jugando cuando haya buenos motivos para hacerlo; pero no cuando considere que todas las circunstancias están en mi contra, como lo veo claramente en este caso... Señor Presidente, usted no quiere creer que se van a levantar en armas los católicos fanáticos de mi estado... El señor general Joaquín Amaro, Secretario de Guerra y Marina tampoco quiere creerlo, y el señor general Jesús Ferreira, jefe de las operaciones militares de Jalisco, también es de la misma opinión. Esto quiere decir que al realizarse la sublevación, que yo la creo absolutamente segura, el gobierno a mi cargo no contará con el apoyo ni con la ayuda de las fuerzas armadas de la Federación."NOTA DE LA CRISTIADA TOMO 1 PAG. 100

Como antecedente, en marzo de 1926 el general Ortiz se presentó para detener a los sacerdotes de Valparaíso, Zacatecas, y entonces la gente se alarmó, de todas las rancherías acudieron gentes armadas, dispuestas a atacar a Ortiz. En esos últimos meses se gestó la opinión en la zona de Jalisco, Durango y Michoacán, que una revolución no era una opción tan lejana, dado como estaban las cosas. El 3 de Agosto de 1926 hubo un serio combate en Guadalajara, Jalisco. El ejército y el pueblo se enfrentaron a balazos, 50 soldados fueron rechazados y tuvieron que volver con refuerzos de 250 hombres a la carga. Al día siguiente los combatientes se rindieron y 390 hombres fueron llevados al cuartel militar.

El 4 de Agosto en Sahuayo Michoacán, el gobierno quiso cerrar la iglesia y los civiles se pusieron armados con palos y piedras, enfrente del templo. Las milicias enviadas a combatirlos sencillamente se pasaron a su bando. Unos días después los rebeldes se fueron al campo y el general Tranquilino Mendoza pudo retomar la plaza.

Finalmente aparecieron los levantamientos importantes. El primero ocurrió en Zacatecas. El 14 de Agosto el ejército detuvo al párroco de Chalchihuites, Luis Bátiz, hombre pacífico y muy querido por el pueblo. Al día siguiente llegó al mercado el tratante de ganado Pedro Quintanar, personaje influyente y respetado, y los paisanos le pidieron que liberara al párroco. Quintanar fue a emboscar a los soldados, pero en el combate murieron los prisioneros que ellos tenían. Quintanar convocó a más hombres de toda la región, y el 29 de Agosto entraban en Huejuquilla el Alto (Jalisco), donde derrotaron a un contingente de 50 soldados.
En Octubre se rebelaron trece localidades tapatías: Tlajomulco, Etzatlán, Belén Refugio, Zapotlanejo, Atenguillo, Ameca, Tepatitlán, Cocula, Ciudad Guzmán, Chapala, Atengo, Ayutla y Tecolotán. Ese mismo mes los cristeros de Santiago Bayacora, Durango, derrotaron a tropas del 26º batallón y 76º regimiento enviados contra ellos, recogiendo un valioso botín.

Noviembre de 1926: El día 2 la Secretaría de Guerra declaraba: "Ningún problema militar afecta a la República Mexicana hoy..., pero los hechos los desmentían. El día 3 hubo combates cerca de Tepatitlán Jalisco, el 5 en Zapotlanejo y Tlajomulco. El día 7 en San Juan de los Lagos el teniente Marcos Coello ordenó a su pelotón que quitara de los sombreros de los peregrinos las cintas que decían "Viva Cristo Rey". Se armó una gresca y el teniente y cuatro paisanos murieron. El día 10 el ex-villista José Velasco atacaba Calvillo, Aguascalientes y Filomeno Osornio tomaba Santa Catarina, Guanajuato. El 19 los cristeros atacaban El Mezquital, Durango, y el 28 los primos Felipe y Hermino Sánchez iniciaban la rebelión en Totatiche Jalisco, puestos de acuerdo con Pedro Quintanar.

Diciembre de 1927: El día 9 Quintanar hizo contacto con Herminio Sánchez y ambos derrotaron a los federales del 59º Regimiento el día 26; murieron 41 soldados y 4 cristeros, entre ellos Sánchez. El día 23 el gobierno de Jalisco afirmó que "no había problema militar en el estado", cuando 20 municipios seguían sublevados.
Y finalmente, a finales de diciembre se unía a la guerra Anacleto González Flores -a quien vamos a dedicar más espacio-. Anacleto no quería la violencia, pero comprendía como muchos acejotaemeros y católicos que los movimientos iban a ser aplastados por el gobierno si no recibían ayuda, y que habría represalias en caso de victoria gubernamental.
Al acabar el año de 1926 ya había revueltas en prácticamente todos los estados del centro del país, desde Durango a Guerrero, desde Veracruz a Jalisco.
Todavía, sin embargo, se hablaba de grupos, de revueltas locales, por estado. Pero luego de cinco meses de combates esporádicos, el gobierno de Calles no modificaba su actitud, y entonces, a partir de Enero de 1927 hubo un alzamiento general e ininterrumpido hasta los "arreglos" de 1929.


