El Caso de Miguel Agustín Pro




El sacerdote M. A. Pro S.J., momentos antes
de recibir la descarga del pelotón que lo fusiló el
23 de Noviembre de 1927



Entre los mártires de la Cristiada, uno de los más famosos es el sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro Juárez, ejecutado en 1927 por la mafia anticatólica de Plutarco Elias Calles. En cuanto a fama y resonancia, sólo puede comparársele Anacleto González Flores, el glorioso líder cristero asesinado en Jalisco.
¿Pero qué tuvo de especial el padre Pro? ¿Por qué se le beatificó mucho antes que a Anacleto y se le dio tanta importancia? Esto es algo de lo que nos proponemos estudiar.
Ciertamente la vida del padre Pro es extraordinaria, ejemplar, leyendo sus biografías se saborea una santidad que cualquier católico se preciaría de tomar por modelo.

Sin duda hubo, entre los mártires de la Persecución, muchos católicos ejemplares, santos, dignos de igual veneración que el padre Pro. Pero este último murió en medio de un torbellino político, y víctima de una incivilizada injusticia, que algunos de sus mismos autores condenaron. Y no somos nosotros ahora quienes lo ensalzamos tanto, sino el mismo pueblo católico, que acompañó su féretro en una tremenda procesión, fenómeno que se repetiría en los funerales de José de León Toral, quien fue el que finalmente liberó a México de Obregón.
Vamos a estudiar los hechos.



-Breve resumen de su vida: José Ramón Miguel Agustín, como era su nombre completo, nació el 13 de enero de 1891 en la población de Guadalupe, en el estado de Zacatecas, México, y a 8 kilómetros de la capital zacatecana. Fue el tercer hijo del matrimonio de don Miguel Pro y doña Josefa Juárez. Tenía dos hermanas mayores, Concepción y María de la Luz. Con el tiempo tendría otra hermana menor, Ana María, y tres hermanos menores, Edmundo, Humberto y Roberto, aparte de otros 4 hermanos que murieron muy niños.
A finales de ese año la familia se mudó a México, pues don Miguel era ingeniero en Minas y allá en la capital había buenas posibilidades de trabajo. La familia vivió allí unos años, y luego en 1896, en Monterrey.

En su infancia, Miguel Agustín demostró ser terrible, destrozaba las muñecas de sus hermanas, repelaba, hacía berrinches y frecuentemente tenían que corregirlo. A principios de 1898 la familia Pro Juárez se trasladó a Concepción del Oro (estado de Zacatecas), donde hizo su Primera Comunión junto con sus hermanas mayores. Quien les dio la Primera Comunión fue el padre Mateo Correa, de quien hablamos en el capítulo anterior, y quien también fue mártir de la Persecución, por negarse a violar el secreto de Confesión.
Miguel pasó además, por dos experiencias duras al estudiar lejos de su familia, en otras ciudades. Y trabajó con su padre en la administración de minas, cuando ya se dibujaban en el horizonte los primeros tintes de la Revolución: La Sucesión Presidencial de 1910 publicada por Madero en 1908, y las huelgas de Río Blanco y Cananea.
Descubrió su vocación religiosa poco a poco, en misiones, al salvarse de ser aplastado por un carro minero, invocando a la Virgen. El ingreso de sus hermanas Luz y Concepción como monjas a un convento lo dejó a él vacío y bastante deprimido. Finalmente decidió entrar al seminario, e hizo sus primeros votos el 15 de agosto de 1913, con lo cual era ya novicio de la Compañía de Jesús.
Históricamente nos estamos situando en la época posterior a la caída de Díaz y Madero, el advenimiento de Carranza, y con él, el comienzo de la Persecución.

De hecho en 1914 los carrancistas ya perseguían fieramente a los curas, saqueaban y profanaban iglesias, y dispersaban comunidades religiosas. Los jesuitas del Occidente mexicano tienen que aprestarse a huir. Al hermano Pro le llegaron entonces noticias de su familia: los carrancistas habían despojado a su padre don Miguel, quien tuvo que huir para salvarse de morir, y nadie de la familia conoce su paradero. Su madre, enferma, y con los niños Humberto, Roberto y Ana María, se dirigió a Guadalajara. Él ya no puede pensar en reunírseles; los carrancistas -y aun a veces los villistas- seguían como consigna el atrapar a cuanto "curita" pudieran, y en muchos casos fusilarlos.

