domingo, 18 de julio de 2010

José de León Toral

Bajo la dura mirada del presidente Plutarco Elías Calles acompañado por Joaquín Amaro, secretario de Guerra, ambos en la inspección de policía, José de León Toral confesaría:

“Yo soy el único responsable; maté al general Obregón porque quiero que reine Cristo Rey, pero no a medias sino por completo”. 8

La voz es un susurro débil pero audible, escuchado por contadas personas, entre ellas un receptivo reportero que rescata estas palabras para que no las extravíe la historia. Horas antes, dentro de ese agitado 17 de julio, León Toral había culminado una leyenda política para iniciar con ello su propio ascenso al misticismo de la fe religiosa.

Hijo de padres muy católicos, Aureliano de León y María Toral Rico (originaria ella de Lagos de Moreno); en su infancia, José destacó de entre sus once hermanos por su humildad, paciencia e inclinación hacia las prácticas devotas. 9

Nace el 23 de diciembre de 1900 en Matehuala, San Luis Potosí, durante uno de los recorridos de la familia encabezada por el padre, ocupado en hurgar minerales. Parte de su adolescencia transcurre en la ciudad de México entre la expectación por la entrada de tropas constitucionalistas, y quizá como algunos chicos de su misma generación, escucha lamentos de la gente espantada por el saqueo de iglesias y la arbitraria orden del general Álvaro Obregón, comandante en jefe del ejército de Venustiano Carranza, quien puso a barrer las calles a miembros del clero católico, por negarse a cooperar económicamente con la causa revolucionaria.


Tormento aplicado a José de León Toral

(Tal actitud del clero no se debe considerar como negativa, sino como carencia de recursos, pues en todo caso si los hubieran tenido, los revolucionarios carrancistas ya habían demostrado en todas las plazas que ocupaban su costumbre de tomar lo ajeno sin el consentimiento de sus dueños) N.E.

Junto con la constante ejercitación del deporte, ingresa hacia 1920 en la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa donde cultiva la amistad de Humberto Pro, y con el tiempo, llegará incluso a sustituirlo como jefe de sector. En la colonia Santa María la Ribera vivirá, aun casado, en el mismo hogar que sus padres. A causa del espanto por ver el cadáver de su amigo Humberto, después de ser abruptamente ejecutado tras fallar el primer atentado contra Obregón en noviembre de 1927, se anida en su mente la idea de consumar el intento frustrado del valiente Luis Segura Vilchis. Y a partir de su éxito, vivirá intensos siete meses de reclusión disimulando sentir cualquier afecto hacia su familia, amigos y compañeros de la Liga, ante el temor de arrastrarlos en su camino a la pena capital.

Para sus abogados defensores, José de León Toral padeció “delirio razonante de los perseguidores de tipo místico”, argumento basado en reconocidas autoridades de criminalística tales como Le Grand, Du Sole, Regis, Henry Berger y Grazset. Por su parte, el joven católico sólo pidió a sus carceleros le dejaran conservar, además de sus infaltables cartoncillo y lápices, el libro “La recomendación del alma”10. Además, al periodista Rómulo Velasco Ceballos después de negarse a darle la misma mano con la que había disparado los seis tiros que habían acabado con Obregón, le confesaría serle aburridas las novelas largas y preferir, en cambio, la lectura de la popular revista católica Acción y Fe. 11


Tormentos de Toral dibujados por el mismo


Durante el jurado popular celebrado en San Ángel, instaurado para enjuiciar su crimen, viviría los instantes de más fama en toda su corta vida. Esos siete días le permitieron ocupar las principales planas de los diarios capitalinos al lado de la madre Conchita, quien había derramado el vaso de su fe religiosa al pronunciar estas palabras durante una nublada mañana: “ojalá un rayo acabara con las vidas de Obregón, Calles y el patriarca Pérez”.

Las imágenes de los reporteros gráficos lo inmortalizaron flanqueado por guardias vestidos de lujo, enfundado León Toral en un traje oscuro y corbata de moño, personificando a la dignidad juvenil de los cristeros citadinos: en su mirada sobresalía ya el trágico destino que había elegido.
Después de una vigilancia por cuatro meses sus custodios admiraron la excelente salud, buen apetito y entusiasmo para orar que el reo exhibió en privado. Al parecer, “vivía consigo mismo, en una constante introspección, con la vista hacia sus jardines interiores”. 12

La mañana del 9 de febrero de 1929 terminaría el plazo fatal y se encaminó a recibir la descarga del pelotón momentos después de dar el último beso a sus tres pequeños hijos, su esposa, padres y hermanos. Antes de caer herido por la descarga, las balas le cortarían un grito de guerra, ¿pudo éste haber sido el estentóreo “Viva Cristo Rey”?.

En su camino por el panteón español, Antonio Ríus Facius recuerda haber visto acumuladas sobre la tumba del liguero como si fuese un santo algunas rogativas escritas por creyentes; allí mismo, como póstumo homenaje de su familia, se aprecia que la placa principal fue preservada a su recuerdo y don Aureliano guarda, desde 1947, un discreto lugar arriba del nombre de su hijo.



8 Excélsior, 18 de julio de 1928.
9 Memorias de María Toral de De León, México, Editorial Tradición, 1972, p. 21.
10Excélsior, 4 de agosto de 1928.
11 Excélsior, 7 de agosto de 1928.
12 Felipe Islas y Manuel Múzquiz Blanco, De la pasión sectaria a la noción de las instituciones, México,
1932, p. 201.




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