-Anacleto González Flores: Nació en Tepatitlán, Jalisco, el 13 de 1888. Hijo de familia católica, fue uno de los jóvenes católicos que se propusieron combatir por medio de la razón los artículos antirreligiosos de la Constitución.
El 22 de julio de 1918 en Guadalajara empezaron los primeros enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y los católicos. Anacleto defendió en esa ocasión los derechos del pueblo y no descansó hasta que, después de prolongadas luchas populares, logró que se cancelaran unos decretos impopulares del gobernador de Jalisco Manuel M. Diéguez. No pasó mucho tiempo para que Anacleto sufriera la cárcel por sus ideas sociales, políticas y religiosas. El 10 de julio de 1919 fue encarcelado junto con sus compañeros de la ACJM. En 1913 se matriculó en la Escuela Libre de Derecho de Guadalajara; varias veces tuvo que abandonar la carrera por razones de tipo económico y otras causas, pero al final terminó recibiéndose de licenciado en Derecho en el año de 1922.
Su vida ya más destacada públicamente, comenzó a finales de 1922, cuando tomó parte muy activa en el "Primer Congreso Nacional Obrero Católico" que se llevó a cabo en la ciudad de Guadalajara y donde pone en práctica todos sus conocimientos y dotes de orador. El 17 de noviembre de 1922 contrajo matrimonio con María Concepción Guerrero Flores en la capilla de la ACJM, bendecido por el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez. En 1924, el gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, con la excusa de cumplir con el artículo 130 de la Constitución, pidió al vicario general (el arzobispo estaba desterrado) que designara las seis iglesias que iban a ser toleradas en Guadalajara.

En uno de los primeros números de la revista Gladisu, Anacleto escribió:

"Nunca nos preocupó defender nuestros intereses materiales, porque éstos van y vienen; pero los intereses espirituales, éstos sí los defendemos, porque son necesarios para obtener la salvación. No podíamos aceptar que los templos fueran profanados. No podíamos permitir que desterraran a nuestros prelados y sacerdotes, que bautizan a nuestros hijos, nos dan el Pan Eucarístico y en la hora de la muerte nos auxilian con los sacramentos para alcanzar la vida eterna".


El día 28 de noviembre de 1926, el Padre José María Robles, viaja a Guadalajara para entrevistarse con el señor Canónigo José Garibi y el Lic. Anacleto González Flores para exponerle el proyecto de la Confederación de los pueblos de la región Sur, y ambos Directores de la Unión Popular aplaudieron la proposición e indicaron su voluntad de que la Parroquia de Tecolotlán fuera Centro de la Confederación de la Unión Popular.
Anacleto estaba entre la espada y la pared. Los acontecimientos se precipitaban y él se sentía todavía ligado a la obediencia a su prelado. Salió de su indecisión en los últimos días de diciembre de 1926 cuando llegaron de la Ciudad de México unos delegados de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa y le presentaron un ultimátum: o la Unión Popular entraba en la confederación de todos los Católicos de México y aceptaba sus decisiones o quedaría fuera, aislada.

En una asamblea de los jefes de la Unión Popular, convocada por Anacleto les dijo:

"La Liga se ha lanzado a la aventura revolucionaria, con una determinación que puede ser una verdadera corazonada. Por mi parte, mi posición personal no puede ser otra que la que exige mi puesto. Estaré con la Liga y echaré en la balanza todo lo que soy y lo que tengo, y que quede claro: la Unión Popular no debió ser nunca un organismo de lucha civil. Hoy, sin embargo, todo nos empuja a la montaña... "
"De sobra sé que lo que va a comenzar para nosotros ahora es el calvario. Dispuestos hemos de estar a llevar nuestra cruz. Los invito a sacrificar su vida para salvar a México. Si me preguntara alguno de ustedes qué sacrificio pido para sellar el pacto que vamos a celebrar, le diría dos palabras: TU SANGRE. Para esa obra está puesta mi vida y para esa os pido la vuestra".