Pero aun con el peligro, Miguel se disfraza de ranchero y consigue llegar a Guadalajara, donde ve a su madre y a sus hermanos. La Perla de Occidente -como se nombra a Guadalajara-, estaba en poder de Obregón, uno de los más pertinaces perseguidores.
El 1 de Octubre se cursó a los jesuitas mexicanos la orden de huir al extranjero. El p. Pro se despide en la estación de su familia, donde ve por última vez a su madre. Por tren y a veces a salto de mata llegan a los Estados Unidos. En Los Gatos fueron alojados por jesuitas norteamericanos. Sin embargo, ante las pocas esperanzas de volver a México, donde cada vez se complica más la Persecución y la política, los jesuitas desterrados serán enviados a España. Por Nueva Orleans, La Habana y Nueva York, finalmente se embarcan para Cádiz. En julio de 1915 el hermano Pro está en Granada, donde pasa 5 años estudiando Retórica y Filosofía. A mediados de 1922 se dirigió al Colegio de Sarriá, cerca de Barcelona, para estudiar Teología.
Estuvo muy enfermo a fines de 1923, y en septiembre de 1924 se fue a Enghien, Bélgica, a seguir con la Teología. En Bélgica le ocurrió un episodio chistoso, pues le tocó estar en un tren lleno de obreros socialistas, que de inmediato se pusieron hostiles, al verlo subir con todo y sotana jesuita.
- Oiga-le dice uno de ellos.-¿sabe usted a dónde ha ido a caer, señor cura?
-No-responde, ¿A dónde?
-¡Nosotros somos socialistas!
-¡Ah, pues entonces he caído bien. Yo también soy socialista!, aguarden, ya es la una y no he comido, ¿Quieren convidarme de sus provisiones?

Sorprendidos, los obreros se encontraron metidos de cabeza en una trampa. Convidar al cura era insólito para ellos, pero no convidarle era demostrar con hechos que no eran socialistas, y que no compartían sus cosas. Finalmente el hermano Pro se los ganó con su buen humor, y platicó y comió con ellos.

Ahí en Bélgica recibe las órdenes, el 7 de julio de 1925 el subdiaconado, el 25 el diaconado y el 31 de agosto el presbiterado: la Orden definitiva.
En medio de unas operaciones por úlcera en el estómago, le llega al p. Pro un duro golpe: su madre doña Josefa falleció el 8 de febrero de ese año 1926. Después de llorarla, la invocará y la tendrá presente durante su ministerio.
Con su úlcera, realmente no va a poder vivir muchos años, pero los superiores jesuitas convienen en que es justo permitirle volver a su patria, por si la enfermedad se agravara. Antes de embarcarse de regreso a América, el p. Pro se dirige a Lourdes, a visitar la Gruta donde tuvo lugar la Aparición de la Santísima Virgen.
El p. Pro se embarcó en el vapor Cuba, en Saint-Nazarie, Francia, el 24 de junio de 1926. El 8 de julio el p. Pro llegaba a la ciudad de México, procedente de Veracruz, donde encontró a su padre don Miguel, a sus hermanos Humberto y Roberto, y a su hermana Ana María. Con alegría degustó nuevamente las tortillas y demás comida mexicana que algún buen recuerdo debían traer a su organismo.


-El padre Pro en la Persecución Religiosa: México había cambiado en sus años de ausencia, especialmente en lo que se refiere al problema religioso. Ya estudiamos cómo Carranza desató la Persecución. Vino la Constitución de 1917, luego Obregón continuó la labor anticatólica, pero justo a la llegada del p. Pro, el presidente Calles extremababa las medidas anticatólicas. El 14 de junio había sido publicada la Ley Calles, y los católicos, organizados a través de la A.C.J.M. y la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, se disponían a hacer frente a tan neronianas medidas.
En medio de esta situación, y por órdenes superiores, el p. Pro tenía que seguir estudiando Teología. Pero al mismo tiempo, como sacerdote católico, se dedicó a pastorear almas, trabajando con celo apostólico por administrar los sacramentos a los fieles, de manera oculta, y convirtiéndose así en blanco de la Policía.

Lo más interesante del padre Pro es que él quería ser mártir, pero al mismo tiempo quería ser pastor, y empeñó todo su ingenio y su habilidad en escabullirse a la policía siempre que pudo. Visitaba familias, visitaba a las religiosas del Buen Pastor, ayudaba a pobres y enfermos. Vamos a contar algunas anécdotas, de sus aventuras con la Policía, registradas en las cartas que el p. Pro enviaba a sus amigos.

-El 4 de diciembre de 1926 la Liga soltó 600 globos que dejaron caer propaganda religiosa. El presidente Calles estaba en la zona de Balbuena con sus amigos, y aplaudió calurosamente, pensando que los globos eran de la CROM. Cambió de actitud por completo al leer uno de los volantes, y furioso, ordenó la aprehensión de "los globeros". La policía tenía en su lista negra a Humberto y Roberto Pro, y con la consigna de detener a cualquier varón que llegara a la casa Pro, detuvieron al p. Miguel. Llevándoselo, en coche, él empezó a hacerlos reír con chistes, y por la ventanilla del coche arrojó toda la propaganda que llevaba en sus bolsillos. La gente, estupefacta, veía como salía la propaganda de un carro policiaco.
En la prisión lo juntaron con otros católicos, y el teniente los recibió con un burlón:
-Mañana vamos a tener Misa.
-¡Malo!-pensó el padre.- Ya me olieron.
--siguió el otro.- Entre ustedes viene un presbítero. Es un Miguel Agustín.
-¡Alto ahí!-exclamó el padre.- Se confunde ud., lo que viene al final de mi nombre es mi apellido "Pro", y no "Pbro.", que es la abreviación de presbítero.

