sábado, 7 de septiembre de 2013

LA ESCUELA SOCIALISTA

«¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe! ¡Padres de familia mexicanos! Pensad que: queráis o no queráis, creáis o no, mañana o pasado, cuando menos lo esperéis, tendréis que dar estrecha cuenta a la Majestad de Dios del alma de vuestros hijos. Pensad que: la escuela socialista es una escuela de deshonestidad sistemática y premeditada. Ahí desde los doce años se impartirá la enseñanza sexual más cínica. Se prostituirá a la niña, se degenerará al varón. La escuela socialista será una antesala del lupanar. Ahí se combatirá constantemente toda idea religiosa. Se hará mofa sacrílega de la Iglesia y de Dios. Se propagará entre los niños el materialismo más grosero. Así se formará un generación deicida vergüenza de la humanidad. Pensad que: en la escuela socialista perderán los niños: el amor y veneración que deben a sus padres, el respeto a los maestros, el amor a la Patria. Si enviáis a vuestros hijos a esas escuelas serán mañana vuestra vergüenza y vuestro azote. Pensad que, si sois católicos, ya la Iglesia, nuestra Madre, pronunció un fallo definitivo e inapelable: ha excomulgado a todos los padres de familia que envían a sus hijos a la escuela socialista. Pensad que: para librarnos de esa excomunión, no basta con la absolución de un sacerdote complaciente, poco escrupuloso, inconsciente de sus deberes de Ministro de Dios vivo. Con o sin esa absolución, si mandas a tus hijos a la escuela socialista, quedas fuera de la comunión de la Iglesia, padre de familia mexicano: por tu propia dignidad y decoro, por el amor que profesas a tus hijos, ¡recházala!, apoya la huelga escolar, no te dejes engañar con sus mentiras. No hay quien pueda contra todo un pueblo, si es viril y es digno».

 José de Jesús, Obispo Cristero de Huejutla.


viernes, 23 de agosto de 2013

“DISPONGA COMO GUSTE”

Repartiendo propaganda de sobre el famoso “boicot” los señores Rafael y Vicente Acevedo, padre e hijo respectivamente fueron sorprendidos por el jefe militar revolucionario de la región.

Éste, a cambio de negarse a repartir la propaganda del bloqueo económico, les prometía la libertad a cambio de “no meterse en cosas de la Iglesia” y les advertía que de no admitirlo podría costarles la vida.

“Es muy tarde ya, señor teniente, -contesta Don Rafael- para que yo cambie mi manera de pensar y de sentir. Soy viejo y siempre he sido católico. No es usted quién me convencerá para cambiar. Nunca he pensado que moriría de un tropezón. No hay, pues, que darle vueltas al asunto. Si tiene determinado algo, disponga como guste.”

Siendo miembros de la Jefatura Local de Tlaxiaco de la Delegación Regional de la LNDLR, en Oaxaca, padre e hijo fueron fusilados en Los Hornos, lugar situado en el camino que conduce de Tlaxiaco a Teposcolula, Oaxaca el día 6 de agosto de 1926.


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sábado, 13 de abril de 2013

LA RESISTENCIA CRISTERA



Cuando ya había iniciado la segunda etapa de la Epopeya Cristera, el acejotamero de la vieja guardia Alfonso De la Torre Uribarren, radicado en Magdalena, Sonora, dirigió a Mons. Juan María Navarrete, Obispo de Sonora, en cuya Diócesis era tremenda la persecución, por obra del cacique Rodolfo Elías Chacón, hijo de Plutarco Elías Calles, un ocurso que fue firmado por buen número de católicos sonorenses, en el que éstos pedían a su Pastor les indicara la actitud que “como católicos y mexicanos” debían asumir en aquél Estado ante la tiranía existente, “pues por el silencio de V.R.I. y la inacción nuestra, más parecemos de la misma tiranía que defensores de nuestra Santa Religión”. A eso respondió el Prelado haciendo referencia a lo dicho por el Delegado Apostólico el 12 de diciembre de 1934 y añadiendo por cuenta propia:

«… es honesto sentir que el deber de los católicos ante la situación actual es presentar por lo menos una consistente y organizada resistencia pasiva… Si además de esto hay quien quiera resistir en otra forma, siempre que además de estar de acuerdo con los prescritos de la ley natural, ofrezca sólida probabilidad de buen éxito, juzgo que no haría más que usar de sus derechos naturales inalienables… Hay que hacer entender a los que no lo entienden que el socialismo, como se trata de imponerlo a nuestras conciencias, es un error anticristiano, antisocial y anti patriótico  que por ende, como cristianos, como hombres y como mexicanos estamos obligados en conciencia a resistir dicha imposición no sólo en nosotros sino también en los demás, en la medida de nuestras fuerzas, y que delante de Dios y delante de la sociedad seremos culpables si seguimos dejándonos arrastrar hacia el abismo como hasta aquí lo hemos hecho… ; la resistencia pasiva… es el mínimum del cumplimiento de nuestro deber… Pueden ustedes hacer el uso que gusten de esta mi contestación a su ocurso… Ruego al Señor los bendiga y llene de gracia para estar a la altura de su deber en las presentes circunstancias…»

Y los católicos firmantes de la solicitud se levantaron en armas capitaneados por De la Torre, quien murió peleando en defensa y por la reimplantación del Reinado Temporal de Cristo en México, el 13 de noviembre de 1935.

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sábado, 9 de marzo de 2013

OBISPO JOSÉ DE JESÚS MANRÍQUEZ Y ZÁRATE


José de Jesús Manríquez y Zarate
1er. Obispo de Huejutla, Hidalgo.
“El Obispo Hombre”.

Nace en León de los Aldama, Guanajuato el 9 de noviembre de 1884, hijo del Maestro Joaquín Manríquez y María de Jesús Zarate. En 1896 ingresó al Seminario Conciliar de León donde cursó Humanidades, Filosofía y los dos primeros años de Teología, trasladándose a la ciudad de Roma el 15 de agosto de 1903 para ingresar en el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano.

Recibió la ordenación sacerdotal de manos del Cardenal Gasparri, Vicario General de Roma, el 28 de octubre de 1907, celebrando su primer misa en la Basílica de San Pedro el 1 de noviembre de ese mismo año, usando una casullos del Papa Pío IX. En 1909, alcanzó el grado de Doctor en Derecho Canónico.

En el libro de sus recuerdos, escrito en 1927, señala:

«Lleno de Bríos y de santas ilusiones para trabajar por la causa de Jesucristo, llegue a México procedente de la Ciudad Eterna en julio de 1909. Fui recibido muy fríamente por las autoridades Eclesiásticas de aquel entonces. La sede episcopal de León estaba vacante y al frente del gobierno estaba el Sr. Canónigo don Pablo Torres. Este señor me sujetó a examen sinodal y los Canónigos que me examinaron me pusieron a traducir latín, no obstante haber conquistado en Roma las tres borlas de Filosofía, Teología y Derecho Canónico. Estas humillaciones no dejaron de abatir un tanto mi sensibilidad, máxime cuando en lugar de darme un cargo honorífico en el orden humano, se me nombró simplemente coadjutor de la Parroquia del Sagrario. Sin embargo, habiendo aprendido en Roma a obedecer, pronto me rehíce y me entregué completamente en las manos de Dios, sin violentar en nada las trazas de su amadísima Providencia»

De la parroquia del Sagrario, pasa en noviembre de 1909 al Seminario Conciliar como Prefecto del Clerical. Posteriormente en enero de 1911 es nombrado cura de la parroquia de Guanajuato, cargo que ocupó durante 10 años, ya que en enero de 1921 fue nombrado Canónigo Doctoral en la Catedral de León.

El 11 de diciembre de 1922 es preconizado primer Obispo de Huejutla, Hidalgo y el 4 de febrero de 1923 se consagra Obispo en la Catedral de León. Toma posesión de su Diócesis el 8 de julio de 1923.

Huejutla se erigió Diócesis por la Bula “Inter Negotia” del 24 de noviembre de 1922, ejecutada el 1 de julio de 1923. Abarcando parte de Hidalgo, Veracruz y San Luis Potosí, en la Huasteca. Lo que más abundaba en ese territorio era la pobreza. Desde luego se propuso la evangelización de esos pueblos abandonados y alejados de la civilización.

Le tocó organizar el gobierno eclesiástico de Huejutla excepcionalmente, pues fue Prelado, párroco, vicario, sacristán, campanero y hasta barrendero.