Anacleto fue nombrado jefe civil de la resistencia, Miguel Gómez Loza, tesorero. En enero de 1927 empezó la guerra de guerrillas en toda la zona de Jalisco. El periódico Gladium era el boletín de guerra que llevaba noticias a los campos de combate, al mismo tiempo que exhortaba a los católicos a apoyar a los cristeros con dinero, parque, comida y ropa.

Desde la capital de la república se insistía y se exigía más severidad en sofocar la rebelión de los católicos. El general Jesús María Ferreira pensó que lo más eficaz y expedito era acabar con los jefes más representativos de la Unión Popular y de la ACJM de Jalisco, y fijó la hora: la madrugada del 1° de abril de 1927.

En aquellos días Anacleto se hospedaba en la casa de la familia Vargas González. Los agentes de Ferreira conocían los probables paraderos de los jefes y se movieron en dos direcciones: la casa de Luis Padilla y el domicilio de los Vargas González.

En el domicilio de Mezquitán 405 encontraron solamente a Anacleto. Frustrados al no haber encontrado a los demás que buscaban, los agentes arrestaron toda la familia de los Vargas. Los tres jóvenes hermanos, Florentino, Jorge y Ramón fueron llevados al Cuartel Colorado, mientras que Anacleto fue trasladado a la dirección general de operaciones militares. A la señora Elvira Vargas y su hija María Luisa las encerraron en la presidencia municipal pero las liberaron aquel mismo día, a las cinco de la tarde, junto con la madre y la hermana de Luis Padilla. A Florentino Vargas lo liberaron porque era menor de edad.

El general Ferreira ordenó que torturaran a Anacleto; lo suspendieron de los pulgares hasta que se le descoyuntaron los dedos, lo azotaron sin misericordia, le destrozaron la boca y los dientes con la culata de un máuser y lo desollaron de las plantas de los pies y de las palmas de las manos con una navaja, brotando su sangre con la que escribió en el cemento: "Viva Cristo Rey. Muero por Cristo".

Con el feroz suplicio querían arrancarle los nombres y el domicilio de sus compañeros, especialmente el paradero del Arzobispo Orozco y Jiménez.
-Dinos, fanático miserable, ¿en dónde se oculta Orozco y Jiménez?
-No lo sé. -La cuchilla destroza aquellos pies que no se movían sino para hacer el bien.
-Dinos... ¿Quienes son los jefes de esa maldita liga que pretende derribar a nuestro jefe y señor el Gral. Calles?
-No existe más que un solo Señor de cielos y tierra. Ignoro lo que me preguntan...
Cuando lo iban a llevar al paredón, les habló a los soldados -quienes lo escucharon en silencio- sobre la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la legitimidad de la Iglesia.





Cristero y mártir Mtro. Anacleto González Flores



Iban hacia el muro de la muerte Anacleto, los hermanos Jorge y Ramón Vargas González y Luis Padilla Gómez, todos jóvenes.

Entre todos se pusieron a rezar el Acto de Contrición, cuando una descarga de fusilería cayó sobre los hermanos Vargas, Luis Padilla, por su parte, tan sólo herido y bañado en sangre, llegó de rodillas al suelo, todavía orando.
Anacleto, aún de pie, se dirigió al general Ferreira, para decirle que le perdonaba de corazón y que, cuando le llegara su hora, ante el tribunal de Dios, tendría ante el Creador un intercesor en él, en Anacleto González Flores.
Resulta destacable que los soldados no se atrevieron a disparar sobre Anacleto. El general Ferreira, ante la actitud de los soldados, hizo una seña al capitán del pelotón, quien le dio un marrazo hundiéndole el pecho.
Cuando se desplomó Anacleto, entonces sí los soldados dispararon sobre él, quien todavía pudo reincorporarse para decir en voz muy alta: "Por segunda vez oigan las Américas este grito. Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey!".
Otra versión de los hechos afirma que le dieron muerte encajándole una bayoneta por la espalda.

Era el primer viernes de abril de 1927, dedicado al Corazón de Jesús, a las tres de la tarde, los cuatro cadáveres estaban tendidos en el patio del Cuartel Colorado de la ciudad de Guadalajara.

La noche de aquel primero de abril, en tres casas se velaron los cuerpos de los mártires. Centenares de personas, jóvenes, amigos y admiradores pasaron delante del féretro del "Maestro" Anacleto, tocando con veneración sus restos. La mañana del día siguiente, miles de tapatíos, desafiando la presencia de los policías, acompañaron los cuerpos al panteón de Mezquitán, rezando y cantando a Cristo Rey y a la Virgen de Guadalupe. Años más tarde, los restos del Siervo de Dios Anacleto González Flores fueros trasladados, del panteón de Mezquitán al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en Guadalajara.

