sábado, 16 de abril de 2011

Manuel Bonilla y Manzano. Cristero

"¡Dios mío! Siento mis ánimos decaer, pienso en huir, dejar esta vida de penas, correr a donde los míos, parece que las cosas no se remedian, creo que ya nadie pelea en contra del Gobierno, sólo nosotros como bandidos culpables nos escondemos de la acción de la justicia, pienso en desertarme.
¡Que lucha tan atroz superior a mis fuerzas!
El deber se presenta ante mí: mi Patria sufriendo inicua esclavitud, la sangre derramada de inocentes víctimas que claman castigo para sus verdugos, la Iglesia sufriendo como nunca la persecución más ardiente y atroz que ha conocido la Historia de México, los bandidos y ladrones gobernando a mi pueblo que peca de cobarde, los asesinatos que cometen las fuerzas de Calles colgando vivos a inocentes ciudadanos. Llegaron noticias de más de diez colgados vivos por los alrededores del Distrito Federal; ¡ Cuantos crímenes, cuantas iniquidades! ¡Y el Pueblo espera todavía!... ¡Oh Dios mío! ¿Qué será de mi Patria? ¡No la castigues ya, levanta tu brazo justiciero, pecamos mucho; pero el castigo es superior a nuestras fuerzas! ¡Mira Señor, mi corazón cómo sufre, considerando todo lo que enumero, además que pienso dejar la lucha, dejarla porque me faltan fuerzas para el sacrificio, dame Tu gracia para cumplir mis propósitos, no quiero hacer traición mis principios, me faltan fuerzas, soy de carne y ella me grita negarme al sacrificio! ¡Dame ánimo, al menos que mi corazón no sufra tan atroz tormento! ¡Dame valor, dame entusiasmo! Si consideras que esta cruz que pesa sobre mí te es grata la acepto, más no me niegues lo que te pido, gracia, más gracia para sobrenaturalizar mis actos todos y no desmayar ni un momento; mis propósitos son ver el triunfo de la causa o morir antes de dar media vuelta, en tus manos estoy y Tú sabes lo que haces".

jueves, 14 de abril de 2011

LA VOCACIÓN HISPANA Beato Anacleto González Flores

"España llegó, bajo el reinado de Felipe II, a la total robustez de su propia personalidad y a adquirir el sentido pleno de su vocación. Fue entonces cuando intentó fundir, con un matrimonio desgraciado e inútil, los destinos de su Patria con Inglaterra. Y tras el fracaso de su intento, que le dio a Hugo Benson trama para La Tragedia de la Reina se vio en la necesidad de armar sus barcos para combatir el país que en ese tiempo, con Isabel a la cabeza del protestantismo, logró comenzar a ser dominador del Océano. 


La Invencible, que fue la escuadra en que concentró Felipe II todo el poder marítimo de España, se puso en marcha para chocar con la vocación de Inglaterra, vieja y permanente señora del mar: la armada no logró ni siquiera saludar las brumas que coronan la frente de ese gigante defendido por la cólera del mar. El Rey de España no recogió, del desastre, mas que unos cuantos leños rotos, y la Historia pareció cerrar con un punto final la página de uno y otro pueblo... 


Y tras del viaje de las tres carabelas, allá hacia el Norte, llegaron venidos de Inglaterra los emigrados que echaron los cimientos del país más fuerte de América y acá hacia el Sur, toda la España forjada en ocho siglos de batallas, vino en escuadrón cerrado sobre el maderamen roto de La Invencible, coronado con el Leño de la Cruz. Sus capitanes hechos de hierro y sus misioneros amasados en el hervor místico de Teresa y Juan de la Cruz, se acercaron a la arcilla oscura de la Virgen América y en un rapto, que duró varios siglos, la alta, la imborrable figura de Don Quijote, seco, enjuto y contraído de ensueño excitante, pero real semejanza del Cristo, como lo ha hecho notar Unamuno, se unió, se fundó, no se superpuso, no se mezcló, se fundió para siempre en la carne, en la substancia viva de Cuauhtémoc y de Atahualpa. 


Y la esterilidad del matrimonio de Felipe con la Princesa de Inglaterra se tornó en las nupcias con el alma genuinamente americana, en la portentosa fecundidad que hoy hace que España escoltada por las banderas que se empinan sobre los Andes, del Bravo hacia el Sur, vuelva a afirmar su vocación en presencia de la Inglaterra caída de las manos de Enrique VIII a las manos de su hija. Felipe II e Isabel han vuelto a encontrarse: apenas se advierte, en sus rasgos fundamentales, una ligera modificación. Podría decirse que la persistencia de vocaciones y de caracteres, único elemento permanente en la Historia y que la puede reducir a a fórmulas de rigidez casi algebraica, nos hacen experimentar un retorno de tres siglos y nos hacen pensar en la repetición. 