Mons. Manríquez y Zarate fue el primer Obispo en denunciar públicamente la política de Calles desde 1925. En su sexta Carta Pastoral publicada el 10 de marzo de 1926 declaró que los artículos de la Constitución violaban los derechos humanos. Y añadía:

«Reprobamos, condenamos y anatemizamos todos y cada uno de los crímenes cometidos por el Gobierno mexicano en contra de la Iglesia Católica en los últimos días, sobre todo su no bien disimulada intención de acabar de una vez para siempre con la religión Católica en México… Ha declarado (también) últimamente el señor Presidente de la República que considera que de la aplicación de los artículos atentatorios de la Constitución en materia religiosa, no ha surgido ningún problema de importancia en el país, y que todo se ha reducido a protestas más o menos escandalosas en que actúan solamente mujeres, sin tener los individuos del sexo masculino el valor suficiente para presidirlas y capitanearlas en sus heroicas empresas. Miente el Sr. Presidente de la República al asentar tal afirmación… Debe saber que acá, en estas lejanas tierras sumidas perpetuamente en la barbarie, y bañadas por un sol africano, existe un hombre, un cristiano, que tendrá el valor, con la gracia divina, de sufrir el martirio, si es necesario, por la causa sacrosanta de Jesucristo y de su Iglesia. Solo pide una gracia al jacobinismo, si es que el jacobinismo puede conceder favores: de que no se le asesine por la espalda. Si el gobierno jacobino exige de los católicos mexicanos el verdadero valor cristiano, nosotros tenemos derecho de pedir, de exigir de nuestros verdugos siquiera el valor y la osadía de los Cesares de la Roma pagana…».


La reacción del gobierno no se hizo esperar, en seguida fue consignado por el Secretario de Gobernación al Procurador General de la Nación, quien turnó el asunto al Juez de Distrito del Estado de Hidalgo, que giró una orden para que se presentara ante el a declarar pero no le obedeció. El 13 de mayo de 1926 llega a Huejutla el coronel Enrique López Leal al frente de 500 soldados con la consigna de tomar preso a Mons. Manríquez, quien es conducido a Pachuca al juzgado donde declaró “Que comparecía por la fuerza, ya que no reconocía competencia a los tribunales civiles para juzgar a las autoridades eclesiásticas”. Se le fijó como prisión los anexos del templo de La Asunción en Pachuca, donde estuvo preso por 11 meses hasta abril de 1927, cuando fue conducido a la Ciudad de México, concretamente a la Inspección de Policía. Durante su traslado le conminó un oficial militar a que se despojara de sus ropas episcopales a lo que Mons. Manríquez se negó y le pregunta al militar:

- ¿Por qué no se quita usted su uniforme?
- Porque este es mi uniforme militar
- Pues este es mi vestido de Obispo. – Repuso el prisionero.

El 22 de abril de 1927 fue subido en un tren con rumbo a la frontera de los Estados Unidos donde fue desterrado. No volvió a la Patria sino hasta 1944. Se estableció primero en Laredo, después en Los Ángeles, California y finalmente en San Antonio, su lugar definitivo.

Uno de los puntos para que los arreglos se llevaran a cabo el 21 de junio de 1929 fue que se le pidió a los obispos mediadores, Leopoldo Ruíz y Pascual Díaz que los obispos Manríquez y Zarate y González y Valencia no regresaran al País y que el Arzobispo Orozco y Jiménez saliera del mismo.

Nunca estuvo de acuerdo con los Arreglos con el Gobierno. Dirigiéndose al comité Directivo de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, en la persona de Miguel Palomar y Vizcarra, el 25 de junio de 1929, desde Los Ángeles, al tener noticia de los Arreglos del 29 les dice: “Esto es terrible, señores; y yo ahora me encuentro embargado de un tedio profundo y de una tristeza mortal… Quisiera que esta carta fuera una elegía, algo así como una lamentación inmensa que resonase en los ámbitos del mundo, semejante a la de Jeremías, llorando y gimiendo amargamente sobre las ruinas y escombros de la antes dichosa Jerusalén… Yo deseo que todos ustedes que aman a Jesucristo y a la Patria, desahoguen su inmenso dolor llorando también y con gemidos inenarrables, deplorando las desdichas de la Religión y de la Patria”.

El 24 de octubre de 1929 el Papa Pío XI lo recibe en audiencia especial. Durante la prolongada entrevista el Papa escucha con especial atención a Mons. Manríquez quien da detalles pormenorizados de la situación de la Iglesia en México, oprimida y atribulada.