El pueblo católico de Jalisco se ha ido motivando siempre más acerca de la fama de santidad de los mártires laicos, algunos de ellos padres de familia. Si la santidad es ante todo y sobre todo el cumplimiento de la voluntad de Dios, ellos demostraron en su vida una piedad profunda hacia Dios, una generosa entrega a sus familias y un servicio heroico a favor de los hermanos oprimidos.

El 17 de septiembre de 1994, los obispos de la Región Pastoral de Occidente, encabezados por el Arzobispo de Guadalajara, reconocieron la oportunidad de iniciar la causa de beatificación y canonización de Anacleto González Flores, juntamente con otros siete compañeros mártires jaliscienses.

Toda la información de este subtema se tomó de http://www.oremosjuntos.com/SiervoDeDios/AnacletoGonzalezFlores.html.


-Relación del clero con los cristeros: Presentar al clero como guerrillero, intrigante y violento, era justo lo que quería la Mafia de Plutarco Elias Calles. La resistencia del pueblo contra las leyes injustas era "rebeldía sediciosa". Pero, ¿Aprobaba el clero la Guerra Cristera? Pues... sí y no, como vamos a ver; diversos autores católicos han tenido que enfocar este problema de orden moral: ¿Era lícita la resistencia ARMADA?
Unas interesantes reflexiones sobre este punto las proporciona Aquiles P. Moctezuma (seudónimo), en su obra El Conflicto Religioso:

"En determinados casos, cuando el abuso de la autoridad contra los fundamentos esenciales de la sociedad son indudables, gravísimos y permanentes, y cuando para remediarlos se han agotado infructuosamente todos los medios pacíficos, la resistencia activa armada no es rebelión sino defensa legítima y lícita.
Más todavía; si del abuso de la tiranía no se sigue tan sólo la ruina material grave, sino principalmente la perturbación del orden moral, la perversión general de las conciencias, el extravío absoluto de las ideas, en una palabra, la perdición eterna del pueblo en masa; entonces nos atreveríamos a afirmar que la lucha armada para hacer cesar tamaños atropellos de la autoridad, es, no solo lícita, sino obligatoria, porque la sociedad, lo mismo que el individuo, está obligada a procurar su propia conservación.
Y hasta nos lanzaríamos a opinar que, cuando el coloso del estado se lanza brutalmente a exterminar a la religión verdadera y hay peligro de que lo logre y de que cada día cobre más fuerza; entonces ni siquiera se debe condicionar la licitud de la defensa al caso del probable éxito, sino que, en este caso extremo, hay que lanzarse a la heroica y desesperada lucha del enano que, amenazado de muerte por el gigante, acepta el reto con todos sus peligros.
Estas deducciones, ciertas en el caso de que el gobernante sea legítimo, adquieren más fuerza y mayor evidencia si se trata sólo de un gobierno de hecho, es decir, de un usurpador.
Es cierto que Jesucristo nos enseñó con su palabra y su ejemplo la paciencia, la resignación, el martirio. A todos nos enseñó la verdadera fraternidad, consagrándola en la oración sublime del Padre Nuestro. Pero el mismo Jesús que pidió perdón para sus enemigos desde la cruz, llamó "raza de víboras" y "sepulcros blanqueados" a los fariseos que, so color de patriotismo, pretendían apartar de él a las turbas sencillas, y arrojó con el látigo a los mercaderes del templo.
Es verdad que Jesucristo nos enseñó que no resistamos al malvado, sino que al ser heridos en la mejilla derecha presentemos la izquierda. Pero es de advertir que estos son consejos de perfección, encaminados a destruir en el fondo del corazón aun los primeros movimentos de odio y venganza. Si se erigieran tales consejos en leyes obligatorias en todos los casos, se llegaría al absurdo de destruir para el cristiano todos sus derechos, y de garantizar todos los desmanes de los malvados.