-En otra ocasión, yendo por la calle lo empezaron a seguir unos agentes de policía. Él se dio cuenta, y entonces, repentinamente se volvió a ellos, y fingiendo reconocerlos como amigos suyos, los saludó afectuosamente, abrazándolos e invitándolos a tomar un café. Los policías quedaron completamente perplejos, y se convencieron de haber equivocado la presa.

-Yendo vestido de traje a dar la Sagrada Comunión a un grupo de señoras, entró gritando la criada que venía la policía. Las damas se espantaron, pero el padre las tranquilizó, les ordenó repartirse por la casa. Acto seguido se guardó el Santísimo en el pecho y encendió un cigarrillo.
Entonces entró un grupo de agentes.
-¡Aquí hay culto público!-dijo el jefe.
-No la amuelen-replicó el padre.
-Sí, señor, aquí hay culto público, acompáñenos a revisar la casa.
Total que el padre los acompañó, pero no conocía la casa, y cuando después de mil vueltas y un buen rato no encontraban al dichoso curita, el padre les dijo con desenvoltura:
-Bueno, caballeros, se me hace tarde, quedé en salir con mi novia, y la verdad no tengo tiempo para esperar a que atrapen a ese desvergonzado sacerdote que se está burlando de ustedes...

-En otra ocasión llegó vestido de saco y con sombrero a una casa donde lo esperaba un grupo de católicos. Pero al doblar la esquina para llegar vio dos policías apostados en la entrada. No podía retroceder, pues los policías lo hubieran notado, así que se adelantó, se abrió levemente el saco, como enseñando una placa, y les dijo con severidad:
-¡Aquí hay gato encerrado!
Los dos agentes se cuadraron de inmediato, con saludo militar, y él, muy serio, entró en la casa. Ahí los fieles le suplicaron que se marchara, que era muy peligrosa su estancia, y el padre se burlaba diciéndoles:
-Pero queridos, ¿Cuál es el peligro? ¡La policía en persona nos cuida la casa!
De todos modos le pidieron que mejor se fuera, y se salió, recibiendo nuevamente dos hermosos saludos militares de parte de los soldados.

-Otra vez, al irlo persiguiendo la policía, él dio vuelta a una esquina y se encontró con una señorita conocida suya. De inmediato le guiñó el ojo y la tomó del brazo; ella le siguió el juego, y se fueron, riendo y platicando como dos enamorados amantes. Los policías, al ver tal cuadro, se quedaron confusos, y los dejaron ir. Más tarde su oficial superior, al serle descrito "el novio" de la peculiar pareja, les dijo furioso: ¡Ese era el cura Pro!

Así es como, usando su ingenio y su agudeza, el p. Pro burló en numerosas ocasiones a la policía, continuando con su ministerio.
El 23 de septiembre se ofrece solemnemente a Dios como víctima por la salvación de la fe en México, por la paz de la Iglesia y la salvación de Calles. Con él se ofrece la abadesa Concepción Avecedo de la Llata, de quien tendremos ocasión de hablar más detalladamente, al tratar el asesinato de Obregón.
Para hablar del martirio de Miguel Agustín Pro; conviene pasar al siguiente punto.


-El atentado dinamitero contra el gral. Álvaro Obregón: La Persecución había arreciado a lo largo del mandato presidencial de Calles. Detrás de él, Obregón seguía manejando la política nacional, y trató de obtener un arreglo con la Iglesia, debido a que la imagen de México a nivel internacional empezaba a ser objeto de sospechas. La prensa, amordazada, no publicaba casi nada de lo que ocurría en México, y durante mucho tiempo se ignoró la gravedad de la situación.
Obregón podía contar con las ansias de paz de algunos obispos, especialmente Leopoldo Ruiz y Pascual Díaz. Al gobierno le empezaba a urgir terminar con la rebelión cristera, la cual amenazaba con ser más dura, debido al ingreso del general Enrique Gorostieta a las filas cristeras. Unas reuniones con prelados en San Antonio, Texas, no tuvieron éxito debido a la vigilancia de Mons. Mora y del Río, quien no se dejó engañar por las artimañas obregonistas. Obregón intentó enviar un delegado a hablar con el Papa, para, mediante engaños, hacer que se declarara en contra del movimiento de resistencia católica.
Pero Pío XI se negó a recibir a los delegados, y sencillamente despreció las melosas mentiras de quien había expulsado de México a su delegado apostólico Mons. Filippi. Tanto a Calles como Obregón les empezaba a cansar el asunto cristero, mucho más peligroso de lo que ellos habían imaginado, pero cuando Mons. Pascual Díaz fue a Roma, a ver si gestionaba la paz, el Ilmo. Mons. Mora y del Río protestó, y Roma respondió una vez más negativamente.
A los anticristianos se les empezó a meter en la cabeza la idea de vengarse del Papa, luego del desaire a los delegados enviados por Obregón.