El 6 de julio de 1939 renuncia al gobierno Diocesano de Huejutla y recibe el nombramiento como obispo titular de Verbe. Regresa por fin al País el 8 de marzo de 1944. Estuvo en el Arzobispado de México como Obispo Auxiliar y el 7 de septiembre fue nombrado Vicario General del Mismo Arzobispado. Murió el 28 de junio de 1951.

Monseñor Manríquez y Zarate fue el primer promotor de la causa de Beatificación de Juan Diego.


domingo, 24 de febrero de 2013

UN CORONEL, HIJO DE CRISTO REY


Un 1º de abril del año 1928,  nuestro jefe Cristero Manuel Ramírez Oliva escribe esta carta en Teocaltiche, Jalisco a quienes firman haciéndole petición de que deponga las armas y se entregue a las autoridades.



Muy señores míos os contesto por mi y mis compañeros. Realmente he sentido a la vez ira y tristeza al ver tanta firma haciendo una petición tan ruin. Hay entre vosotros dos clases de individuos: los que son adictos la administración abominable de Calles y los que guardándole un odio verdadero son arrastrados por su cobardía a la picota del ridículo y al colmo de la indignidad. Me dirijo a los clasificados en el primer término, para deciros, señores, que no comprendéis o no queréis comprender los sublimes ideales inscritos en nuestra bandera, porque no tenéis más Dios que el oro, y sólo os preocupáis de la bonanza de vuestros negocios aunque viváis en la esclavitud, juntamente con el pueblo entero, aún cuando nuestra Patria solloce oprimida por la tiranía más brutal que registra nuestra Historia, y aunque todos los valores morales se encuentren por completo desquiciados, despreciados, pisoteados por un puñado de bárbaros sin ley, a quienes también rendís culto. Porque, ¿cuál es la obra del gobierno de Calles? ¿Que hacen los militares depositarios de la fuerza pública, que deberían emplear la fuerza para proteger a la sociedad? Convertirse en verdugos de esa misma sociedad, asesinar sacerdotes, allanar moradas, violar doncellas, ultrajar familias enteras, incendiar hogares , asesinar pacíficos, insultar a los hombres honrados, lanzar millares de pobres a la miseria y llevar el latrocinio, el llanto, la desolación y el luto por dondequiera que pasan. Con esos hombres es con quienes estáis solidarizados. Las ofertas de dinero que se nos han hecho son objeto de nuestro desprecio; no tenéis ni vosotros ni el gobierno con que comprarnos, porque no nos vendemos, no traficamos con nuestras conciencias, no queremos aprovechar la sangre de nuestros mártires, de nuestros compañeros muertos, como pedestal de nuestra codicia. No nos arredran las fatigas, no desmayamos por las contrariedades, no hay nada que nos haga desistir de nuestro propósito, de seguir luchando por la libertad de la Iglesia, por la libertad de la Patria y la libertad humana. Nosotros dentro de nuestras privaciones os compadecemos, nos causa repugnancia vuestro servilismo. Perdéis vuestro tiempo tratando de convencerme: Soy hombre de criterio definido, siempre he sido Católico y siempre lo he confesado orgullosamente. Si queréis ayudar al gobierno en contra del movimiento libertador, en vez de firmas y polémicas faltas de sentido, empuñad las armas y sostened vuestras ideas donde mis compañeros y yo sostenemos las nuestras. Ahora dirigiéndome a los simpatizadores nuestros, que por miedo han firmado, les digo: ¿No os abochorna haber presenciado impasibles tanto crimen? ¿No os remuerde la conciencia ser cómplices de ellos con vuestra pasividad? Un esfuerzo unánime ya nos hubiera producido la victoria. Cada quien dentro de su capacidad y de su posibilidad puede ayudar a tan grande obra como es la de salvar a la Patria. Aún es tiempo de cumplir con vuestro deber. ¿Qué hacéis sometidos a ese gobierno infame? ¿Cuáles garantías os concede? No sois dueños de vuestras familias, ni de vuestras vidas, ni de vuestros bienes, ni aún siquiera de creer en Dios. Arrojad la cadena que os han puesto al cuello, venid a luchar por vuestra libertad y por la de vuestros semejantes; venid a reunirnos con los hombres libres, para que junto con nosotros podáis lanzar a los cuatro vientos el grito majestuoso de ¡¡¡VIVA CRISTO REY!!! Soy de ustedes atto. y S. S. Manuel Ramírez Oliva.