¿Qué postura adoptó el Episcopado ante la lucha armada?: Los obispos jamás autorizaron ni apoyaron la lucha armada. Intentaron evitar por todos los medios posibles los levantamientos, y estallada la guerra, procuraron siempre dialogar en aras de terminar el conflicto. Hubo sacerdotes que utilizaron su influencia espiritual para calmar a los cristeros, e inclusive a veces con enojo y sorpresa de los propios cristeros. Léase de nuevo la entrevista que publicamos arriba, de Calles con los obispos de Michoacán y Tabasco; la gran mayoría de los católicos no se hubieran dirigido a Calles con tanta mesura y respeto, sin más miramiento lo hubieran mandado a freír espárragos.
Jean Meyer, en el tomo 1 de La Cristiada, págs. 30 a 41, cita casos en varios puntos de la República donde obispos y sacerdotes se manifestaron contra la guerra y fueron censurados por los propios combatientes cristeros.
Los obispos tampoco prohibieron la guerra, cierto, porque sabían que aquella lucha tenía razón de ser y licitud, pero tampoco podían aprobarla, como pastores, no era su función definir sobre conflictos armados, y además querían intentar otras soluciones al problema.
Y también, vamos a reconocerlo, hubo sacerdotes involucrados directamente en la Guerra Cristera. En la arquidiócesis de Guadalajara, Mons. Orozco y Jiménez había pedido a los sacerdotes que permanecieran en las iglesias, pero al arreciar la persecución, y muertos muchos sacerdotes, dio su autorización para que los que quisieran irse al campo lo hicieran. Él mismo lo hizo, aunque sin comprometerse con los cristeros. Hubo sacerdotes soldados, como el p. Aristeo Pedroza, quien llegó a ser general de brigada en Los Altos, José Reyes Vega (apodado "El Pancho Villa con sotana"), y Miguel Pérez Aldape. En Juquila el p. Epigmenio Hernández fue prácticamente responsable del movimiento armado.
Considéremos por último las cifras que proporciona Jean Meyer en su obra citada, p. 49:

-Sacerdotes activamente hostiles a los cristeros = 100
-Sacerdotes activamente favorables a los cristeros = 40
-Sacerdotes combatientes = 5
-Sacerdotes neutrales = 65
-Sacerdotes que abandonaron parroquias rurales y de ciudades = 3500
-Sacerdotes ejecutados por el gobierno = 125. 59 de la arquidiócesis de Guadalajara, 35 de otras zonas de Jalisco, 6 en Zacatecas, 18 en la diócesis de León Guanajuato y 7 en la de Colima.


-Etapas de la sublevación: Ahora vamos a repasar cuáles fueron los principales acontecimientos de la Guerra Cristera, con el objetivo de tener una comprensión global de este conflicto armado.

Desde antes del asesinato de Anacleto González Flores habían ocurrido hechos importantes. El general Joaquín Amaro había llevado una extensa campaña por los Altos de Jalisco, pero la guerra no tenía para cuándo terminar, y aunque los cristeros eran siempre derrotados, daban cada vez muestras de mayores bríos.
El gobierno se alarmó cuando por primera vez los cristeros obtuvieron una importante victoria. El 23 de marzo de 1927 en San Julián, Victoriano Ramírez apodado "El Catorce" había resistido todo el día la carga del ejército de Espiridión Rodríguez, cuando llegó a apoyarlo Miguel Hernández. Cogieron por dos fuegos a los federales, quienes perdieron 180 hombres entre muertos y prisioneros. La victoria de San Julián era además un bofetón directo para Calles, quien se había referido a Jalisco como "el gallinero de la República".
Luego de que Anacleto G.F. muriera el 1 de abril, José Reyes Vega decidió vengarlo, y el 19 atacó un tren cerca de La Barca. Murieron 52 soldados de la escolta y 30 pasajeros.
En represalia por esto, el 22 de abril el general Rodríguez ordenó evacuar varias poblaciones de Los Altos so pena de sufrir un bombardeo intensivo de la aviación. Con este motivo mucha gente fue desalojada de sus hogares, y enviada a otros pueblos. Para mayo de 1927 algunos de los principales jefes como Miguel Hernández y el p. Vega se marchaban a los Estados Unidos. Por el momento las riendas las tenía "El Catorce", secundado por Toribio Valadés y Víctor López. El 4 de mayo murió en una emboscada el general cristero Rodolfo Gallegos, pero la rebelión se había extendido en focos intermitentes, por Michoacán, Guanajuato, Morelos, Guerrero, Puebla y Veracruz.

A finales de mayo los cristeros de Colima habían agotado sus municiones y se dispersaron, siendo perseguidos por los federales, hasta que en agosto, luego de huir al otro lado del volcán de Colima, recibieron parque traído de Guadalajara, y el gobierno reaccionó con insultos desesperados a:

"Las hordas episcopales de fanáticos que engañados por la patraña clerical se han lanzado a la loca aventura de restaurar el dominio de los curas".