Mientras tanto, Obregón se aprestaba a volver a la presidencia. Por órdenes suyas, Calles hizo que el Congreso reformara la ley, y con hipócrita desdén por los principios "sacrosantos" de la Constitución de 1917, la reformaron de modo que la reelección era permitida por una sola vez, no para periodo inmediato, es decir, no durante 6 años. Ahora, con esa reforma, Obregón podía volver a ser presidente, y Calles también luego de él, de modo que a los católicos les aguardaba la perspectiva de ser gobernados 12 años más por esa mancuerna de salvajes.
Los católicos se sintieron desalentados con la noticia, y empezó a gestar en algunos el pensamiento de tiranicidio. Todos los católicos sabían que Obregón era el máximo enemigo de ellos. En la Biblia encontramos a las tiranicidas Jael y Judith, y un grupo de acejotaemeros de dispuso a ejecutar al tirano Obregón.

El jefe de ellos era Luis Segura Vilchis, ingeniero que trabajaba en la Compañía de Luz y Fuerza Motriz, y a quien mencionamos anteriormente, ya que participó en la defensa del Centro de Estudiantes Católicos, en 1922. Primero construyó una bomba con la cual intentó dinamitar el tren presidencial, pero fracasó en su intento, debido a que Obregón venía en un tren de pasajeros, y Segura no quiso matar inocentes por un culpable.
Para las siguientes elecciones, le surgieron dos rivales a Obregón, los generales Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez. Ambos fueron asesinados para quitarlos de en medio, a principios de noviembre de 1927; con lo que Obregón iba hacia la presidencia con las manos manchadas de sangre.

Mientras tanto, Segura Vilchis tenía ya un cristero y dos acejotaemeros dispuestos a ayudarle: el cristero era José González, y los otros dos Nahúm Lamberto Ruiz y Juan Antonio Tirado Arias. En complicidad con su jefe, Manuel Velázquez Morales, Segura fabricó unas bombas para ser lanzadas a mano. Pidió a la Liga un coche, aunque sin informar para qué -los únicos al tanto de su plan eran su jefe y su equipo inmediato-. La Liga gestionó que Humberto Pro, hermano del p. Miguel, cediera a Luis Segura un viejo automóvil Essex placas 10101, mientras que a él le entregaron un Studebaker. El Essex estaba a nombre de Daniel García, seudónimo de Roberto Pro, el otro hermano del padre. Ignorantes de todo el plan, se gestionó el cambio de coches, y José González recibió el Essex.

El 13 de noviembre de 1927 llegaba Obregón a la ciudad de México, proveniente de Sonora, con todo su equipo electoral y su estado mayor. Los conjurados se reunieron, aunque Velázquez Morales, viendo que tardaban en ir por él, se marchó a la Villa de Guadalupe. Mientras tanto, José González estaba al volante del Essex, junto a él Segura, atrás Tirado y Ruiz.
Obregón había llegado en el tren a la 1 de la tarde, y se marchó a su domicilio en la Avenida Jalisco 196. Gonzalez propuso matarlo a puñaladas cuando saliera, pero Luis Segura decidió seguir con el plan. A las 2 Obregón salió, y junto con los licenciados Bay y Orcí subió a su automóvil Cadillac, decidido a pasear un rato antes de ir a la corrida de toros de la tarde, organizada en su honor.
El Cadillac se dirigió al bosque de Chapultepec, seguido por el Essex. Detrás del Cadillac iba el automóvil de los guardaespaldas del caudillo, dirigidos por el coronel Jaime. Ambos carros se enfilaron por la Fuente de las Ranas y siguieron por Chapultepec.
Justo al llegar a la Calzada de los Filósofos, el Essex emparejó al Cadillac, Segura arrojó una bomba, Nahúm arrojó la suya y de inmediato vació su revólver contra el auto de Obregón. Se hizo una gran humareda, saltaron cristales rotos, Obregón, sumamente pálido, buscaba en vano su revólver.
Creyendo haber logrado su cometido, Segura Vilchis ordena la fuga, y el Essex sale con dirección al Paseo de la Reforma. Obregón y sus amigos se dan cuenta de que son víctimas de un atentado.
Sin embargo, nadie resultó herido de gravedad, Obregón sólo sufrió unos rasguños, y a las preguntas de sus acompañantes, respondió con enojo:
¡Yo estoy bien, agarren a esos!