domingo, 30 de diciembre de 2012

LOS ARREGLOS: LA DESTRUCCIÓN DE LA CONCIENCIA CATÓLICA




El 21  de junio de 1929, se hicieron las declaraciones públicas del jefe oficial de la tiranía revolucionaria, licenciado Emilio Portes Gil, que detentaba el Poder, y de Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, Arzobispo de Morelia y Delegado Apostólico, que pusieron fin a la Epopeya Cristera iniciada en 1926 y que desde entonces se le conoce con el nombre de “Arreglos” o “Modus Vivendi”, las que son tema de análisis en la obra titulada El Caso Ejemplar Mexicano”, por lo que aquí sólo se reproducen algunos de los fragmentos de los escritos de Mons. Leopoldo Lara y Torres, Obispo de Tacámbaro, quien expresó en documentos que en ese libro se citaran con mayor amplitud:

«La personalidad de la Iglesia no ha sido reconocida por el Gobierno Mexicano de derecho ni de hecho»… «Arriba dije que más bien debería decirse que las negociaciones entre la Delegación Apostólica y Portes Gil, que entre la Delegación Apostólica y el Gobierno de México; porque aunque en esa época y fecha de los Arreglos era Presidente de la República el Lic. Portes Gil, en ese asunto ni obró ni pudo obrar en su calidad de Presidente, sino de simple particular, aunque distinguido por el puesto que ocupaba, y su gestión y sus arreglos no han sido jamás reconocidos siquiera de hecho como actos oficiales, ni mucho menos como legales o constitucionales»…

«Que con los Arreglos se evitaría el derramamiento y se ahorrarían sacrificios a las víctimas de la persecución. No sé de ninguno  de los que sufrieron persecuciones por la causa de la religión o la fe, que se haya lamentado de sufrir o que haya pedido la cesación del sacrificio. Los que menos sufrieron, fueron los que suspiraron por sus comodidades y abogaron por la cesación del Conflicto, aún sin conseguir la reforma de las leyes. Los que más sufrieron ultrajes, vejaciones y amenazas de muerte, fueron los que más firmes estuvieron en su noble actitud de no ceder a las proposiciones del Gobierno, si no se obtenían las garantías que se pedían y la plena libertad de la Iglesia. Por otra parte, estos males eran de orden inferior, que podían permitirse y tolerarse para alcanzar otros bienes superiores, cuales eran de conservar la fe y los principios de la moral cristiana, injertos durante siglos en nuestra vida social y patria. Esos sacrificios eran una bendición para esta tierra, en que sin duda se verificaría el apotegma de Tertuliano. Sangis Martyrum Semen Christanorum.

Jesucristo expresamente nos enseñó que no deberíamos temer a los que mataran el cuerpo, sino a los que pudieran echar alma y cuerpo a los infiernos. Pero, sobre todo, tampoco con la apertura de los cultos, ni con los Arreglos se evitó el derramamiento de sangre; porque, como no quedó suficientemente garantizada la vida de los que se habían levantado en armas por defender su religión, el Gobierno ha seguido segando vidas de nuestros mejores católicos y ha dejado a sus familias huérfanas y en la mayor miseria, con la decepción y el sufrimiento en el fondo del alma. De los jefes, han muerto más ahora, después de los Arreglos, que en los campos de batalla, y, según los últimos datos que me han suministrado, van como cuatrocientos Cristeros sacrificados villanamente en la región de Jalisco y Colima, quedando otras tantas familias en la mayor desolación y miseria. Y como el Conflicto Religioso se ha quedado en pie, sin resolverse definitivamente, resulta que sólo se ha aplazado la solución, que puede costar mayor sangre y mayores sacrificios; pues que, ahondándose las divisiones y haciéndose el enemigo más fuerte, los católicos tendrán más dificultad de obtener las libertades perdidas. El choque será más terrible y sangriento.