Tanto el gobierno como los delegados norteamericanos en México habían notado algo importante: la falta de un jefe supremo de los cristeros, un jefe militar que uniera a los rebeldes. La Liga también sabía que sin dirección adecuada la Cristiada fracasaría. Entonces fijaron su atención en el general Enrique Gorostieta, quien había sido oficial muy brillante del ejército porfirista, peleó en las tropas dirigidas por Victoriano Huerta contra Pascual Orozco, participó en la defensa de Veracruz de los cañones yanquis; fiel a Huerta, se negó a unirse a las filas carrancistas, y detestaba, como hipócritas, a Calles y a Obregón. Rechazado como huertista por el gobierno, Gorostieta vió con simpatía el movimiento cristero, aunque sólo como opositor al régimen constitucionalista.
De hecho Gorostieta era liberal, en la línea juarista-porfirista. Se le ha llegado inclusive a atribuir afiliación a logias masónicas, pero esto no ha sido completamente comprobado. Pero era indiscutible su indiferencia a la religión y hostilidad hacia la Iglesia, por lo menos al llegar 1927.
La Liga decidió aprovechar el odio de Gorostieta hacia Calles y Obregón, y así se le contrató, como mercenario, por 3 mil pesos mensuales para que dirigiera a los ejércitos cristeros; Gorostieta asumió el mando en Julio de 1927. [1]

Después de medio año de combates, al iniciar 1928 las fuerzas cristeras en Jalisco pesaban demasiado y el ejército federal no podía contra ellos, al grado de que se tuvieron que retirar soldados destinados a la protección de minas y haciendas extranjeras para movilizarlos. Los ofrecimientos de amnistía que ofrecía el gral. Joaquín Amaro no surtían efecto. En enero de 1928 se calculan 25 mil cristeros activos, en Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Aguascalientes, México, Zacatecas, Puebla, Oaxaca, Morelos y Veracruz.
El ejército federal continuamente organizaba concentración de poblaciones para bombardear polígonos evacuados, pero esto sólo exasperaba a la población civil y aumentaba el flujo de voluntarios al ejército cristero. A mediados de 1928 para el gobierno era ya evidente que nunca podría vencer a los cristeros por la fuerza: la población en masa se sublevaba. Al ocurrir el asesinato de Álvaro Obregón, hubo fricciones entre obregonistas y callistas, con acusaciones mutuas. Calles salvó la situación pasando el poder a Emilio Portes Gil, pero durante el conflicto político los cristeros esperaban, sabiendo que una división entre los jacobinos podría ayudarles mucho. Sin embargo, en agosto de 1928 se reanudaron las hostilidades entre cristeros y gobierno, en San Luis Potosí, a principios de 1929 se rebeló San Carlos Macuspana, Tabasco. En octubre de 1928 iniciaron brotes de rebeldía en toda la Sierra de Oaxaca. El 5 de octubre los cristeros tomaron Zimatlán, el día 10 derrotaban al 56º regimiento de Oaxaca; y uno tras otro se alzaron los pueblos de la Mixteca, en noviembre se levantaron Santa Cruz Mixtepec, San Pedro el Alto, Amialtepec, y otros. En diciembre se rebeló Tlaxiaco, cuyo cuerpo de combatientes cristeros conquistó Putla y Huamelulpan. El gobernador inútilmente intentaba evitar que la prensa nacional supiera de todos estos levantamientos, intentando apaciguar los ánimos; pero para diciembre el número de cristeros era tal, que podían diseñar operativos a gran escala contra el ejército mexicano, al cual tendían emboscadas con frecuencia. De enero a marzo de 1929 ya era intensa la rebelión en Oaxaca, y el gobierno federal tuvo que contarlo entre los estados rebeldes.

En el norte del país la situación también favorecía a los cristeros, en Durango las cuadrillas cristeras se juntaban, se organizaban e infligían derrotas sucesivas a los federales. En febrero hubo un combate en El Mezquital y los federales perdieron 200 hombres en el combate.
Sin embargo, seguían siendo los Altos de Jalisco el punto donde más combates se libraban. Ahí los cristeros no daban tregua a los federales, y en enero ya no era posible seguir la guerra día por día, había más de 100 combates al mes. El gobierno se veía obligado a distribuir sus tropas por todo el Occidente de la República, desde Durango hasta Oaxaca y desde Puebla a Michoacán. El archivo del gobierno de Jalisco, con fecha 4 de enero de 1929 da fe de la devastación de un polígono por los aviones de guerra de Calles, del cual se había expulsado a 75 mil familias. La lucha prosiguió sin descanso, y en diciembre los cristeros, en un acto de osadía, tomaron Cocula, hazaña arriesgada, si se toma en cuenta que Cocula estaba muy cerca de la capital tapatía, Guadalajara, donde se hallaban acantonadas gruesas tropas federales.