De inmediato, los guardaespaldas de Obregón, en el segundo auto, se lanzan en persecución del Essex. Ambos autos salen de Chapultepec y enfilan por Reforma. El coronel Jaime no deja de disparar contra el Essex, y finalmente una bala abre un agujero en el tanque de gasolina. En la Glorieta del Ángel, Segura ordena a González torcer hacia la derecha, y por Florencia y Liverpool alcanzan la avenida de los Insurgentes. Nahúm Ruiz, en el asiento trasero, se asoma por la ventanilla y recibe un balazo que le atraviesa la cabeza; sin decir palabra se inclina sobre Tirado, manchándolo de sangre.
Al llegar a Insurgentes, se les acerca un vehículo Ford, Segura Vilchis ordena provocar un choque contra el, en la esquina de Insurgentes y Liverpool. Se detienen los coches por el choque, y se arremolina la gente. Segura Vilchis salta del Essex y huye rápidamente. González hace lo mismo pero en otra dirección. Tirado intenta huir, pero su ropa manchada de sangre llama la atención de la policía, y él y Nahúm Ruiz son apresados. El primero es llevado a la Inspección y el segundo al Hospital Juárez. Mientras tanto, Segura Vilchis se presentó ante la Liga a dar cuenta de su misión. Posteriormente tomó el tranvía de Tacubaya y llegó a la plaza de toros cuando empezaba la corrida. Con gran consternación vio llegar a Obregón, lo que le probó el fracaso del atentado; pero aun así se acercó al caudillo, lo saludó e intercambió con él varias palabras, para crear una coartada.

La noticia del atentado contra Obregón causó conmoción en el país. La familia Pro lo supo hasta en la noche, y todavía no se preocuparon, sino hasta el día siguiente, cuando en los diarios Humberto se enteró de que los dinamiteros iban en el Essex placas 10101. Como el automóvil había estado en su poder, era de presumir que la policía dirigiría sus sospechas hacia él.
En la Inspección, Juan Tirado fue torturado brutalmente, pero fiel a su consigna acejotaemera, Tirado no dijo absolutamente nada, y desde su arresto hasta su muerte fue imposible arrancarle confesión alguna. La policía hizo correr, años después, la versión de que se engañó al herido Nahúm Ruiz, cuando un policía se hizo pasar por su hermano, y Ruiz le habría dicho que avisara al ing. Luis Segura y a los señores Pro que se escondieran, versión falsa, por supuesto, desde el momento en que Ruiz desconocía la suerte de Segura, y su estado de gravedad era tal, que falleció el 20 de noviembre.

Calles y Obregón cursaron de inmediato la orden de detener a cuanto implicado se pudiera descubrir en el atentado. El jefe militar de la capital, gral. Roberto Cruz, y el jefe policiaco José Mazcorro dirigieron la investigación, y para la ejecución de las pesquisas, Mazcorro nombró a Álvaro Basail y Valente Quintana.
Antes de morir Ruiz, su esposa Luz del Carmen hizo declaraciones, entre otras, que el jefe de su marido en la Liga era el ingeniero Segura Vilchis. Y la policía se dirigió hacia él.

El día 17 Basail llegó a la Compañía de Luz y Fuerza ante el joven de 23 años de edad:
-¿Es usted el ingeniero Luis Segura?-preguntó. -Sí, señor, para servir a usted. -Vengo, ingeniero, con una molestia. Soy agente de la Inspección General de Policía. Basail miró fijamente a Segura, quien permaneció inmutable.
-El señor general Cruz-prosiguió Basail.- Me ha encargado que suplique a usted pase a verle, para un asunto de importancia.
Se fueron hacia la Inspección, y ahí llevaron a Segura ante el general Cruz.
-Mucho gusto en conocerlo, ingeniero-le dijo Cruz.- Siéntese, ingeniero, me he permitido molestarlo para hacerle algunas preguntas.
-Sí, mi general, estoy a sus órdenes. -Ingeniero, ¿Qué sabe usted del atentado al general Obregón? -Lo que dice la prensa, general. -¿Nada más? -Nada más, mi general.
-Y, ¿podría decirme usted qué hizo el día 13?
-No lo podré hacer con mucho lujo de detalles, porque no pensé que fuera a serme de utilidad alguna. Pero verá usted. En la mañana fui a misa...
-¿A misa?
-Sí, señor, a misa.
-¿A dónde?
-General, me va a permitir guardar el secreto, porque sé la pena en la que incurren las personas en cuyos domicilios se dice misa.
-Muy bien, pero dígame, ¿es usted católico?
-Sí señor, católico, apostólico y romano.
-Continue...
-Después de misa fui a comer a mi casa, y como las dos de la tarde me fui a los toros. Va usted a ver, porque aquí traigo el talón del boleto. ¡La corrida fue monumental! Estaba yo cerca del general Obregón; me acuerdo que brindaron a usted un toro. Después de la corrida me fui a comer a un restorán cercano, luego fui a casa, y en la noche al teatro.

Con estos detalles Cruz ordenó que Segura permaneciera prisionero, mientras el general Obregón avalaba la coartada.