Pero no hay ni la misma escena, ni los mismos personajes, ni los mismos factores en su forma concreta e individual; pero si hay la continuidad, que es y ha sido siempre el fondo sustancial del carácter y sobre todo, la señal distintiva de una vocación que muy lejos de ahogarse en el abismo de la inercia y de la deserción se ha puesto en marcha en un día próximo lejano y ha sabido poner y dejar huellas imborrables de su paso. Entre el desastre de La Invencible y nosotros hay no menos de tres siglos: entre la España de Felipe II, hecha de carne y espíritu en nosotros y la Inglaterra de Isabel trasplantada al Norte de América, no hay ni un minuto, ni un milímetro de distancia. Porque la vocación, que supone la continuidad, nos ha atado realmente a los de este lado del Bravo a la vocación de España y a los de aquel lado del Bravo a la vocación de Inglaterra, que hemos llegado a ser parte integrante de la personalidad histórica de España, como ellos han venido a formar parte de Inglaterra .... 


Nuestra vocación, tradicionalmente, históricamente, espiritualmente, religiosamente, políticamente, es la vocación de España, porque de tal manera se anudaron nuestra sangre y nuestro espíritu con la carne, con la sangre, con el espíritu de España, que desde el día en que se fundaron los pueblos Hispanoamericanos, desde ese día quedaron para siempre anudados nuestros destinos, con los de España. Y en seguir la ruta abierta de la vocación de España, está el secreto de nuestra fuerza, de nuestras victorias y de nuestra prosperidad como pueblo y como raza".

sábado, 9 de abril de 2011

"Hoy votaremos con vidas" Beato Anacleto González Flores

“Es necesario saber y querer escribir con sangre y dejar que sobre la propia carne, magullada, sangrante, quede el propio pensamiento fijado para siempre con las torceduras del potro, con la zarpa de los leones o con la punta de la espada de los verdugos. Y por lo que se escribe con sangre, según la frase de Nietszche, queda escrito para siempre, el voto de los mártires no perece jamás… Cuando al ver herido de muerte a Enrique III de Francia todos volvieron sus ojos para buscar al asesino, se encontró a un hombre que paseaba tranquilamente con la cabeza descubierta y muy cerca un sombrero que estaban escritas las palabras : “YO HE SIDO”. La mano que acababa de matar al rey, allí estaba; a la vista de todos, clara, inconfundible. Una cosa parecida sucede con el voto del mártir. Al acabar de teñir con su sangre la mano de los verdugos ha dejado una señal inconfundible de su pensamiento. Y por encima de todos los olvidos queda escrita su afirmación suprema: YO HE SIDO. En la democracia y en los comicios, donde se vota todos los días con papeles y números, cabrá la tergiversación. El fraude y el soborno y la mentira podrán conjurarse para engañar y arrojar cómputos falsos y para encumbrar nulidades salidas de los estercoleros. Y la democracia vendrá a ser lo que es, lo que ha sido entre nosotros: un infame escamoteo de números y de violencia donde se carga de escupitajos y de ignominia al pueblo. No sucede esto con la democracia de los mártires… Hoy no votaremos con hojas de papel marcadas con el sello de una oficina municipal; hoy votaremos con vidas. Debemos regocijarnos de que la revolución se empeñe en llegar hasta el estrangulamiento de la vida de las conciencias. Así se echa a su pesar en la corriente de una democracia en que los juegos de escamoteo y de prestidigitación electoral quedarán excluidos inevitablemente . Hoy votaremos con vidas y con la vida. Con vidas, porque aunque no habrá millones de mártires, pocos o muchos, los habrá. Sobre todo, votaremos con la vida, porque los rechazos pujantes, arrasadores, del estrangulamiento de las conciencias, llevarán la corriente entera, total de la vida a una quiebra estrepitosa y a una parálisis extrema, brusca e inesperada… No habrá ni ha habido otro remedio. La democracia ha tenido y tiene que echar sobre sus hombros la clámide ensangrentada de los mártires. Solamente así, teñida de sangre, llegará a ser siquiera un día, el día del martirio, el día del estrangulamiento, la heroína salvaje bautizada por Cristo, que Ventura Ráulica saludaba con un apóstrofe radiante”.
Anacleto González Flores

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