No sólo las tropas federales empezaban a cansarse de ser atacados por todos sus flancos, sino que su superioridad numérica empezaba a ser superada por los cristeros, cuyos combatientes aumentaban cada vez más. Muchos de los civiles expulsados de sus hogares, se unían al ejército cristero, rencorosos contra el gobierno.
A partir de 1928, y por órdenes del general Gorostieta, los cristeros empezaron a operar terribles ataques contra los medios de comunicación, levantando vías y paralizando al ejército, obligándolo a disperarse más para vigilar las estaciones y los cruces ferroviarios, mucho de lo cual fue logrado con la complicidad de los propios empleados de las compañías del tren.
Del 1 de octubre al 31 de diciembre de 1928, la prensa contabiliza 31 descarrilamientos en 6 estados de la República.

En 1929 la Guerra Cristera llega a su apogeo, y la situación fue tan alarmante, que el presidente Calles tomó medidas extraordinarias, y reclutó y envió enormes contingentes a Jalisco, el más preocupante de los estados rebeldes. Fueron destinados para la campaña en Jalisco 35 mil hombres, y en total colocó en el oeste del país más de 40 regimientos, soportados por batallones de refuerzo, con lo que casi el total de los ejércitos mexicanos se concentraban en la zona rebelde. Su propósito era aplastar rápido y definitivamente a los cristeros.
Sin embargo, los cristeros no eran menos que los federales, y se entregaban con más fervor a su causa, dispersándose y reagrupándose al paso de las columnas federales, para cansarlas. El gobierno federal, por otra parte, no era precisamente rico, y le costaba muchísimo dinero mantener a tantos hombres en campaña, proveerlos de sueldo, municiones y alimentos, mientras que los cristeros reponían sus municiones con las tomadas a los federales, y la población los alimentaba.

En los meses de marzo y abril de 1929 los cristeros desencadenaron una gran ofensiva, aplastando tropas que el gobierno había descuidado, destinándolas a la lucha contra la rebelión del general Escobar. Todo el Oeste de la República pasaba a manos de los cristeros, y el general Amaro urgía a Calles a que se concertara rápidamente una paz aunque fuera fingida, con la Iglesia. El 19 de abril, el general Saturnino Cedillo se acercó a Tepatitlán, Jalisco, con 3000 soldados federales. Ahí lo esperaba José Reyes Vega "El Pancho Villa con sotana", al mando de dos regimientos que le daban una fuerza de 900 cristeros. En el combate, los federales fueron sorprendidos por una maniobra envolvente de tenazas, que los asustó y se desbandaron. Los cristeros dejaron 25 muertos, entre ellos el p. Reyes Vega, pero los federales perdían 225 hombres, nueve veces más que los cristeros.
Hasta mayo pudo el ejército federal contraatacar; el 2 de junio el general Gorostieta cayó en una emboscada en la Hacienda del Valle y murió acribillado. Fue sustituido en el mando de las fuerzas cristeras de Los Altos por el p. Aristeo Pedroza, y en el mando supremo por el general Jesús Degollado. Con la muerte de Gorostieta coincidía la realización de pláticas entre funcionarios del gobierno, y prelados católicos. Ya se hablaba pues, de una paz, o al menos un modus vivendi que conciliara a la Iglesia con el Gobierno.


-Cacería sistemática contra los ex-cristeros: Mientras los cristeros combatían en los montes, en la capital los obispos mexicanos conferenciaban con el gobierno. Muerto Álvaro Obregón, el presidente Emilio Portes Gil se mostraba dispuesto a negociar una "paz" entre iglesia y estado. Mons. Leopoldo Ruiz Flores, ahora delegado apostólico, y Mons. Pascual Díaz, firmaron unos arreglos con el gobierno, por los cuales se ponía fin al conflicto religioso.

Esos famosos arreglos no solucionaron nada, a la postre. Fue un truco de los jacobinos, de los cuales Portes Gil no era sino servidor y agente; se intentaba engañar al México católico, hacerle creer que la persecución terminaba, cuando en realidad siguió, al principio menos intensa, pero después, creció de nuevo a tal grado, que nuevamente tuvo que protestar el Papa en persona: engañar y mentir son las mejores habilidades de los enemigos de la Iglesia.
Los arreglos Iglesia-Gobierno, y la continuidad de la persecución serán tratados más abajo. Por ahora terminemos con el asunto cristero. Sometiéndose la Iglesia a las triquiñuelas del gobierno, se llamó a los cristeros, católicos e hijos de la Iglesia, a deponer las armas.

En junio de 1929 fueron hechos los arreglos, y el mes de julio los cristeros se licenciaron, progresivamente. Aunque todo parecía normal, los cristeros presentían una traición por parte del clero que los llamaba a retirarse de la lucha.