-¡Viva Cristo Rey!: Al principio la policía estaba desorientada. El mismo Obregón no estaba seguro de la procedencia del atentado, y sospechaba inclusive de Calles. Pero la policía cateó un domicilio en la calle de Alzate, indicado por la esposa de Nahúm Ruiz, y al encontrar allí material para preparar bombas, consignaron a las señoritas que habitaban la casa. Estas ignoraban todo, pero sabían que la casa pertenecía una señora Josefina Montes de Oca, quien les había prestado la casa por mediación de un joven llamado Humberto Pro. Al momento de salir el apellido Pro, la policía recibió órdenes de arrestar a los tres hermanos.
Estos, por precaución, habían abandonado su domicilio y se refugiaron en casa de la señora María Valdés, en la calle de Londres número 22, donde se tomó la decisión de que Humberto y Roberto se irían a combatir con los cristeros.
Mientras tanto, Basail y Quintana habían detenido a la señora Montes de Oca, y luego interrogaron a su hijo José, un atolondrado muchachito que había asistido al refugio de los Pro. Mediante amenazas, los policías le hicieron confesar que la casa donde se encontraba el dichoso Miguel Pro, era la de Londres 22.
Ese mismo día la policía empezó a rondar cerca de la casa de la señora Valdés, y en la madrugada del 18 de noviembre un piquete de soldados se introdujo en la casa y derribó a golpes la puerta del cuarto donde dormían los hermanos Pro.
-¡Nadie se mueva!-gritaron.
Miguel se dirigió a sus hermanos:
-Arrepiéntanse de sus pecados como si estuvieran en la presencia de Dios.- Acto seguido pronunció la absolución sacramental y prosiguió:
-Desde ahora vamos ofreciendo nuestras vidas por la religión en México y hagámoslo los tres juntos para que Dios acepte nuestro sacrificio.
Salieron escoltados por los soldados, y Basail se dirigió a la señora Valdés:
-¿Sabía usted que escondía en su casa a los dinamiteros?
-Lo que yo sé-replicó ella.- Es que escondía a un santo.
El Padre Pro intervino:
-Esta señora es inocente. Déjela usted tranquila y haga de nosotros lo que quiera.- Se volvió hacia la señora Valdés. .- ¡Me van a matar!-le dijo.- Le regalo a ud. mis ornamentos sacerdotales.
-Nada de eso-dijo Basail.- Nada tienen que temer ustedes en la Inspección.
Pero el p. Pro ignoró el comentario. La señora le obsequió un sarape, él le dejó sus ornamentos y un cilicio, y acto seguido los tres hermanos fueron llevados a la Inspección de Policía. Allí el padre regaló su sarape a Juan Tirado, quien estaba enfermo por las torturas de que había sido objeto. Encontraron también a Segura Vilchis, pero siguiendo la consigna acejotaemera, ni él dio muestras de conocerlos, ni ellos a él.

Se inició un proceso que al principio fue regular. Los hermanos Pro no podían decir más que la verdad: que ellos no tenían absolutamente nada que ver en el atentado. La evidente inocencia de los Pro hizo que se pensara en dejarlos libres bajo fianza. Pero el día 21 Calles y Obregón ordenaron tajantemente a Cruz que fueran fusilados.
Cruz les hizo ver que tenían que dar al menos alguna apariencia de legalidad al proceso.
-¡No quiero formas, sino el hecho!-replica Calles.
-¿No convendría asignar a los acusados a un tribunal?-sugiere Cruz.
-He dado mis órdenes-se exaspera Calles.- A usted no le corresponde sino obedecerlas. Y volverá para darme cuenta de haberlas cumplido.
-Entonces, ¿qué hacemos con el acta de la Inspección?-insiste Cruz.
Obregón interviene:
-¡Que acta ni que...! (suelta una expresión vulgar)
Cruz refirió años después dicha entrevista, atribuyendo todo a la fobia anticlerical de Calles.