Las guerras religiosas, nos enseña la historia, han sido siempre las más crueles y desastrosas; si no es por la fuerza, nuestros enemigos nunca cejarán, porque no obran por la razón sino por capricho, tenacidad y ceguera voluntaria, para sostener su posición, defender sus intereses y satisfacer sus pasiones. Esta razón -la de que los Arreglos evitaron males mayores- la verían seguramente los Excmos. Sres. Arzobispos que intervinieron en el Arreglo del Modus Vivendi, con algunos más que los rodean; pero en la conciencia de la mayor parte de los Obispos que nos quedamos en contacto con el pueblo, de los sacerdotes que más sufrieron durante la persecución y de los fieles más sensatos  de toda la república, está asentada esta verdad: Que no fueron mayores los males que se siguieron a la clausura de los cultos, que los que se han seguido de la aceptación del Modus Vivendi; sino que son palpablemente mayores los males que se han seguido de esta aceptación, que los que se estaban siguiendo de la clausura de los cultos, durante la persecución.

Parecerá osadía sentar esta proposición; pero si la Santa Sede me lo permitiera o autorizara, podría recoger miles y miles de firmas de muchos sacerdotes y fieles que están dispuestos a respaldar mi afirmación. Porque en la clausura de los cultos, no faltó, como algunos tal vez pudieran figurarse, la administración de los sacramentos, ni a los pobres; ni faltó la instrucción religiosa, aunque con muchas dificultades, ni disminuyó la piedad de los fieles, sino que antes bien se sentía una atmósfera de fe cristiana verdaderamente admirable, como en los primeros siglos cristianos, cuando éstos vivían en las Catacumbas.

Por eso los que pudimos permanecer aquí y fuimos testigos de este movimiento religioso estábamos dispuestos a seguir sufriendo, hasta que Dios quisiera enviarnos la verdadera paz con la libertad religiosa y todas las demás libertades que tanto necesitamos. Los que comenzaron a flaquear fueron los que estuvieron fuera de la República y estaban, como decía el Excmo. Sr. De la Mora, Obispo de San Luis Potosí, desconectados de nosotros y sin sentir esta fe y devoción exuberantes.

El culto mismo era más fervoroso en nuestras Catacumbas que lo es actualmente en nuestros templos»… «Pero lo que sí no queremos suprimir en esta “ennumeración de males” -producidos por los Arreglos- “es el mayor de todos”, aún el de la supresión de las iglesias y del culto: la clausura y obstrucción de nuestras escuelas, colegios o institutos católicos; y por otra parte, la propaganda verdaderamente diabólica del mal divulgada por todas partes, principalmente en las escuelas, colegios e institutos, así oficiales como particulares, porque el Gobierno para esta propaganda no respeta ningunos.

Permítame V. E. Emma. que le diga, siquiera para descargar este peso que traigo dentro del pecho: que en mi concepto, el mayor desacierto que se cometió al pactar los Arreglos de 1929 y que es el fundamentos de nuestros males y desgracias presentes, porque nos ha dejado sin defensa posible, fue: «El aceptar, aunque sin aprobar  la ley sino aún condenándola, que la Iglesia no fuera reconocida en su personalidad jurídica ni tuviera ningunos derechos dentro de la Legislación Mexicana».

Y como consecuencia de todos estos males, el mayor, si es posible, de todos los enunciados: La destrucción de la conciencia católica; esto es: la desorientación que ha sufrido la conciencia colectiva del pueblo mexicano, el decaimiento, la flojedad la indiferencia para moverse a conseguir la libertad religiosa, al ver nuestra conducta variable y nuestro acomodamiento para aceptar esta situación con menos peligros y dificultades.
«No culpo a nadie de los que se han engañado en la solución de este problema y cuya buena fe es indiscutible; pero si creo que es insensatez no reconocer el yerro, para estar más advertidos y prevenidos en ulterior proceder. Pretender acallar el clamor popular y responder a sus lágrimas con censuras y excomuniones para obligarlo a decir que es de noche cuando estamos viendo el sol resplandeciente en el cenit, es cometer una iniquidad y no tener la caridad con los que sufren. ¡Callar! La piedra del silencio es a veces más pesada que la de un sepulcro. Sobre todo, que no se pretenda que no veamos los males evidentes que han surgido, siniestros, de nuestra amarga y dolorosa situación.

¿Estaremos equivocados los que así juzgamos? Puede ser; pero el hecho es que sentimos acá en nuestro corazón estos dardos que nos punzan; sus males los que nos afligen; su amor el que nos hace estallar estas explosiones de congoja, que nos atosiga y nos mata. No buscamos ninguna ventaja temporal, al declarar estas cosas, y antes bien puede ser que las perdamos todas, por no ocultar la verdad a quien debe saberla».


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