El 12 de agosto, el general Degollado, sucesor de Gorostieta, declaraba licenciada a la Guardia Nacional. El gobierno exigía la entrega de las armas, y fueron muchos los cristeros que las entregaron, antes de volver a la vida civil. Los últimos combatientes se dispersaron en septiembre.

Había mucha suspicacia entre los católicos, e inclusive entre algunos obispos, pero los que creían en la buena fe del gobierno (inocencia extrema), exhortaban a la Paz y a la concordia, imposibles de lograr entre Cristo y Satán.
Y empezó la caza contra los antiguos cristeros. Hubo federales que advirtieron, con nobleza que los honra, a los cristeros, del peligro que los acechaba. Por orden de la Secretaría de Guerra fue ubicado y ejecutado el p. Aristeo Pedroza el 3 de junio de 1929, vinieron luego Luciano Serrano, Primitivo Jiménez y José Padrón. En Zacatecas Pedro Quintanar, Porfirio Mallorquín y todos los jefes a excepción de Justo Ávila y Aurelio Acevedo, fueron asesinados antes de que terminara el año. Hubo igual tipo de cacería en Colima, donde murieron Vicente Cueva, Lorenzo Arreola, Feliciano Flores, etc.
En San Martín Bolaños fueron asesinados 40 ex-cristeros en masa, en 14 de febrero de 1930, Meyer recogió muchos testimonios, entre ellos el de Casimiro Fletes, campesino ex-cristero:

"Vivimos desde los arreglos remontados en esas soledades cuidando de nuestras vidas y nuestros bienes. No podemos acudir a determinados pueblos sin ser amenazados de muerte por los agraristas, que al vernos sin armas y sin garantías cobardemente se aprovechan; ¿no se habrán enterado los señores obispos que tuvieron los arreglos con el gobierno, de la matanza que éste hace de nuestra gente cada vez que se le presenta la oportunidad? Me sujeté a las leyes cuando vinieron los arreglos. Entonces, ¿por qué me tiene que molestar, no se nos dijo que lo pasado se olvidaba y que ahora todo el mundo a vivir tranquilo en su trabajo? No hay derecho a que nos tengan viviendo esta vida de zozobra y que como perros rabiosos nos vengan a matar todo un gobierno que ha ofrecido garantías. Con la ayuda de Dios y esta arma, el gobierno nunca me sacará de aquí".

Astuta como era la maniobra del gobierno, no tardó en dar desastrosos resultados: los católicos empezaron a indignarse con sus obispos, a quienes perdían la estima y el respeto, se consideraba traidores a quienes habían pactado con el gobierno... lo que salvó a México de un cisma, fue que muchos sacerdotes se oponían abiertamente al "modus vivendi", y algunos fueron asesinados por el gobierno, como el p. Epifanio Madrigal, quien tenía fama de santidad, y quien se dirigió a recibir información de los obispos para transmitir a los ex-cristeros si era cierto que el Papa aprobaba la paz... pero no regresó, lo mataron agentes federales.

Esta saña nazi del gobierno contra los ex-cristeros, quedó plasmada en testimonios y novelas, como por ejemplo Rescoldo, de Antonio Estrada, o Entre las patas de los caballos de Luis Rivero del Val. De esta última obra copiamos el Epílogo:

"Las últimas hojas de este diario están destrozadas por las balas que dieron muerte a su autor; manchadas con la sangre que tenía ofrendada.
Paseaba por el andén de la estación, en espera del tren que habría de llevarlo de vuelta a su casa. Con él estaban dos de sus compañeros; todos con salvoconductos en regla.
Hombres armados, ocultos tras los carros-caja estacionados, hicieron fuego sobre ellos y huyeron. Los cadáveres permanecieron horas en el andén, sin que la autoridad se diera por enterada. Gente piadosa les cerró los ojos y los cubrió con sarapes.
El pueblo se conmovió al enterarse de que eran cristeros amnistiados, y un grupo de vecinos recurrió al jefe de la guarnición de la plaza en demanda de justicia y garantías; pero éste, con altanería y desprecio respondió:
-¡Pos quien les manda! ¡Pá que se meten entre las patas de los caballos!


No murieron en vano los mártires cristeros. Gracias a Dios y a la valiente lucha que ellos empeñaron, la religión cristiana en México se salvó y perdura. Ni la hipocresía del gobierno ni la cobardía de sus esbirros pudieron contra la Fe; Cristo cumple la promesa que hizo hablando de Su Iglesia: "Las puertas del Hades no prevalecerán contra Ella". 


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