Sin embargo, la inocencia de los Pro era clarísima. La clave de eso fue el propio Luis Segura Vilchis.
Se le informó a Obregón de que estaba preso Luis Segura, pero el tirano confirmó que se había encontrado a Segura en El Toreo, y que no pensaba que fuera uno de sus atacantes. El general Cruz informó a Segura que iba a ser puesto en libertad, pero entonces fue cuando Segura supo que quienes iban a ser ajusticiados, acusados por el atentado contra Obregón, eran los hermanos Pro. Su conciencia de cristiano y su honor de caballero le obligaron, pues, a confesar toda la verdad.
Y se dirigó a Cruz:
-General Cruz, ¿me da usted su palabra de honor de que sólo serán sacrificados los responsables del intento de matar a Obregón, y de que serán puestos en libertad los demás presos que no tomaron parte activa en él y que están acusados de ser los autores y ejecutores del mismo, si le digo la verdad sobre este asunto?
-Sí, ingeniero.
-Pues bien, general: el autor, director y ejecutor del intento de ejecución del general Obregón, llevado a cabo el día 13, soy yo. En la realización del plan me ayudaron Nahúm Lamberto Ruiz y Juan Antonio Tirado Arias, los hermanos Pro Juárez nada tuvieron que ver en este asunto, pues ni supieron lo que yo iba a hacer, ni tomaron parte alguna en lo hecho por mí.
-Usted se burla de mí, ingeniero. Su inculpabilidad está plenamente probada, y el mismo general Obregón ha declarado en su favor. Lo que usted pretende es que los Pro salgan en libertad absoluta por "falta de méritos", para después que ellos estén salvos, argüir que es usted inocente, como lo es, y salir asimismo en plena libertad.
-No general, no pretendo burlarme de usted. Quiero, sí, salvar a los Pro, porque es mi deber hacerlo así, ya que ellos no tienen responsabilidad alguna en el intento de ejecución de Obregón. Sé que mi confesión me costará la vida, pero es para mí un deber de conciencia, que seguramente usted no comprende, el proceder así. Si ustedes matan a los Pro, después de que yo les haya demostrado que son inocentes, ese será un crimen suyo, y ninguna responsabilidad tendré yo en él, como la tendría si no hablara. Y hablo en serio, general, y con la verdad en los labios.
Segura describió pues, toda la preparación y ejecución del atentado, de lo que se desprendía que éste fue realizado por él, por Ruiz, Tirado, y el chofer González, quien seguía prófugo.

Finalmente Cruz, con todos los detalles, no tuvo más que aceptar la declaración del ingeniero.
-Pero, ¿por qué intentó usted matar a mi general Obregón?
-Porque es un hipócrita perseguidor de mi fe, un asesino de católicos, un traidor a la Patria, a la que intenta destruir en beneficio de los Estados Unidos, al servicio de cuyo imperialismo está.
-Entonces, ¿no se arrepiente usted, ingeniero, de haber intentado matar a mi general Obregón?
-Si veinte vidas tuviera Obregón, veinte le quitaría para salvar al catolicismo y a la Patria de tan ominosa tiranía.
-Vuelva usted a su prisión.
-No olvide que soy el responsable de este asunto, y que reivindico para mí todas las consecuencias.
-Vuelva usted a su prisión. Y así Segura Vilchis permaneció en prisión, pudiendo considerarse ya condenado a muerte, sin que por eso se liberara a los Pro, naturalmente. Al día siguiente, 19 de noviembre, vino la declaración formal del acejotaemero:

-Me llamo Luis Segura Vilchis, tengo 24 años de edad, soy soltero, ingeniero topógrafo, natural de Piedras Negras, Coahuila, con domicilio en la casa número 6 de la plaza Juárez de Guadalupe Hidalgo, Distrito Federal. Yo preparé y planeé el atentado dinamitero contra el general Álvaro Obregón. Yo comprometí a mis tres compañeros, Nahúm Lamberto Ruiz, Juan Tirado Arias y José González, dos de ellos en poder de la policía y el último prófugo. Yo fabriqué las bombas en la casa número 144-A de la calle de Alzate, pero rehúso denunciar a la persona que me ayudó en ello. Fuera de las personas que tomaron participación directa en el atentado, ninguna otra supo del asunto hasta que los hechos fueron del dominio público.

¿Qué tenía pues, el gobierno, contra los Pro, y en concreto, con Miguel?
Nada, salvo el odio irracional de Calles hacia todos los sacerdotes católicos. El propósito de Calles y Obregón de vengarse del Papa, a raíz de las negativas de éste a negociar una "paz" hipócrita y falsa, los indujo a descargar, en la persona del padre Pro, una venganza sonora y revanchista. Las circunstancias son anómalas, se trataba de un sacerdote muy popular y querido entre los católicos, jesuita para colmar el plato, y su ejecución fue realizada con la participación de numerosos medios de publicidad, reporteros y periódicos, siendo que normalmente el gobierno hacía sus ejecuciones en secreto.

El señor cónsul de Argentina en México, Emilio Labougle, intercedió ante Calles por los Pro, y Calles aceptó desterrarlos, pero arteramente habría de violar su palabra. Ya por la noche del 22 de noviembre hubo mucho movimiento en la Inspección, se reforzó la guardia. A la medianoche bajó al calabozo el general Cruz, llevando consigo a Jesús Palomera López, un hombre de pésima reputación moral, apodado "el asesino de católicos". Cruz señalaba los reos, Palomera los miraba de pies a cabeza y tomaba notas. Fueron fotografiados todos, uno por uno. Al p. Pro le dio muy mala impresión tal visita, y dijo a su hermano Roberto:
-Quién sabe lo que quieren hacer estos señores, pero nada bueno ha de ser. Pidámosle a Dios resignación y fuerza para lo que sea, y resignémonos a lo que venga.

Por la madrugada el padre despertó y se tomó una aspirina. En las primeras horas del 23 de noviembre se escuchó movimiento por toda la Inspección, y a las 10 horas apareció en el calabozo el jefe de las Comisiones de Seguridad, Mazcorro, quien dijo en voz alta:
-¡Miguel Agustín Pro!
El padre se puso de pie, por orden de Mazcorro se puso el saco, apretó la mano de Roberto y salió al patio de la Inspección.
No se les había dicho absolutamente nada a los prisioneros, por lo que al salir, y encontrar todo el aparato de ejecución, el padre se sorprendió, pero con toda calma caminó al paredón. El que lo llevaba, Valente Quintana, se acercó y le dijo:
-Padre, le pido perdón por la parte que me toca en esto.
-No solo lo perdono-respondió el padre.- Sino que le doy las gracias.
Condujeron al padre al lugar donde se hacían prácticas de tiro al blanco, donde estaban cuadros de madera recortados en forma de silueta humana.
Los encargados de fusilarlo, soldados de la Gendarmería Montada, formaron el cuadro y se dispusieron a recibir órdenes.
El mayor Torres le pregunta si tiene algún último deseo, y el padre responde:
-Que me permitan rezar.
Torres se retiró, dejándolo solo, y luego de unos minutos arrodillado, el padre se colocó en posición.
Al grito de "¡Apunten!" abrió los brazos en cruz y gritó: -¡Viva Cristo Rey!
Recibió la descarga y se inclinó sobre su costado derecho, un sargento se acercó a darle el tiro de gracia.
El general Cruz, rodeado de sus lugartenientes y todo un séquito de fotógrafos y reporteros, presenciaba la ejecución.
Acto seguido se llevó a Luis Segura Vilchis. Segura palideció un instante al ver lo que le aguardaba, pero se repuso de inmediato, y con gallardía y serenidad avanzó al paredón. Frente al cadáver del p. Pro, fue el primero en rendir homenaje al mártir, inclinando la cabeza.
Posteriormente vino Humberto Pro, quien antes de morir tocó con reverencia el cadáver de su hermano, y finalmente Juan Tirado.

Desde la mañana se había acercado a la Inspección la señorita Ana María Pro, hermana menor de los reos. Se alarmó porque esa mañana no le habían permitido a su criada llevar el desayuno a sus hermanos. Vio a Quintana y Basail, quienes le prometeron conseguirle permiso para ver a sus hermanos. Entre la multitud que se había reunido, Ana María pudo escuchar hipótesis, como que los reos iban a ser enviados a las islas Marías, o bien a la Escuela de Tiro, para ser fusilados.
En ese momento llegaron cuatro ambulancias de la Cruz Verde, destinada a conducir cadáveres, y ya no le cupo la menor duda de que sus hermanos iban a morir. Escuchó cuatro descargas, que la llenaron de terror, pensando que ni uno de sus hermanos había sobrevivido. Finalmente supo que Roberto no había sido fusilado, esto debido a la intervención indignada del señor Labougle.
En el hospital Juárez Ana María se encontró con su hermano Edmundo, y luego llegó don Miguel Pro, padre de los ajusticiados. El anciano besó en la frente a sus dos hijos muertos, y dijo a Ana María, que sollozaba: -Hijita, no hay motivo para llorar.

Llevaron los cuerpos a la calle de Pánuco, donde fueron velados, reuniéndose una gran cantidad de gente. A las 10 de la noche tocaron la puerta y don Miguel, al abrir, se encontró frente a media docena de policías.
Se inquietó, pero los policías, descubriéndose la cabeza, y humildemente, le pidieron permiso para ver a los mártires. Se arrodillaron frente a los cadáveres y rezaron silenciosamente. Al salir dijeron a don Miguel: -Si algo se les ofrece a ustedes, cuenten con nosotros.
¡He ahí un homenaje digno de respeto!

Al día siguiente fueron sepultados en el Panteón de Dolores, con asistencia de una verdadera muchedumbre, y don Miguel, luego de arrojar la primera paletada de tierra sobre los ataúdes, exclamó:
-¡Todo ha terminado! Los dos murieron por Dios, y de Dios gozan ya en el cielo, ¡Te Deum laudamus!
Posteriormente la familia sería desterrada a Cuba, junto con Roberto, salvado de la muerte. Sería él quien proporcionaría, años después, interesantes detalles del martirio.

El caso del p. Pro es el perfecto ejemplo del ODIO de Calles a la Iglesia y a todo lo católico; su vileza dio un insigne mártir a los católicos y a los cristeros, y sólo avivó más la aversión hacia Obregón, quien sería finalmente ejecutado -en el siguiente tema se estudiará eso-.
Muchos años después Calles cayó en desgracia, y luego de sufrir el destierro volvió a México, donde paseaba fuera de su casa completamente solo, él, que un día fuera el "Jefe Máximo" de la Revolución. Murió en 1945, siendo sepultado en el mismo Panteón de Dolores, a 100 metros de la tumba del beato Miguel Agustín Pro.
¡Siempre será triste el destino de los enemigos de Cristo!   


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